“Detectar plagios y hacerlos virales (con agendas que podrían ir más allá de lo académico y tener efectos en lo político) se convierte entonces en el pasatiempo favorito de Sheridan”.
El caso de alegado plagio flagrante de la Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Yasmín Esquivel, el papel de la profesora Martha Rodríguez Ortiz y lo que pareciera ser un modus operandi que podría haber involucrado por años a toda una red de actores al interior de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), puede tener—en caso de investigarse y sancionarse adecuadamente—consecuencias mayores y muy funestas para el máximo tribunal constitucional del país y cabeza del Poder Judicial de la Federación, así como para la Máxima Casa de Estudios en México. Durante los últimos días, este tema ha ocupado casi todos los espacios de discusión en la esfera pública a nivel nacional. Los dimes y diretes, así como los juicios anticipados sobre el caso en lo general y sus consecuencias—al margen de una investigación exhaustiva, sus resultados y las sanciones correspondientes—no se han hecho esperar.
Se ha desatado una discusión que en ocasiones pareciera ser estéril, pero que en realidad es de la mayor transcendencia en distintos ámbitos de la procuración de justicia, la cultura y la educación superior en México. Ya muchísimos han hablado de ello, por lo que no abordaré el tema en este texto. Exclusivamente, me pronuncio por que se realice la investigación pertinente con todo el rigor y el profesionalismo posibles, y que se sancione a todas y cada una de las partes que resulten responsables con todo el peso de la ley y en apego a los reglamentos institucionales correspondientes. Este caso es complejísimo y de la mayor relevancia, pero no es el tema que aquí se aborda.
El plagio es absolutamente reprobable, inadmisible y reprensible; debe ser investigado y tener consecuencias para todos y cada uno de los involucrados. Creo que en eso estamos todos de acuerdo. El plagio es un hurto intelectual y el origen del concepto data de tiempos de la esclavitud (https://dle.rae.es/plagio). En el caso de la Ministra Esquivel—y de resultar culpable ésta—el hecho debe ir mucho más allá. Pero de nuevo, este no es el tema del presente texto. Aquí hablaré del plagio como instrumento político, o arma para alcanzar el poder y cancelar al adversario. Me enfoco en aquellos que supuestamente han plagiado y sobre todo en los actores que denuncian el plagio, a los que aquí me refiero como los “caza-plagios”.
Un gran ejemplo de este último grupo de actores es el Dr. Guillermo Humberto Sheridan Prieto, quien es “escritor, periodista, crítico literario y académico mexicano” según la Wikipedia [aquí la referencia (para que luego no me acuse de plagio): https://es.wikipedia.org/wiki/Guillermo_Sheridan]. Se le ubica como investigador titular en el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, y es conocido en un gremio de élite cultural por sus aportaciones y premios literarios. En las últimas décadas se le conoce entre el público en general por su acuciosa labor para cazar plagios de forma selectiva y—de acuerdo con opiniones de algunos de sus críticos y adversarios—según convenga a su ideología, intereses o a los intereses de su grupo.
La denuncia de plagio en las ciencias, la tecnología, las artes, la academia en general y demás profesiones, es necesaria, justa y constituye un deber. Es equivalente a denunciar un robo o un fraude, pero en este caso se trata del campo de las ideas. Así, el Dr. Sheridan se podría considerar como un adalid de la justicia en el ámbito cultural, un defensor férreo de las ideas de los demás, o hasta un superhéroe dotado de gran talento para detectar farsas y hurtos intelectuales. Sheridan es, como se diría en inglés, un watchdog (o un “perro guardián” en sentido figurado) de la propiedad intelectual. Nuestro watchdog estrella, parece ser, sin embargo, parcial y selectivo por eso de los plagios específicos que detecta—atendiendo a los tiempos y a las circunstancias políticas e institucionales del momento—pero eso es lo de menos. Sheridan es un exitoso caza-plagios, que ha salido victorioso en diversas ocasiones.
En lo que parecía ser una pelea entre grupos de poder en el ámbito literario y cultural mexicano, abatió al influyente Sealtiel Alatriste, quien fuera coordinador de Difusión Cultural de la UNAM. La “investigación” de Sheridan sobre Alatriste fue quizás la primera gran batalla que ganó en las grandes ligas—después de varios intentos—y que le dio fama nacional como un watchdog intelectual. En efecto, logró derrumbar a un gigante de la cultura en México y el mundo editorial hispanoparlante, que había acumulado gran poder gracias a su talento y a sus excelentes relaciones en diversos ámbitos. Sheridan logró hundir a Alatriste y obscurecer lo mejor de su obra y trayectoria. Así, se coronó como el mejor “caza-plagios” del país.
