Pikara Magazine
En
la Amazonia sur ecuatoriana, mujeres indígenas de Sarayaku narran sus
experiencias de lucha contra la explotación petrolera de su territorio y
el patriarcado ancestral en su comunidad
Jaime Giménez / Sarayaku (Ecuador)
Ena y sus hijas remontan el río Rotuno a tempranas horas de la mañana para ir a su chakra. /Foto: Esteffany Bravo S.
Después
de una larga jornada, Rita crea hermosos objetos de arte llamados
mokawas que sirven para tomar chicha. / Foto: Esteffany Bravo S.
“Las mujeres tenemos el mismo corazón y el mismo cuerpo que los hombres, lo único que no tenemos es barba”, afirma Corina Montalvo, moradora de Sarayaku de 83 años. “Antes nos llamaban warmi sami, es decir, mujeres que no pueden hacer nada. Pero eso fue hace mucho tiempo, en un tiempo de ignorantes”, recuerda esta mujer cuyas arrugas de la frente esconden la sabiduría de quien ha contemplado en primera persona el paso del tiempo. “Decían que las mujeres eran para cocinar, para lavar, para hacer chicha y leña, que eso era trabajo de mujeres. Pero después nosotras supimos que no era así y dijimos que los hombres también tenían que trabajar. Los hijos son de los dos, así que ellos también tienen que criarlos”, remata.
Esta aguerrida y veterana luchadora de Sarayaku fue una de las impulsoras de la primera gran movilización de la comunidad. Corría 1992 y, como en toda América Latina, en el ambiente sobrevolaba la sombra del 500 aniversario del inicio de la conquista española. Varios pueblos amazónicos de Ecuador marcharon caminando desde Puyo hasta Quito para reclamar al Gobierno del entonces presidente Rodrigo Borja la legalización de sus títulos de propiedad sobre los territorios que ocupaban. Fueron las mujeres las que convencieron a los hombres de caminar los casi 250 kilómetros de distancia y 2.000 metros de desnivel que separan la capital de la oriental provincia de Pastaza de la urbe andina donde tiene su sede el Gobierno de Ecuador.
Un grupo de mujeres y niñas de Sarayaku. / Foto: Esteffany Bravo S.
Una de las mujeres que caminó sosteniendo a su hijo fue Narcisa Gualinga, quien hoy tiene 72 años. “Los hombres querían ir en bus, pero no teníamos dinero, no querían caminar. Las mujeres los convencimos para andar. En el camino, los urkorunas (kichwas de los Andes) nos apoyaron, nos dieron comida y mantas”, rememora esta mujer de esbelta figura y mirada profunda, una de las fundadoras de la pionera Asociación de Mujeres Indígenas de Sarayaku (AMIS). Fue la hermana mayor de Narcisa, la histórica líder Beatriz Gualinga, quien alzó su voz frente al mandatario Borja. “Tanta gente que eran estudiados y sabían hablar muy bien el castellano, ella no sabía bien, pero ella habló con el gobierno”, declara Narcisa. “Beatriz habló muy fuerte. Le dijo al presidente, en kichwa y todo, que solo para ganar votos ustedes hacen algo. Fuerte le gritó”, asegura Montalvo.
Resistencia contra el extractivismo
El liderazgo de las mujeres de Sarayaku se mantuvo a lo largo del tiempo. De poco sirvieron los títulos de tierra conseguidos en 1992 cuando, una década más tarde, la petrolera argentina Compañía General de Combustibles (CGC) ingresó al territorio comunal sin permiso de sus habitantes para iniciar la exploración sísmica en busca de crudo. La compañía, con la connivencia del Estado ecuatoriano, colocó 1.400 kilos de explosivos en diferentes puntos del territorio, con el objetivo de abrir líneas que permitieran dilucidar dónde se encontraba el petróleo. Al detectar la presencia extraña, las mujeres y los hombres de Sarayaku se pusieron en marcha.
“Estamos dispuestas a proteger, defender y morir por nuestra selva, familias y nación”
“Cuando
entró la empresa petrolera en 2002 nos fuimos a luchar. Las mujeres nos
reunimos para decidir quiénes íbamos a ir y quiénes se iban a quedar.
Nos tocó abandonar a nuestros hijos en casa. Descuidamos las chacras y
toda la cosecha se perdió en la lucha”, cuenta Ena Santi, actual
dirigente de la Mujer en el Consejo del Gobierno Autónomo de Sarayaku,
conocido como TAYJASARUTA.
