5/28/2022

Nuestra dignidad como mujeres indígenas


María José Prudente es una mujer del pueblo de la lluvia que deja muy en alto la dignidad de la gente de la Montaña de Guerrero. Hace más de 20 años migró a Estados Unidos. Siempre soñó con ser abogada. Su objetivo era luchar por las mujeres que por muchos años han sido violentadas en esta región de México, donde pareciera que los derechos femeninos sólo están en el papel. Fue testigo de primera mano de cómo muchas niñas de su comunidad, Yerba Santa, eran ofrecidas al mejor postor. Siempre supo que no quería eso para ella, ni para las otras mujeres de su familia.

Desde muy joven tuvo la inquietud de hacer perdurar su lengua. Se sentía orgullosa del legado de sus abuelos: Recuerdo que cuando iba a la casa de mi tata y de mi nana en el pueblo, yo era muy feliz. En ese momento, María José supo el gran privilegio que representaba hablar tu’un savi. En el fondo de su corazón sabía que era una oportunidad de conectar con sus antepasados y su cultura.

A muy corta edad se enfrentó a las consecuencias de la discriminación, pues su padre decidió meterla a estudiar inglés buscando que cada vez más se olvidará del tu’un savi. Fue como sentir que hacía algo malo, como si no era correcto ser lo que soy. Después entendí que él sufrió mucho cuando se fue de la comunidad, vivió la marginación y el racismo. Fue duro para mi padre terminar la carrera, pues sufrió mucho sólo por ser indígena. Ahora que es madre, María José sabe que su padre lo hizo para que la vida no fuera tan difícil como lo fue para él.

El otro reto para María José fue cuando decidió qué estudiar. Sus padres la obligaban a entrar a la normal para ser maestra, pues en la región son de las pocas oportunidades que se ofrecen con becas. María José no aceptó. No vio más opción que abandonar su hogar y su pueblo. Como muchas mujeres y hombres na’savi, migró; pero esta vez muy al norte, a Estados Unidos.

Tras varios días de viaje llegó a Nueva York, lugar que acoge a muchos de nuestros paisanos. “Llegue a una casa con unos primos; estábamos muchas personas. Todos hablaban tu’un savi; ahí lo perfeccioné, por eso lo hablo bien”. A pesar de estar en un lugar del llamado primer mundo, muchas comunidades indígenas buscan mantener sus tradiciones y costumbres, por lo que reproducen fuertemente algunos patrones de conducta, como es la violencia que viven las mujeres. Esa misma violencia cruza fronteras y se recrudece en ese país, donde, a pesar de que existen muchos centros de atención, las mujeres indígenas no logran acceder a ellos. En los pueblos las mujeres siempre están por debajo del hombre, a mí no me educaron así, pero aquí me tenía que aguantar. No tenía de otra, estaba en un lugar extraño, donde tenía muy claro que tenía que encajar, pues de lo contrario terminaría en la calle. María José narra con tristeza y coraje sus primeros meses en Nueva York. Cuenta que hasta para ocupar el baño las mujeres eran las últimas, pues por tradición las necesidades de los hombres están por encima de ellas. Muchas veces llegábamos tarde, algunas de nosotras perdimos el empleo por esta razón, pero eso no importa, pues así es la costumbre.

Otro duro golpe que vivió María José fue una terrible violencia doméstica, que la hizo terminar su primer matrimonio. “Aún recuerdo los días que tenía que ir a la corte a encarar a mi ex pareja. Ahí entendí la necesidad de la palabra, pues muchas veces no podía expresarme correctamente. Era difícil para mí, sentía mucha tristeza, pero me tuve que defender. Así es la vida de las mujeres indígenas, a pesar de la adversidad siempre salimos adelante por nosotras y por nuestros hijos. El gran aprendizaje que me dejó esta complicada etapa de mi vida fue que necesitaba ayudar a otras mujeres para que no vivieran lo mismo que yo. Es por eso que quise prepararme para aprender mejor español e inglés para poder interpretar el tu’un savi de mujeres en las cortes. Mientras, seguí con mi hija luchando para salir adelante en estas tierras.”

Después de mucho tiempo María José conoció a su actual pareja. Me costaba confiar en alguien, pero él llegó y me mostró que no todo son golpes o gritos. Me hizo volver a creer en el amor y en el respeto. Al principio no entendía que alguien me pudiera tratar tan bien. En mi mente sólo pensaba cuándo cambiaría y será como los demás. Para sorpresa de María José, más allá de violentarla, siempre le enseñó la importancia de superarse como persona día a día, así como la importancia perseguir sus sueños. Con esta idea en mente María José decidió regresar a México, a su país anhelado. Ella, su esposo y sus dos hijos emprendieron el camino de regreso.

La falta de oportunidades laborales y lo complicado de un futuro para ella y su familia hizo que se esfumara la ilusión de volver a su tierra. Ella sabía que no podría tener la misma oportunidad que en Estados Unidos. Regresó allá sola. Meses después trajo a su familia. Investigó sobre la educación a distancia, se preparó por muchos meses para tomar el examen de ingreso. Su esfuerzo rindió frutos y entró a estudiar derecho en la UNAM.

María José tiene la convicción de hacer algo por su pueblo, por su gente y por las mujeres que viven violencia. Por ello formó un grupo de mujeres na’savi, que una vez a la semana se reúnen para tejer. Lo extraordinario del proceso es que ese espacio es de confianza para que hablen de sus problemas, de la violencia que viven en sus hogares, así como de las dificultades que enfrentan para ser entendidas en un país angloparlante. De lo mucho que quieren sacar adelante a sus hijas para que no vivan lo mismo que ellas, pero lo más importante es que se dignifican y se reconocen como mujeres valiosas y poderosas. Que a la distancia se han vuelto referente tanto en sus comunidades como en sus familias. María José es ejemplo de la gran dignidad que tienen las indígenas que, a pesar de la adversidad, buscan un futuro para ellas y sus familias.

* Integrante del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

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