Carlos Bonfil
Fotograma de la cinta de Woody Allen
Crímenes y pecados. En La rueda de la maravilla (Wonder Wheel),
el neoyorkino Woody Allen propone un intenso melodrama doméstico, con
tonalidades de cine negro, ambientado en los años 50 y situado en el
emblemático parque de atracciones de Coney Island. Concentrar así toda
la trama en un espacio donde la diversión colectiva contrasta
continuamente con la sordidez de un drama, se vuelve muy pronto una
propuesta escenográfica emparentada con la obra teatral de Eugene
O’Neill, a la que, en un momento, alude la cinta, y también un eco
lejano al Tennessee Williams evocado en Jazmín azul, una de las
cintas más recientes del director. El cinefotógrafo italiano Vittorio
Storaro recrea, para esta ocasión, mediante una estilización sensual con
cálidas tonalidades naranja, la atmósfera engañosamente apacible, en
rigor, opresiva, del encierro virtual en que vive la protagonista Ginny
(Kate Winslet, formidable), una ex actriz de teatro condenada a vivir, a
sus casi 40 años, al lado de Humpty (Jim Belushi), un hombre bonachón y
pedestre, diluyendo al mismo tiempo sus pretensiones artísticas en un
rutinario empleo como mesera en un restaurante de mariscos, mientras
atiende, con inercia y fastidio, al niño Richie (Jack Gore), un hijo
suyo de un matrimonio pasado.
Esta historia de frustraciones profesionales y amorosas la relata el
joven salvavidas playero Mickey (Justin Timberlake), un narrador a
cuadro que a menudo se dirige directamente al público, y que es también
protagonista conspicuo del drama en tanto elemento de discordia
doméstica. Relata Mickey su doble involucramiento sentimental con Ginny,
su amante madura, y con la muy avispada Carolina, hija pródiga del
viejo Humpty quien inesperadamente regresa al hogar paterno para
cimbrar, sin miramientos, los frágiles asideros afectivos de la pareja.
El aficionado al cine negro hollywoodense bien podría elucubrar sobre
las posibilidades narrativas de este melodrama claustrofóbico y añadirle
los excesos de pasión y de violencia de cintas como El suplicio de una madre (Mildred Pierce,
Curtiz, 1945), según la novela homónima de James Cain, recordando el
modo en que la propia Winslet interpreta a la mesera Mildred en
rivalidad pasional con su hija, en la miniserie televisiva del mismo
nombre dirigida por Todd Haynes en 2011. Sin embargo, lo que la mayoría
de los críticos de cine estadunidenses han preferido evocar en relación
con La rueda de la maravilla, y varias otras cintas de Woody
Allen, es la sordidez más llamativa de la vida privada del realizador,
con todos los crímenes y pecados sexuales que se le imputan y la
insoportable impunidad que su celebridad le ha procurado y que le
permite seguir filmando.
Con una malicia perversa, el propio director abona en este
terreno de la rumorología dolosa cuando, en una escena de la cinta, la
mujer frustrada que es Ginny sugiere que su esposo Humpty pudiera sentir
una atracción inconfesable por su hija. El niño Richie, testigo
indolente de esta serie de turbiedades domésticas, elige librarse al
juego destructor de la piromanía añadiendo un toque de comicidad absurda
y de rabia contenida al clima de sordidez moral que le rodea. La
filmografía del autor de Annie Hall ha venido multiplicando,
sin empacho, las referencias a situaciones escabrosas que se vuelven un
gran espejo recriminatorio de las conductas impropias en el gran
escaparate mediático de nuestra era de pánico sexual. Lo que en términos
artísticos se desprende de esta suerte de expiación pública a la que
bien pudiera hoy librarse Woody Allen en su cine, es su enorme destreza
para manejar las flaquezas morales de sus personajes, sus cargas de
frustración y culpa, sus delitos reales o imaginarios, y su
participación perpleja en esa inmensa rueda de la fortuna, la auténtica
Wonder Wheel, donde se confunden los destinos y los apetitos de las
víctimas y de sus victimarios. Tal vez La rueda de la maravilla no sea la mejor de las películas de Woody Allen, pero en su trabajo reciente es, al lado de Jazmín azul, uno de los manejos más inteligentes de un patético melodrama intimista y de sus posibles repercusiones sociales.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: Carlos.Bonfil1
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