9/23/2020

AMLO y los odiadores profesionales


La realidad política y social de México guarda notables similitudes con la de Argentina. Veamos: 1. Ex presidentes y funcionarios de Estado investigados por saqueo de fondos públicos y corrupción. 2. Falsas noticias, mentiras, difamación, satanización de los líderes populares en los medios concentrados, y legiones de trolls pagados en las redes antisociales. 3. Políticos desacreditados que abren la puerta de un refrigerador, y cuando se enciende la luz hacen declaraciones. 4. Chayoteros que con ilustrada candidez prenupcial, se victimizan, afirmando que la libertad de expresión está bajo asedio (sic).

Fuera de los trastornos mentales ocasionados por el Covid-19, nada de lo punteado es casual. Los gobiernos de México y Argentina no responden, exactamente, a los ideales de Donald Trump, Jair Bolsonaro y Benjamin Netanyahu.

A mediados de 2018, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ganó las elecciones presidenciales con poco más de 53 por ciento de votos válidos. Y a finales de 2019, Alberto Fernández (AF) se impuso con 48 por ciento de votos ídem.

No todos los votantes de AMLO eran izquierdistas, y no todos los de AF peronistas. Pero buena parte de sus detractores eran retrógrados que, parafraseando a Benito Juárez, también eran mexicanos y argentinos. Desde entonces AMLO y AF padecen el acoso de minorías sediciosas que buscan imponer su agenda. Se trata de un clásico de esta época tan desquiciada: izquierdas que se imponen con amplia mayoría, y son señaladas por la oposición de intolerantes y populistas. Y derechas que cuando llegan al poder con la mínima diferencia de votos, denigran a la oposición.

Para simplificar la confusión de lo que cada quien entiende por izquierda y derecha, AMLO prefiere hablar de liberales y conservadores. Entiéndase bien: conservadores como los que de hinojos rogaron a un príncipe europeo aceptar el título de emperador (Trieste, 1863), y liberales como los que en el Cerro de las Campanas pusieron fin a sus días porque se lo creyó (Querétaro, 1867). México vivió tres grandes transformaciones políticas. La primera lo emancipó del pasado colonial (1810), la segunda del despotismo feudal (1857) y la tercera impuso un nuevo orden social (1917). Pero como su historia distó de ser perita en dulce, AMLO propuso la Cuarta Transformación (4T).

Originarios o no, los pueblos de México vertieron su sangre en esas luchas, y una pléyade de intelectuales las interpretó con sus luces. Naturalmente, todos ameritan ser leídos, estudiados y analizados. Es el único modo de tomar el pulso de la historia verdadera. De lo contrario, pensamos con el hígado. Se piensa con el hígado cuando uno de los hemisferios cerebrales anula al otro. Sentimientos como el odio y el amor carecen de ideología y conviven en el hemisferio derecho. Mientras el izquierdo (donde los entendidos sitúan la conciencia) reconoce lo que odiamos o amamos.

Por ejemplo, si vamos caminando por la calle y reconocemos un rostro, el hemisferio derecho lo identifica. Pero el nombre que corresponde a la persona que posee dicho rostro, junto con la reacción emocional que suscita, lo proporciona el hemisferio izquierdo. (V. gr.: ahí va el gran amor de mi vida, ya llegó ese hijo de la chingada, etcétera.)

Excepto cuando aparecen lesiones y tumores. Entonces, la percepción de la realidad se altera. Y de la percepción alterada surgen los odiadores profesionales que, a pesar de ser bípedos, revelan una mentalidad inferior a la de un cuadúpedo. Rasgo distintivo del odiador profesional: creer que su odio sólo le hace daño al otro.

En el caso de los que en días pasados salieron en defensa de la libertad de expresión, sería erróneo calificar a 650 abajofirmantes de odiadores profesionales, o cuadrúpedos. Cualquier bípedo iniciado sabe que menos de 20 acarrearon al resto. En particular, el que lleva 40 años sintiéndose la moral de la República, o algo así.

Estoy seguro de que la mayoría de los abajofirmantes aceptan no tener toda la verdad. Pero otro hubiera sido el documento de marras, de haber manifestado su dolor por los periodistas asesinados durante los sexenios de Carlos Salinas de Gortari (26), Ernesto Zedillo (20), Vicente Fox (35), Felipe Calderón (111) y Enrique Peña (86).

De los datos registrados por el Commitee to Protect Journalists de Nueva York, (CPJ) se infieren otros: en 122 años (1860-1982) México padeció el asesinato de 105 periodistas (1.16 por año); y en 35 años de neoliberalismo (1983-2018) fueron asesinados 278 (7.94 por año).

Ahora bien. Para que tal sangría fuera posible, era necesario contar con un pequeño batallón de académicos, economistas y pobretólogos especializados en omitir, maquillar o relativizar la barbarie intrínseca del llamado único modelo viable. En este sentido, AMLO tiene razón: el ejercicio del poder atonta a los que carecen de convicciones y principios. Y a los tontos los vuelve locos.

A Manuel Buendía (1926-84), Miroslava Breach (1963-2017) y Javier Valdez (1967-2017)

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