Detectar plagios y hacerlos virales (con agendas que podrían ir más allá de lo académico y tener efectos en lo político) se convirtió entonces en el pasatiempo favorito de Sheridan. Analizando el caso de Alatriste con mucho cuidado, pude corroborar que es posible cancelar la carrera da casi cualquiera, si las condiciones son las óptimas y las estrellas se alinean a favor de los caza-plagios y en contra de los acusados de plagio.
Lo anterior es ciertamente desafortunado, pues una mala práctica (incluso varias) no define(n) la totalidad de la obra y la trayectoria de un científico o un intelectual. No obstante el talento indiscutible de Alatriste como escritor, editor y en las relaciones públicas del espacio político-cultural, la implementación de una estrategia bien articulada en su contra, las traiciones de sus antes aliados y los errores que el mismo aceptó, destruyeron su carrera. Así se derrumba quien fuera uno de los hombres más exitosos y poderosos del ámbito cultural mexicano en ese momento.
Muchos han sido acusados de plagio, aquí y en China. Líderes políticos del más alto nivel como el expresidente mexicano Enrique Peña Nieto o el Presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, han sido acusados de plagio. Sí, leyó usted bien, Putin fue acusado en 2006 de plagiar su tesis de posgrado en el Instituto de Minería de San Petersburgo, según una investigación realizada por el Instituto Brookings [Fuente: CNN; véase https://cnnespanol.cnn.com/2021/11/23/politicos-acusados-plagiar-tesis-academicas-orix/].
Entre los casos de plagiarios o presuntos plagiarios más cercanos al interés nuestro, por geografía o idioma, destacan algunas de las mentes más lúcidas de la academia y las letras mexicanas y del mundo hispanoparlante. Sólo por dar algunos ejemplos, se pueden mencionar las acusaciones de plagio (algunas planamente demostradas) en contra de reconocidísimos escritores e intelectuales como Carlos Fuentes, Elena Poniatowska, Arturo Pérez-Reverte, José Saramago, Alfredo Bryce Echenique, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Carmen Boullosa, Enrique Krauze y el italiano Roberto Saviano, entre muchos otros.
Acusaciones graves contra todos estos autores se pueden encontrar en libros, revistas especializadas y diversos sitios del ciberespacio [es fácil hallar muestra de estas acusaciones con la utilización de cualquier buscador en Internet]. Incluso hay acusaciones de plagio contra Héctor Aguilar Camín, autor de un penoso libro—de calidad bastante limitada y contenido siniestro, en mi opinión—titulado Plagio (Una Novela), aparentemente inspirado en quien fuera su “buen amigo”, Sealtiel Alatriste. Irónicamente, al propio Aguilar Camín lo acusa de plagio Pedro Ochoa Palacios (https://www.elimparcial.com/tijuana/Columnas/Plagiario-Aguilar-Camin-20040614-0003.html). El mundo literario parece estar repleto de ladrones intelectuales (unos más, otros menos), así como de acusaciones (a veces infundadas) de plagio que son parte de una encarnizada guerra de egos, y luchas intestinas por el poder y los espacios de gestión y control en el ámbito de las ideas.
Los plagios “cazados”, detectados o simplemente comunicados masivamente por Guillermo Sheridan y sus aliados en los últimos tiempos parecen relacionarse más bien con los intereses de un grupo político en particular. Recordemos las investigaciones y denuncias de plagio contra el actual Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, José Antonio Romero Tellaeche, actual director del CIDE, y del escritor Fabrizio Mejía Madrid en medio de una voraz lucha por el poder en México y en particular por los recursos destinados para fomentar la ciencia y la tecnología, así como la dirección de los apoyos gubernamentales y la selección de líneas de investigación prioritarias.
En el otro lado del espectro político/ideológico destacan los supuestos plagios de Jean Meyer—reconocidísimo académico del CIDE y crítico acérrimo de la política en materia de ciencia y tecnología de la actual administración mexicana (así como del actual director de su propia institución)—quien fue acusado de plagio en un artículo completo del año 1978. Dicha pieza, escrita por María Teresa Franco, se titula: “El ingeniero Francisco Bulnes y el Doctor Jean Meyer: Un Caso de Afinidad Sorprendente” y fue publicada por la revista Historia Mexicana de El Colegio de México [aquí puede leerse: https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/2743].
Otros críticos acérrimos del actual Gobierno acusados de plagio son Denise Dresser y Jorge Volpi por su libro titulado México: Lo Que Todo Ciudadano Quisiera (No) Saber de Su Patria (Nuevo Siglo. Aguilar: 2006). Sobre este curioso caso, León Krauze escribe un texto interesantísimo y muy bien logrado para Letras Libres titulado “Dresser y Volpi: Inspirados”, en el cual señala las similitudes (una por una) entre la genial obra de Jon Stewart titulada America: The Book (Warner, 2004) y el libro de los susodichos. Cabe destacar que a Denise Dresser se le ha acusado de plagio, no sólo en ésta, sino en varias ocasiones [algunos ejemplos de las acusaciones se mencionan aquí (y en muchos otros artículos): https://cuestione.com/nacional/denise-dresser-y-sus-plagios-mas-memorables/].
