8/30/2024

Enrique Krauze: las dictaduras, las monarquías y los bufones

  Héctor Alejandro Quintanar

Enrique Krauze: las dictaduras, las monarquías y los bufones

“Incapaces de tener la menor autocrítica, a ideólogos como Krauze y otros poco les han importado los hechos, porque el prejuicio a priori fue el eje rector de sus diatribas”.


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El 22 de agosto pasado, el señor Enrique Krauze escribió un mensaje en su cuenta de X, antes Twitter, donde lanzó una salmodia curiosa, porque señaló que, luego de 200 años de ser una República, en septiembre de 2024 México iba a convertirse en una Monarquía, y cerró su dicho con una pregunta que instaba, como héroe trágico de película de Disney blandiendo una antorcha, a una rebeldía: “¿lo permitiremos?”.

Una de las desventajas de X, antes Twitter, es que los caracteres permitidos históricamente han sido pocos, y eso implica que la posibilidad de argumentar y documentar un punto se vea reducida. Pero quizá eso sea una ventaja a aquellos perezosos mentales que están habituados a pontificar, no a deliberar. Por eso quizá es el medio favorito de entes como Donald Trump, quien desde 2016, en busca de su candidatura presidencial, usaba a Twitter como su escupidera personal, donde lanzaba diatribas breves que eran aplaudidas por sus hordas.

En un ejercicio similar a los exabruptos trumpianos, Krauze lanzó un dicho breve pero terrible, y se siente sin necesidad de argumentarlo: México va a ser una monarquía, y basta con que Krauze lo crea para que el dicho sea cierto. ¿En qué sentido iríamos a una Monarquía? ¿Se anuló la Constitución Política de 1917? ¿Acaso López Obrador desapareció los Poderes, se invistió emperador y nombró sucesor a uno de sus hijos como Andrés II? ¿Claudia Sheinbaum desconoció el régimen que vivimos y se autonombró Reina de México? Si no pasó todo esto, ¿a qué se referiría Krauze? Da lo mismo. Pero usemos su dicho para exhibir la pobreza intelectual de personajes que, como él, encabezan a los cuadros ideológicos de la débil oposición.

El primer argumento contra Krauze es su falta de congruencia. De entrada, porque la trayectoria de Krauze parece no temer a las monarquías sino a disfrutarlas, pues dos veces ha aceptado galardones Reales de España, uno de ellos directamente de las manos del Rey Felipe, cuando recibió el premio Historia Órdenes Españolas en 2021. Más a fondo, es un hecho recordado que en 2015 Krauze recibió la ciudadanía española -o sea, ciudadanía de una monarquía- por obra nada menos que del gobierno de Mariano Rajoy, ex jefe de gobierno peninsular cuya militancia es en el Partido Popular, heredero del franquismo.

Asimismo, Krauze es un promotor incansable nada menos de la obra de un personaje que pareciera su mentor político: Mario Vargas Llosa, quien ostenta sin tapujos un título nobiliario de Marqués, otorgado también por el gobierno español, mientras lanza presuntos análisis políticos sobre América Latina, que en el fondo son diatribas absurdas y regaños a los electores por no votar bien, lo que en su retórica nobilísima significa no haber apoyado a ascos como Jair Bolsonaro o al pinochetista José Antonio Kast.

Con ese currículum, no parece haber mucha distancia entre Krauze y las monarquías, pues la relación del ideólogo de Televisa con la jerarquía española -sea Real o sea del Partido Popular- no se queda en meras amistades. Hay que recordar que Krauze ha sido un prolífico autor de posturas lamentables que han coincidido con los peores personajes del poder español, como José María Aznar, cuando ambos en 2003 descollaron en la escena internacional al legitimar y respaldar sin tapujos la carnicería rapaz de George W. Bush en Irak.

El segundo argumento contra Krauze es su propio zigzagueo verbal. Poner a Krauze frente al espejo, casi siempre es un acto suficiente para desmentirlo. El 22 de agosto acusó que México iba a convertirse en una Monarquía. Pues bien, cinco días después, el 27 de agosto, cambio de giro. Matizó su desdén a las monarquías y acusó que más bien México iba a convertirse en una dictadura, porque presuntamente el sometimiento del Poder Judicial y el Legislativo iba a atropellar los derechos y libertades de 42 por ciento de los votantes.

No se sabe a qué derechos y libertades se refiere Krauze, porque sin ningún problema, cosa que ha ocurrido desde 2018, la oposición ha tomado sus curules y escaños legales y además han llegado ahí, al igual que la mayoría gobernante, con base en las reglas y la institucionalidad vigente, tanto en el Congreso como en los otros poderes. Institucionalidad y reglas que, por cierto, fueron construidas nada menos que por el PRI y el PAN en lustros recientes, y donde aún hay muchos funcionarios operantes elegidos por esos partidos. Así están las reglas y los resultados electorales de ellas son los que el INE y el Tribunal Electoral acaban de validar en días recientes.

Pero veamos más atrás. Hoy Krauze acusa que México es dictadura. Hace siete días acusaba que iba a la Monarquía. Hace siete años acusaba que, si ganaba López Obrador, podría instaurar un modelo soviético en México. Y hace dieciocho años, en 2006, Krauze alertaba que si López Obrador ganaba las elecciones, podría instaurar una teocracia tropical. ¿A cuál versión le creemos, si cada una es radicalmente distinta a la anterior? ¿Qué amenaza encarnaba López Obrador en el imaginario de Krauze, la del estalinista tabasqueño que instauraría un modelo proletario autoritario, o la de un aldeano religioso que disfraza su conservadurismo con lenguaje popular, o la de un gestor de un movimiento monarquista que nombrará a Sheinbaum Claudia I?

