5/30/2020

El coronabicho sigue allí

lasillarota.com

María Teresa Priego

Abrir los ojos por la mañana como si la vida fuera normal hasta que el recuerdo de la realidad te atrapa

La cuarentena es un espacio de destiempos. Un silencio prolongado. Un extravío. Abrir los ojos por la mañana como si la vida fuera normal, hasta que el recuerdo de la realidad te atrapa. El semáforo de la Ciudad de México sigue en rojo. Y seguirá. Ni manera de alinear los chakras. La taza de café continua siendo el parteaguas entre los sueños que no recuerdo y la luz intensa que entra por los ventanales. Calculé en cápsulas de café los días que imaginaba de encierro. En ese momento me sentí excesiva y ahora me pregunto si no me faltó previsión. 
Mis lentejas sistema maceta con tierra e hidroponia han crecido de manera considerable. También las raíces de los chayotes. Las canas en mis cabellos. Aferrarse a los gestos más cotidianos. A los modos más minúsculos del bienestar. Hoy el hijo de mi amiga hace su entrega de tarta de manzana, pan de masa madre, pastel de elote, conchitas de vainilla. Mi hijo menor vendrá a visitarme. Me espera abajo con su cubre boca, paseamos a las perruchis. Nos sentamos en banquitas separadas. Conversamos largo y ancho. Tiene unos ojos muy bonitos. Me concentro en sus ojos. Qué lugar tiene ahora la mirada. La leemos más que antes. Se agudiza esa experiencia de los ojos como faros interiores.
Los ojos. También en las videollamadas que ordenan los afectos. Las comidas con las amigas cada una en su casa, frente a su plato y su copa de vino. Cada una en su cuadrito en la pantalla. Cuánto nos hemos necesitado siempre. A qué punto constatamos ahora lo que ya sabíamos: tantísimos años de navegar juntas. Conocernos, desconocernos, reconocernos. Memoria cada una de las memorias de las otras. La vida es buena. La vida es brutal.
Conversamos de los temas exteriores e interiores. Una amiga nos hace notar que discutimos con mucha más calma, que a veces, cuando hablamos de política en nuestra mesa de la realidad, nos encendemos tanto, que "si fuéramos hombres terminaríamos a los golpes". El coronabicho nos convierte en seres más ansiosos, y, sin embargo... Es quizá la inmensa fortuna de acompañarnos lo que ahora nos modera, sin que nos demos cuenta. Hay una nueva humildad en el amor: el alivio cuando constatamos por las mañanas que (todavía) estamos sanas. La dicha de saber que hay vínculos que son a prueba de fuego. Porque han dado sus pruebas.
La madrugada y ese letrerito en la cabeza: "Covid-19". La portada del New York Times con los nombres de cien mil personas muertas y al lado de cada una, un pequeño detalle: qué prefería. Cien mil familias. Las/los amigas/os de cien mil personas. Es una locura. Sí, la película de ciencia ficción inscrita en el horror. Concentrarse en el trabajo. Dos libros para traducir del francés. Amo esa lengua. ¿Qué quiso decir la autora? ¿cuál es su tan singular manera de aprehender esta palabra y la otra? Busco su nombre en Google. La miro en sus fotos. La escucho en conferencias. Necesito aprehenderla para traicionar lo menos posible sus palabras.
Qué difícil resulta concentrarse. Las largas vencidas entre el desbrujulamiento y el objetivo. Cuando el objetivo gana son días buenos. Las horas de lectura barren al bicho de la casa. Inventarse un futuro. Un viaje por venir. Una ciudad de personas liberadas en las calles. Un avión. Un barco. Un tren. Una isla remota de arena blanca. Falta mucho, es cierto, pero falta más si la concentración no gana. Mis hijos me ayudan a inventar futuro: "cuando vengas a visitarme..." Abrazarlos. Esa distancia geográfica (con dos de ellos) que ya era vasta y vastísima, se convirtió - de golpe- en infranqueable.
Escriben por todos lados que al "salir de ésta" seremos distintos. ¿Distintos cómo? Sugieren que "mejores personas". ¿Cómo hablar de esa potencial diferencia homogeneizando a tantísimos millones de seres humanos? Pero es, me imagino, remar en la esperanza. En los aprendizajes que podrían ofrecernos las corrientes subterráneas, si tenemos las mínimas condiciones para tomarlos. Y el deseo de hacerlo. Aprender a reconocernos entre humanos. Aprender a reconocernos en la naturaleza y en los seres sintientes. Aprender a escuchar más cerquita, porque hemos estado lejos físicamente. Escuchar más hondo, porque nos hemos extrañado.
La casa cada vez se llena más de plantas. Tenía un gran saco de tierra y cantidad de macetas y botellas de vidrio. Me he aplicado en aquello que germina. Quiero que el verde y las flores crezcan por todos lados. Como en Tabasco. Que la hiedra tome las paredes. Que el "teléfono" se desborde por las escaleras. Quiero reproducir una íntima selva que proteja. Imaginar a los ocelotes y a las guacamayas y a los changos y a los pericos. Sueño con lagartos y tortugas. La selva. El más ordenado de los caos. Como en mi infancia.

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