Sobre el plagio, los supuestos plagiarios, los plagiarios confesos y los “caza-plagios” hay muchísimo más que analizar y comentar; ello va más allá del alcance del presente texto. En algunas ocasiones, las denuncias de plagio efectivamente corresponden a preocupaciones legítimas y consideraciones éticas o de protección justificada de la propiedad intelectual. En otros casos, el uso que se hace de la “cacería de plagios” es meramente político, de intención mezquina y funge como instrumento para cancelar al opositor y ocupar los espacios de poder (en la política, la academia, la gestión cultural, la ciencia, la tecnología, etc.) que dejan vacantes el acusado y su grupo. Por último, es preciso discutir con mayor profundidad el tema para distinguir entre formas más sutiles de plagio y el robo intelectual descarado y absoluto—como parece haber sido el caso de la tesis de la Ministra Esquivel, según lo detectado por el célebre caza-plagios, Guillermo Sheridan.
Estos temas son material para textos subsecuentes o discusiones que deben ocurrir con el objeto de establecer mejores prácticas y regulaciones anti-plagio, y determinar sanciones acordes a la falta. Según la investigación que realicé para la elaboración del presente texto, existe un grado de impunidad ominoso con relación al tema del plagio en nuestro país que data desde hace décadas. Intelectuales, artistas, escritores, políticos y científicos de fama mundial han sido acusados de cometer plagios flagrantes y la evidencia ha sustentado el atraco. Sin embargo, muchos de ellos han quedado impunes y continúan con la reputación intacta, ocupando sus espacios sin consecuencias; incluso algunos han tenido la osadía de acusar a otros de plagiarios.
EL CASO DE PIERRE GAUSSENS Y EL “DEBIDO PROCESO” EN EL COLMEX
Por lo anterior, es preciso abrir la discusión sobre el tema y generar mecanismos para sancionar el plagio como es debido y según las afectaciones a los dueños de las ideas o a las instituciones perjudicadas. También deben sentarse las responsabilidades correspondientes en caso de que las prácticas involucren a más de un culpable y formen parte de un modus operandi que facilite el robo intelectual de forma sistemática. Por otro lado, es preciso acabar con los linchamientos sin pruebas y denunciar los casos plagados de faltas al debido proceso en casos de plagio.
En lo que se refiere a este último tema, destaca el caso de Pierre Gaussens, profesor del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México (Colmex), quien fue denunciado formalmente por el supuesto “uso no autorizado de la tesis del Lic. Miguel Ángel Berber Cruz”, exalumno de esa Casa de Estudios. Este caso fue ventilado como una denuncia de plagio en los medios de comunicación y en las redes sociales recientemente. Las acusaciones y el lenguaje utilizado por diversas cuentas, incluso de colegas académicos, alumnos y exalumnos de la institución, así como por cuentas anónimas fue brutal; algunos mensajes incluso distorsionaban seriamente la información real. Lo anterior es gravísimo, pues al parecer se violaron la institucionalidad, el debido proceso y el derecho a la defensa del acusado de una manera dolosa.
El caso es demasiado complejo; su análisis y detalles van más allá del alcance de este texto. Asimismo, no es mi intención hacer juicio alguno al respecto dado que no es mi papel y no estoy capacitada aquí para hacerlo por falta de espacio. Sin embargo, vale la pena comentar un punto clave al respecto. En este caso en particular, sí existió un mecanismo formal e institucional para investigar la denuncia y establecer las sanciones correspondientes. En otras palabras, sí hubo un “debido proceso” que, al parecer, fue violado por la parte acusadora, quien aparentemente procedió a filtrar la denuncia. Esto último puede documentarse plenamente dado que varios colegas míos, e incluso yo misma, tuvimos acceso a las filtraciones correspondientes antes de que terminara el proceso formalmente que llevaron a cabo las autoridades de uno de los centros públicos de investigación y educación superior más prestigiosos de México.
Se tomó una decisión en base a cuatro dictámenes. Todos ellos coinciden en que no hubo plagio por parte del Dr. Gaussens. En este contexto, la Presidencia del Colmex declaró infundada e improcedente la denuncia de Berber Cruz y decidió sancionar a Gaussens con una amonestación por dos errores cometidos que no se definieron como plagio. Entiendo que el caso fue muy controvertido y no existió un consenso pleno entre el profesorado del Centro de Estudios Sociológicos del Colmex por lo que se puede leer en los reportes de prensa y en las redes sociales. No obstante lo anterior, sí existió una investigación formal y una resolución definitiva fue tomada y avalada por la Presidencia de la institución.
