11/06/2021

Las mujeres indígenas viven violencia permanente en las ciudades

La experiencia en la ciudad no siempre es positiva. A los no indígenas no los respetan, ni su trabajo, ni su dignidad. Y su expresión lingüística es ridiculizada. La condición de mujer migrante tiene que acoplarse a la dinámica que le impone una sociedad racista y clasista

Twitter: @KauSirenio

El fenómeno migratorio es tan antiguo como la sociedad misma, sus causas son muy diversas y complejas para las mujeres me’phaa (tlapaneco), una de las principales es la desigualdad en el trato como seres humanos y en la distribución de la riqueza, se refleja en el abandono hacia las comunidades indígenas; me refiero a la población me´phaa, y a todos los pueblos indígenas del país.

En un trabajo sobre migración indígena, el sociólogo Me’phaa Luis Zacarías asegura que en la Montaña y Costa Chica de Guerrero, el territorio Me´phaa (tlapaneco) abarca los municipios Iliatenco, Malinaltepec, Acatepec, Tlacoapa, zapotitlán Tablas, Metaltonóc, Tlapa de Comonfort, Atlamajalcingo del Monte, Quechultenango, Atlixtac, San Luis Acatlán, Azoyú y Ayutla. Otros municipios con mínima población me’phaa son Copanatoyac, Xalpatlahuac, Tecoanapa y ciudades receptoras de migrantes Me´phaa como Acapulco, Chilpancingo, Iguala, Zihuatanejo, Atoyac y Taxco.

El investigador explica que el hábitat de los Me´phaa esta en una región en las condiciones de pobreza donde enfrentan situaciones de discriminación estructural, institucional, que les niegan y los excluye en las tomas de decisiones políticas del país. La condición de mujer migrante tiene que acoplarse a la dinámica que le impone una sociedad racista y clasista.

“La sociedad mestiza es voraz, los que no se integran (migrantes) son excluidos, por lo tanto, los que no quieren ser excluidos se amoldan a la cotidianidad del desarrollo urbano; los desencantados de esta forma de vida tienden nuevamente a regresar a sus comunidades”, cuenta el investigador.

Hay evidencia de casos en los cuales las personas que han experimentado un choque cultural, psicológico y social tan fuerte que prefieren regresar a las condiciones de vida anterior en su comunidad. Porque la experiencia en la ciudad no siempre es positiva. A los no indígenas no los respetan, ni su trabajo, ni su dignidad. Y su expresión lingüística es ridiculizada.

Luis Zacarías apunta: “la situación marginal y pobreza ha obligado a los tlapanecos a salir de sus pueblos y comunidades, a pesar de los esfuerzos que se ha hecho para abatir los rezagos y arraigar los migrantes, sin embargo, esto es adverso a las que viven las comunidades me’phaa; la deuda histórica que se le debe es tan añeja”.

Lo cierto es que la pobreza no es reconocida ni aceptada por el Estado. Los que viven en carne propia la pobreza buscan sobrevivir, subsistir y resistir con sus familias emigrando hacia las ciudades, en busca de trabajo o estudiar una carrera universitaria, pero los ejemplos son aislados.

Los me’phaa que radican en Chilpancingo llegaron con el sueño de mejorar su situación económica; los que se desprendieron de sus padres, sus hermanos, hermanas, su territorio, su comunidad, se enfrentan a obstáculos para insertarse a otra forma de convivencia social y la cosmogonía. Donde el pueblo tlapaneco es distinto a la relación social, además de dominar un lenguaje que no hablan. Las realidades que enfrentan los migrantes tlapanecos en la ciudad son desastrosas.

De ahí cobra importancia el trabajo sociológico de Luis Zacarías, aquí recupero una entrevista con Podenciana Martínez para entender la situación de las mujeres en la ciudad:

“Para una mujer salir de su comunidad es difícil, porque la mayoría no salen a las ciudades, estamos más en casa ayudando a nuestra mamá, somos las que menos acudimos a un espacio educativo, por eso cuando decidimos salir a la ciudad llegamos sin conocer a nadie, ni quien nos ayude, llegamos tocando puertas para que nos den trabajo en alguna casa; como mujer indígena no hablamos el español, medio entendemos lo que nos dicen, muchas veces recibimos regaños, insultos de parte de los patrones, no nos permiten asistir a la escuela, nos tienen trabajando todo el día”.

“En 2003 me pagaban 300 pesos a la semana, de este dinero le mandaba a mi mamá y a mi hermana que estaba estudiando la preparatoria en Apetzuca; con lo poquito que me quedaba pagaba mi colegiatura de un curso de computación, todo lo que ganaba lo repartía y prácticamente no me quedaba nada… me siento mal e impotente de no poder ayudar a mi mamá y a mis hermanos, por eso cuando mi hermana termine el estudio va a migrar a los Estados Unidos”.

Así las cosas, tenemos que replantear nuestra forma de pensar sobre las mujeres, el empleador debe de entender que las mujeres indígenas son humanas, hermanas, tías y sobrinas. Incluirlas sería justicia. Inscribirlas al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) es un deber moral.


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