Y aquí viene lo más contundente: las predicciones apocalpíticas de Krauze sobre el sovietismo y  teocracia de AMLO ocurrieron antes de 2018. Pues bien: a partir de ese año, se observó que ni uno ni otro augurio se cumplió, por lo que ambos asertos quedaron en el oprobio y el olvido, y dejaron a Krauze no sólo como un mal observador, sino como un ser contradictorio capaz de imputar a sus adversarios anatemas radicalmente distintos. Cuando uno dice disparates, al menos debe preocuparse por ser consistente, pues es mejor quedar como un necio congruente que como uno oportunista.

El tercer y último argumento contra Krauze es la completa falta de autocrítica. Y esa es la clave de todo. El 13 de junio de 2018, días antes de la elección presidencial de ese año, y en un momento donde con base en encuestas se avizoraba la victoria de López Obrador, Krauze publicó un video donde invitó a los mexicanos a ejercer un voto dividido, donde sufragaran por presidente por la opción que “más los convenciera”, pero votaran por un partido distinto para el Congreso.

Sus argumentos fueron verdaderas atrocidades. Krauze señaló que si no había congreso dividido y el próximo presidente contaba con una mayoría amplia en el congreso, esto derivaría necesariamente en “el poder absoluto”. Y a continuación, en un ejercicio de imaginación febril, Krauze enumeró los horrores que entrañó lo que a su juicio es el poder absoluto en el Siglo XX: el ascenso del fascismo en Europa, las purgas estalinistas, y, en un salto cuántico, las falencias del Partido de Estado en México, el PRI, y las corruptelas del salinismo.

Más allá del nulo hilo conductor de Krauze para unir fenómenos disímiles, resalta que para él todo era producto del “poder absoluto”, mismo que México corría el riesgo de padecer si los electores cometían la imprudencia de votar por el mismo partido para presidente que para el Congreso.

En México, como en cualquier democracia, los partidos políticos en elecciones postulan candidatos a todos los cargos y tratan de ganar la mayor cantidad de puestos posibles. Eso no sólo es legal, es legítimo y de hecho es casi su obligación hacerlo. En el año de 2018, tanto el PRI como el PAN como el PRD y Morena compitieron en una contienda donde todos los partidos, sin excepción, postularon candidatos a la presidencia de la república; y también al Congreso, porque es su derecho hacerlo y porque es algo lógico, y democrático, que todos esos partidos pretendan promover su proyecto y instaurarlo en el país a partir del voto de los ciudadanos en todos los espacios posibles, sean de cargos ejecutivos federales, estatales, municipales, legislativos u otros.

Que un partido gane mediante los votos la presidencia de la república y también mayoría en el Congreso no es cosa fácil. Pero que sea inusual no lo convierte en ninguna anomalía, ni menos aún en un preámbulo del poder absoluto o del fascismo o del estalinismo o del salinismo. Esa aspiración de lograr presidencia y mayorías en el Congreso es tan usual y tan democrática que los partidos por los que vota Krauze también la buscan. Y eso es normal, es legal y es legítimo. Lograr eso de forma mayoritaria en las urnas es tan democrático como lo es un gobierno sin mayorías en cámaras.

La diatriba de Krauze es tan absurda que equivale a lo siguiente. Si Krauze fuera congruente, debería exigir que entonces los partidos políticos en México tuvieran prohibido postular al mismo tiempo candidatos a la presidencia y candidatos al Congreso. Porque qué tal que la de malas ocurre y un partido gana mayoritariamente en ambos. Y Krauze debió entonces comprometerse públicamente en la elección pasada a decir que iba a votar por Xóchitl Gálvez en la presidencia pero por los candidatos a diputados y senadores de Morena, porque qué tal que Gálvez ganaba y el PRIAN lograba mayoría en el Congreso y eso nos empujaba a la dictadura. Así de absurda fue la salmodia krauziana de 2018, la de predecir un gobierno totalitario con base en añagazas.

Y ese es el problema de Krauze, como de muchos ideólogos y panfletistas de la oposición. En junio de 2018, antes de que López Obrador ganara, ya Krauze había dictaminado que “López” sería autoritario, con base en ningún argumento más que sus prejuicios. De ahí que todo lo ocurrido en el sexenio, en el imaginario de Krauze, fue distorsionado y sesgado para que se adecuara al prejuicio inicial. Así, poco importa que Morena haya ganado como partido casi recién fundado en 2018, compitiendo cuesta arriba y con todo en contra; y lo haya hecho contundente y democráticamente para obtener una amplia mayoría y 30 millones de votos. Lo que en realidad era un triunfo inédito y legítimo, para Krauze era la antesala del poder absoluto. Porque él tenía ese prejuicio desde semanas antes de la elección. Lo que importa, así, no es el voto y los hechos, sino la salmodia de Krauze.

Incapaces de tener la menor autocrítica, a ideólogos como Krauze y otros poco les han importado los hechos, porque el prejuicio a priori fue el eje rector de sus diatribas. Ya no por autocrítica, sino por un poco de autocompasión, estos voceros zigzagueantes deberían cuestionarse por qué ninguna de sus profecías se cumple y por qué cambian de etiqueta deslegitimadora a cada rato.

¿A quién asemeja Krauze? El 9 de noviembre de 2006, alguna vez Vicente Fox dijo que se sentía autorizado a decir cualquier tontería, porque ya se iba. Tal parece que, con sus dichos monárquicos, Krauze asemeja a Fox, quien, de existir una monarquía sería como el bufón de la corte, de esos que dicen los disparates más graciosos precisamente cuando se muestran más serios y preocupados.

Héctor Alejandro Quintanar

Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona

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