“Yo justo en ese tiempo estaba embarazada de nueve meses de mi hija
Misha, pero igual caminé”, manifiesta sentada en su casa de madera,
situada en un extremo de la plaza central de la comunidad. “Entre
20 mujeres agarramos una canoa y nos fuimos al lugar donde había
aterrizado un helicóptero con trabajadores de la empresa. Agarramos a
los trabajadores y los trajimos al centro de la comunidad. También
cogimos a unos militares y les quitamos las armas. Nosotras solamente
teníamos lanzas”, explica Santi, que anteriormente fue secretaria de AMIS, organización que más tarde pasó a llamarse Kuri Ñampi (Camino de Oro, en kichwa).Finalmente, la comunidad consiguió expulsar a la petrolera de su territorio, pero no se quedó ahí. Sarayaku denunció al Estado frente a la Corte Interamericana de Derechos Humanos por haber permitido la entrada de CGC sin realizar una consulta a la comunidad. En 2012, el Tribunal falló a favor de los kichwas, obligando al Estado a pedir disculpas públicas y a llevar a cabo una consulta previa, libre e informada a los habitantes de la comunidad antes de iniciar cualquier proyecto petrolero en su territorio.
Aunque Sarayaku ganó la batalla, sus mujeres han continuado con su lucha tanto dentro como fuera de la comunidad. El pasado 8 de marzo de 2016, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, cientos de warmis de siete nacionalidades indígenas salieron a las calles de Puyo para protestar contra la reciente concesión de los bloques petroleros 79 y 83, que afectan parcialmente al territorio de Sarayaku, al consorcio chino Andes Petroleum.
Manifestación
en Puyo, por el Día de la Mujer, la marcha de mujeres amazónicas en
defensa de sus territorios. / Foto: Esteffany Bravo S.
Mujeres
kichwas, waoranis, záparas, shiwiar, andoas, achuar y shuar dejaron
clara su intención de combatir las aspiraciones extractivistas del
Ejecutivo de Rafael Correa y de las petroleras chinas Sinopec y CNPC.
“Estamos dispuestas a proteger, defender y morir por nuestra selva,
familias y nación”, declararon las mujeres zápara, representadas aquel
día por una de sus lideresas, Gloria Ushigua.
Pese a que durante
sus primeros meses en el Gobierno se alineó con el movimiento indígena y
las organizaciones ecologistas, Correa no tardó en alejarse de ellas y
continuar con el legado extractivista de sus antecesores. El fin de la
iniciativa Yasuní-ITT
en 2013, que pretendía mantener el petróleo bajo tierra en una de las
regiones más biodiversas del mundo, y la apuesta decidida por la minería
a gran escala en la cordillera del Cóndor, el valle de Íntag o en los páramos de Kimsakocha han marcado los últimos años en el poder del líder de la “Revolución ciudadana”.Desde 2015, además, se ha recrudecido la represión de la protesta indígena. En agosto de ese año tuvo lugar el paro nacional promovido, entre otras organizaciones, por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), que se saldó con más de un centenar de personas detenidas. Solo en Saraguro, una comunidad kichwa andina, 12 mujeres indígenas fueron arrestadas y procesadas por haber participado presuntamente en el corte de una carretera.
Asimismo, el Estado ecuatoriano también ha actuado contra las oenegés aliadas con los pueblos indígenas frente al extractivismo. En diciembre de 2013, el Ministerio del Ambiente disolvió la Fundación Pachamama acusando a sus integrantes de haber instigado una protesta violenta en el marco de la XI Ronda Petrolera del Sur Oriente. En la cordillera del Cóndor, una región ubicada entre las provincias amazónicas de Zamora Chinchipe y Morona Santiago, el Ejército desalojó las comunidades shuar de Tundayme y Nankints para dar paso a dos megaproyectos mineros. En diciembre de 2016, el conflicto entre los shuar y el Gobierno escaló tras la muerte de un policía en un campamento minero de la empresa china ExplorCobres S.A. (EXSA). El Ejecutivo responsabilizó a los shuar del asesinato y declaró el estado de emergencia en la provincia de Morona Santiago, iniciando una campaña de detenciones a varios líderes indígenas de la zona y promoviendo sin éxito el cierre de la histórica ONG Acción Ecológica.
