2/08/2017

Hacia otra estrategia de resistencia



Claudio Lomnitz
La Jornada 
En una presentación pública reciente, uno de los arquitectos del TLCAN dijo que una característica importante del tratado es que generó zonas de excepción o islotes en que campea el estado de derecho en México. Me dejó pensando.
Un rasgo no demasiado comentado de la historia de la Revolución Mexicana fue que, en medio del desastre mayúsculo de la guerra, la economía de exportación siguió funcionando sorprendentemente. Los villistas saqueaban carnicerías para repartir carne, sí, pero dejaban intacta la operación de las grandes haciendas exportadoras de ganado. Necesitaban esas ventas en dólares para pertrechar su ejército. Los carrancistas, por su parte, carranceaban, es verdad, pero la exportación petrolera de Tampico continuó e incluso se incrementó, por las mismas razones. ¿Será que el sector exportador a Estados Unidos ha sido desde aquellos tiempos un islote de legalidad, o al menos de orden, en una sociedad mexicana que tiene rincones mucho más caóticos?
La imagen de una geografía legal bifurcada es una simplificación grosera, sin duda, pero, aunque exagerada, quizás ayude a pensar aspectos claves de la coyuntura actual. El ingreso de México al TLCAN hizo que se cumpliera rigurosamente una normativa en los sectores legalmente previstos en el tratado, pero llevó también a que se aprovechara el libre comercio para explotar la debilidad del Estado en otras zonas de la economía. Si bien el TLCAN creó un islote de estado de derecho en México, es igualmente cierto que aumentó muchísimo la productividad de la ilegalidad, y que el libre comercio consolidó grandes islotes especializados en la ilegalidad como negocio trasnacional. El México de antes –que se había forjado con un modelo de economía nacional y sustitución de importaciones– quedó en alguna medida como un espacio intermedio (de segunda), buscando su ingreso pleno a la geografía del estado de derecho, y temiendo las transgresiones desde la nueva geografía criminal o criminalizada.
En otras palabras, el TLCAN generó una geografía legal compleja, donde crecieron a la par una zona de primera y otra de tercera: espacios en que florecieron la industria de exportación de punta, y espacios en que se aprovechó la debilidad del Estado mexicano para producir y mover droga, traficar en el mercado ilegal del ser humano, o incluso para disponer de vidas humanas como si fuesen desechos industriales, como ha venido sucediendo con las extorsiones y matanzas de migrantes centroamericanos.
En esa geografía bifurcada, la resistencia social frecuentemente ha tendido a imaginar su trabajo de manera estrecha: estorbar el funcionamiento de la economía de primera para con ello obligar al Estado a apuntalar la situación de quienes queden fuera de ella. En otras palabras, la resistencia ha tendido a atacar directa o indirectamente a las instituciones ligadas a la geografía de primera, amagando con aumentar costos de transacción, para ver si así mejora la redistribución de recursos desde el Estado.
La resistencia que hemos conocido estos años ha tendido a ser obstruccionista: cierra escuelas para tratar de fortalecer la educación pública, obstruye el buen funcionamiento de Pemex con la idea de garantizar derechos sindicales, bloquea carreteras para negociar una cosa u otra. Y el obstruccionismo de los empresarios mexicanos no es, ni con mucho, menor. Se manifiesta en primer lugar en su resistencia histórica a pagar impuestos, como si no dependiera del Estado y de la inversión pública.
Con todo, el obstruccionismo pareciera ser contraproducente hoy, tras la elección de Trump, y quizá sea tiempo de repensar las formas de resistencia frente al Estado. Finalmente, la política trumpista obliga a México a ubicarse de otra manera en el mundo, ya que la geografía de la integración está siendo cuestionada desde Estados Unidos. Queda clara la urgencia de fortalecer a México, cosa que implica también cambios en las estrategias de oposición.
Sucede algo parecido en varias partes del mundo. En Europa, para empezar, la porción de la izquierda que criticaba a la Unión Europea ahora tiene que defenderla urgentemente ante los embates de la derecha nacionalista de cada país, que encuentra un aliado natural en Trump. En el interior mismo de Estados Unidos, la izquierda, que fue duramente crítica de la política del Partido Demócrata tiene ahora que aliarse con él, ante los ataques fulminantes contra conquistas sociales que parecían seguras.
Asimismo, en México urge repensar las formas de resistencia, tanto como las alianzas mismas. Habría que revisar los usos y costumbres de la contienda democ
rática misma. La democracia mexicana se ha caracterizado por la competencia desleal –entre partidos, y aún dentro de los partidos–: cuando un partido de oposición llega al poder municipal, se encuentra rutinariamente con que el gobierno saliente ha robado hasta los escritorios. Hay obstruccionismo hasta en la entrega del poder. Cuando un partido de oposición triunfa en elecciones estatales, se le reducen los apoyos federales, o se intenta obstruir el funcionamiento del gobierno en un auditorías superfluas.
La elección de Trump requiere que México se fortalezca. Requiere que funcione bien. Ese proceso de fortalecimiento no debe fundarse en una fantasía de unidad nacional, sino en acuerdos respecto de las formas aceptables y constructivas de competir. También se necesitarán acuerdos respecto de áreas de interés común, sin duda, pero la resistencia hasta ahora se ha abocado a debilitar al contrario. Hoy se necesita desarrollar formas de política que se orienten a respetar al contrincante, y aun, en algunos casos, a fortalecerlo.

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