Ello se constata en los cuatro dictámenes y en los materiales que fueron filtrados a profesores y estudiantes egresados del Colmex. Después de esta acción inicial, la información pertinente se continuó filtrando a otras cuentas de partes interesadas y no interesadas en diversas plataformas electrónicas. Asimismo, la información se filtró a la prensa, desatando un ataque brutal y de gran virulencia contra el acusado, antes de que se diera a conocer el veredicto final. Incluso el periódico El Universal publicó un par de historias respecto a este caso. Sorprende que un diario mexicano como éste, de tanto prestigio, haya decidido no consultar al acusado o a las autoridades del Colmex encargadas de realizar la investigación. Cualquier medio que presenta una investigación de este tipo, debería consultar a todas las partes involucradas para evitar sesgos, inconsistencias y en atención a la ética periodística y a la calidad en la información.
En el caso del Colmex y Gaussens existió un debido proceso independientemente de lo que cada quien considere debía ser el resultado de la investigación. Me parece muy importante que antes de pronunciarnos sobre cualquier proceso de plagio, revisemos todos los materiales correspondientes, así como la racionalidad de la dictaminación final. Se puede diferir de la decisión, pero no es válida la difamación ni la opinión a la ligera, pues ello podría ser parte de un proceso legal iniciado posteriormente por la parte afectada. Reconozco el derecho a la defensa de cualquiera y repruebo tajantemente el linchamiento mediático sesgado y sin la evidencia correspondiente.
Se pueden destruir carreras enteras con una sola denuncia (y sin pruebas). Además, como hemos visto en este texto, las acusaciones de plagio se prestan a la instrumentalización política, lo cual podría en realidad estar alejado del interés del afectado o de la verdadera ética académica, y atender meramente a grupos o individuos simplemente interesados en alcanzar el poder. En el caso de Gaussens—y según las filtraciones y mensajes que se dieron a conocer en las mismas—podría pensarse que, además de una denuncia de plagio, los esfuerzos para deslegitimar el proceso de investigación iniciado por las autoridades del Colmex, podrían ser parte de una lucha de poder al interior de la misma institución. Esta hipótesis no ha sido verificada plenamente hasta la fecha, pero algunos mensajes de colegas lo han llegado a sugerir.
No estoy en condiciones de posicionarme al respecto; sin embargo, no es el único caso de este tipo que se da y se ha dado en México. Al parecer, lo anterior sucede frecuentemente en diferentes instituciones—según se puede constatar en algunos de los otros casos mencionados en esta pieza. Es preciso recordar las acusaciones de plagio contra reconocidos académicos, científicos o intelectuales vinculados a distintos grupos de poder o interés y de ideologías distintas. En muchos de estos casos ha faltado un debido proceso de investigación. Una denuncia no basta para linchar a un colega. Es de vital importancia abogar por un debido proceso imparcial y transparente para este tipo de casos.
¿EL QUE ESTÉ LIBRE DE PECADO QUE ARROJE LA PRIMERA PIEDRA?
De ninguna manera. Es cierto que, en ocasiones, el plagio no es claro y en algunas el supuesto plagio es más sutil que en otras. No obstante, el plagio sutil comprobado es plagio y tiene sus consecuencias. El robo intelectual es un acto abominable y no debe tolerarse en ninguna circunstancia; no debe justificarse ni siquiera al que “roba poquito”. Sin embargo, sí es preciso establecer procedimientos de investigación claros y sanciones distintas dependiendo de las circunstancias y de los hechos mismos. El plagio es reprobable y reprensible, pero al mismo tiempo se vale poner en duda las agendas y el sesgo de algunos grupos de caza-plagios.
Es de la mayor importancia velar por la verdadera ética académica y defender la propiedad intelectual en las ciencias, las artes y en el campo de la tecnología. Es por ello igualmente reprobable el sesgo mezquino de los caza-plagios que detectan hurtos intelectuales (alegados o reales) sólo en los lugares que les conviene, instrumentalizando así políticamente el plagio mismo—o las sospechas de su existencia—para beneficiarse ellos mismos o a su grupo político. Por último, la difamación, el acoso en redes y la cacería de brujas sin elementos probatorios o evidencias concretas—y violando el debido proceso—es intolerable y también está sujeto a procesos legales de consecuencias inequívocas.
Guadalupe Correa-Cabrera
Guadalupe Correa-Cabrera. Profesora-investigadora de Política y Gobierno, especialista en temas de seguridad, estudios fronterizos y relaciones México-Estados Unidos. Autora de Los Zetas Inc.
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