Autor: Álvaro Cepeda Neri *

Esa democracia directa es la otra cara
de la democracia representativa, donde los ciudadanos solamente son
libres, ¡oh, Rousseau!, el día de las elecciones; aunque hay que aclarar
que con el priísmo-panismo-perredismo ni siquiera ese día han podido
serlo debido a la compra del voto, la manipulación electoral por parte
del Trife, el ahora INE y hasta la Suprema Corte. Esto implica que ya
llegados al poder y durante el período que esos representantes ejercen
los cargos, únicamente vean por sus intereses personales, familiares y
de partido; y por supuesto todo lo que atañe a las élites políticas y
económicas con las que se coludieron y de quienes recibieron favore$$$ para llegar a “donde hay”.
Así que entre tanto compromiso que han
contraído aceptando las “aportaciones” de todos esos cómplices, que
entonces tienen que pagar, se olvidan del pueblo y lo engañan con el
“palo y la zanahoria”, explotando a los trabajadores y a todos aquellos
que participan de la actividad laboral. Así el pueblo, ante la primera
oportunidad de enfrentar a la democracia indirecta o representativa,
echa mano de la democracia directa para ejercer, popularmente, sus
derechos políticos por la vía pacífica.
Pero si las élites enquistadas en los
poderes neciamente se oponen a modificar su forma de gobierno y
persisten en seguir haciéndolo jamás en favor de los ciudadanos,
entonces esta acción es desviada al arsenal de las revueltas, las
manifestaciones y las protestas para nombrar a sus tribunos republicanos
en elecciones donde ese populismo arrasa a sus adversarios, rivales y
enemigos. Esto es lo que real y cabalmente significa el actual populismo
electoral; es un populismo democrático que se ha rebelado contra el
populismo de derecha antidemocrático, militaroide y de corte neoliberal
en lo económico.
El populismo nacionalista y democrático,
con base en la democracia directa, postula un neoliberalismo político
contra el capitalismo corrupto donde empresarios, funcionarios, partidos
tradicionales y delincuencia han estado despojando al pueblo para
someterlo al empobrecimiento, las desigualdades, cancelándole sus
libertades constitucionales y encadenándolo a una singular esclavitud
social. Así que ese populismo –del latín: pueblo–, renace constantemente
ante los abusos que llevan a cabo las élites y, en nuestro caso, el
septuagenario y cada vez más depredador priismo (para no irnos hasta el
callismo). Corrupto y encubridor de sus cárteles delincuenciales desde
que en 1946 el alemanismo traicionó a la Revolución, e implantó la
contrarrevolución de los sexenios que atacaron el populismo de Lázaro
Cárdenas, hasta el peñismo y la derechización del panismo con Fox y
Calderón. Y cuando el máximo antipopulismo se desarrolló durante el
sexenio maldito de Salinas, quien busca perpetuarse con Anaya o Meade.
Aquí es preciso hacer hincapié en los
dos casos claros de populismo que han existido: el estadunidense y el
clásico ruso. Ambos apelan al pueblo. Y han creado movimientos contra
las élites por medio de una democracia populista, proponiendo la
revocación de los representantes (para obtener más información sobre el
tema, hay que consultar el ensayo de Margaret Canovan, en el Diccionario del Pensamiento Político,
de Alianza Diccionarios, dirigido por David Miller). Así que el
dirigente populista hace un llamado al pueblo con base en un programa
democrático para rescatarlo de la pobreza masiva; que a su vez también
profundice la democracia representativa y evite la corrupción política y
económica con deslinde de responsabilidades a los funcionarios.
Ese es el populismo democratizador que a
lo largo de la historia se ha ensayado en varias épocas en los países
donde las élites gobernantes se han enriquecido ilícitamente con el
dinero del pueblo, marginando a las mayorías y desarrollando programas
sociales y económicos sólo para beneficio de las minorías depredadoras.
Ese populismo es la vía pacífica para resolver los problemas de la
democracia con más democracia.
Álvaro Cepeda Neri
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