Una lucha diaria
En su revuelta cotidiana contra el patriarcado ancestral, las mujeres de Sarayaku han logrado prohibir la venta de alcohol dentro del territorio. Como en muchas comunidades indígenas de América Latina, el alcoholismo supone un grave problema que no solo atenta contra la salud de los hombres que lo padecen, sino también contra la integridad de las mujeres que reciben los golpes de sus ebrios maridos. Siguiendo el ejemplo de las mujeres zapatistas de Chiapas y su Ley Revolucionaria de Mujeres, las warmis de Sarayaku consiguieron restringir la distribución de alcohol, exceptuando la chicha, la bebida tradicional de yuca que ellas mismas fermentan con su saliva.
Las mujeres de Sarayaku han logrado prohibir la venta de alcohol dentro del territorio
“Los
hombres toman trago y empiezan a agredir a las mujeres porque no tienen
conocimiento. Por eso se puso el reglamento de que no vendan aquí
alcohol. Las mujeres tuvieron que luchar mucho en las asambleas para que
los hombres lo aceptaran”, narra Abigail Gualinga, una joven
de 20 años que pertenece a la nueva generación de mujeres luchadoras de
Sarayaku. Su madre, Marina Gualinga, asevera que no van a permitir que
se consuma alcohol porque “las mujeres sufren y quedan con los ojos
morados”.“Una vez, las mujeres encontraron una caja con cinco galones de trago, lo llevaron al frente de toda la comunidad y lo tiraron al suelo, prendieron un fósforo y lo quemaron todo”, relata Marina, de 59 años.
Edelina e Indira, trabajando en sus chakras. / Foto: Esteffany Bravo S.
Gran parte de los esfuerzos de las mujeres indígenas organizadas tiene como objetivo resistir frente al patriarcado originario ancestral que pauta los roles de género en sus comunidades. Según Lorena Cabnal, indígena xinca de Guatemala y teórica del feminismo comunitario, el patriarcado ancestral es “un sistema milenario estructural de opresión contra las mujeres originarias o indígenas”.
El caso de Sarayaku no es el único en Ecuador en el que las mujeres han tomado un rol protagónico en la defensa de sus cuerpos y de sus territorios ancestrales. En un país donde seis de cada diez mujeres han sufrido violencia machista, otros pueblos amazónicos como el waorani o el zápara también han visto cómo sus féminas han dado un paso al frente. Desde su puesto como dirigente de mujeres de la CONAIE, Katy B. Machoa revela la razón principal por la cual las mujeres amazónicas están tan decididas a luchar. “Tenemos una relación muy cotidiana, diaria, de pertenencia con la tierra. En la selva todo sale de la tierra, es nuestra fuente de vida, no tenemos otra fuente de ingreso. El hecho de que todo el desarrollo y el mantenimiento de la familia dependa del territorio provoca que cuando todo eso se ha visto amenazado, las mujeres nos hemos organizado para salir a demandar respeto por nuestra forma de vida”, revela.
“El hecho de que el desarrollo y el
mantenimiento de la familia dependa del territorio provoca que cuando
eso se ha visto amenazado, las mujeres nos hemos organizado para salir a
demandar respeto por nuestra forma de vida”
Mientras las mujeres
tienen esa relación muy cercana con la tierra por ser las encargadas de
cuidar la chakra y criar a sus hijos, muchos hombres han tenido menos
problemas para renunciar a su estilo de vida y aceptar un trabajo
asalariado. “En la Amazonia, los hombres se van a trabajar a las
petroleras o a las mineras, lo que ha significado una fuerte división en
el núcleo familiar y en la organización política indígena. Esta
situación afecta mucho a la mujer porque cuando el hombre migra, la
mujer queda como cabeza de familia”, expresa Anamaría Varea,
coordinadora del Programa de Pequeñas Donaciones del PNUD en Ecuador.
Mujer de Sarayaku, cocinando. / Foto: Esteffany Bravo S.
Mientras tanto, mujeres como Rita continúan levantándose a las cuatro de la madrugada para preparar el desayuno a sus criaturas y mandarles al colegio, caminar hasta sus chakras para quitar las malas hierbas y regresar cargando cestas llenas de yuca, plátano o papaya. Rita, como tantas otras warmis, sigue preparando la chicha y saliendo a la ciudad a manifestarse contra las injerencias del Estado y de las empresas petroleras en su territorio. Rita, cuya placenta está enterrada en la tierra de Sarayaku que la vio nacer, no ceja en su empeño de defender el territorio que sus abuelas le legaron y que ella aspira a ceder intacto a sus nietas. Y Rita, además, ansía dejar de tener miedo cuando vuelve de una marcha porque, como recuerda Machoa, “los hombres no tienen el temor de que alguien les espere en la casa después de su actividad política y las golpee, pero las mujeres sí”.
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