6/07/2022

Brasil «Las mujeres negras queremos ocupar lugares estratégicos en el gobierno de Lula»

 

7 de junio de 2022.

Por Luciana Peker



Vilma Reis llega y todas la miran, la miran. Ella, primero, mira, calla, escucha, se sienta al costado. Pero la mirada de las demás la eleva. En Brasil, las diosas son paganas y la fe se cuela por la política para poner una barrera al placer y a la política

Brasil, 02 jun. 22. AmecoPress/Las Bravas.- Vilma es hija de un gremialista ferroviario. Y esa tradición (sindical, familiar, personal) también la eleva. Ella sube la barrera en donde la fe se usó para defenestrar la democracia y hace de su discurso una performance de fe.

Tal vez es lo que la política necesita. Volver a tener fe en la política. Y una política con fe de cambio. Además de entender los trucos de los derroteros de la política sin dejarse derrotar, ni regalar la magia de una deidad política como Vilma. Ella no habla, hace una puesta en escena; no grita, vibra, para que nadie se distraiga en la vibración de sus celulares, en épocas de política de corta atención.

Ella pone sobre el piso una instalación de remeras, plantas, pancartas, libros y muñecas cosidas sin hilo, sino con nudos. Las traían las esclavas. Hoy las mujeres negras quieren llegar a la política para desatar los nudos: la violencia machista que mata, la violencia racista que encarcela a los jóvenes, la pobreza que las deja de a pie, la mortalidad materna que arrebata la vida por ser madre o por no querer ser madre o por no poder pensar en qué se quiere antes de ya serlo.

Vilma atrae la atención y el consenso. Ella es precandidata a diputada federal por Salvador, Bahía. Las bahianas son un emblema de mujeres negras como postales de souvenirs. Pero los varones blancos son los que mandan. Para dar vuelta la postal hay que dar vuelta el poder. Ella quiere hacerlo. Muchas la acompañan con el lema “Agora é ela”.

Pero el desafío no es fácil. La imagen de Lula da Silva (de 76 años) se desparrama en toallas con su cara en los supermercados; las remeras con el fondo verde del líder salido de la cárcel y recién casado (con la socióloga Rosângela da Silva, conocida como Janja, de 55 años) dan esperanza cuando inicia su campaña elogiando la lucha de las mujeres y su importancia.

En el lanzamiento de su candidatura para ir por una tercera candidatura, en San Pablo, el 7 de mayo, Lula dijo: “Quiero felicitar a las mujeres brasileñas por las conquistas que ya obtuvieron y las que van a obtener a partir de las elecciones de 2022. Ustedes no son mayoría sólo numéricamente. Son mayoría por la capacidad de elaboración de propuestas y la capacidad de lucha”.

La barba de Lula se vuelve una imagen de fe frente al avasallamiento de Jair Bolsonaro en el poder y en el uso de la necropolítica para desestimar la muerte y a las mujeres. El merchandising popular sale a lucirse por el barrio de la Barra, donde el mar es un cuadro que nunca falla a espaldas de la Roma negra latinoamericana. Pero no se trata sólo de que las mujeres sean souvenirs de la fiesta. Hay un mar de mujeres negras que lo apoyan y que ya no quieren ser silenciadas.

Vilma Reis es feminista, defensora de los derechos humanos, socióloga, máster del Doctorado en Sociología de las Relaciones Raciales y pertenece a la Organización de Mujeres Negras por los Derechos Humanos. Ella ingresó en el Partido de los Trabajadores (PT), de Lula, en 2007. No es una más. Y quieren sumar a más de una. Ahora busca ser diputada por el PT. No es sólo que gane Lula sino que, con él, ganen las mujeres que lo acompañan.

Ella fue presidenta del Consejo Estatal para el desarrollo de la comunidad negra. Fue elegida, dos veces, defensora del Pueblo por organizaciones de la sociedad civil. Fue reconocida con la medalla Zumbi dos Palmares por su lucha contra el racismo, el genocidio de la juventud negra y la defensa de la comunidad LGBT. Uno de sus lemas es: “Entender las soluciones es más fácil cuando convivimos con los problemas la vida entera”.

Vilma Reis nació en 1969, en Salvador, en la capital del estado de Bahía, en el nordeste brasileño. Creció en el Recôncavo de Bahía (el área metropolitana) en donde 90% son mujeres negras. Su papá fue un sindicalista ferroviario y su mamá una feriante que vendía verduras y frutas en la calle.

Ella es parte de la revolución de las hijas que admiraron la lucha de los padres y la llevaron más lejos aún que los propios trenes en los que trabajaba. Su papá fue perseguido por la dictadura militar porque era sindicalista y ayudaba a sus compañeros a conseguir plata cuando el ferrocarril dejó sin pago a trabajadores durante seis meses como represalia por sus demandas.

Su familia pasó de vivir en Nazaré a Salvador, la capital de Bahía, pero la situación se volvió difícil y su papá se enfermó. Lo empujaron del tren y se partió un pie. Su salud mental también quedó en el andén. Ella ahora le pone las palabras justas con las que combate la injusticia: violencia institucional. Pero, de niña, las palabras no la protegían. Aunque, sí, la impulsaban.

Entre idas y vueltas, junto a su hermana, a los 15 años comenzó a participar en el movimiento estudiantil. Ahora tiene 52. Hace 37 años que milita. En la secundaria, la universidad, los feminismos, el movimiento de mujeres negras y la política. “Soy una mujer negra, feminista, anticapitalista, de izquierda”, se define. “Soy socióloga, profesora, educadora”, relata lo que hace. “Estoy en el espacio de la universidad y en los movimientos populares”, describe donde trabaja.

“La posibilidad de Francia Márquez es un espejo para nosotras”, definió sobre la centralidad de las elecciones en Colombia para las mujeres de toda América Latina, en el conversatorio público realizado en el Instituto Goethe de Salvador el 29 de abril último en el marco del encuentro internacional “Semillas de resistencia: perspectivas feministas y antirracistas hacia las instituciones”, organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo.

Ella habla tanto que también habla en esa lengua enraizada, creada para entenderse sin ser literales, que es el portuñol. Una forma de denominar el Mercosur más allá de los acuerdos comerciales. Y de volver a entendernos entre los feminismos latinoamericanos sin quedarnos separadas por las facciones territoriales que nos llevan más lejos de lo que en realidad estamos.

Ella denuncia el “golpe” que derribó a la (ex) presidenta Dilma Rousseff y culminó con la “elección de un presidente autoritario”. Y define también el objetivo central de Brasil: “Lo más importante en este momento de la democracia popular en Brasil es la elección del compañero Luis Inácio Lula da Silva como el próximo presidente de la República”, subraya el gran desafío brasileño de 2022.

¿Qué significa Lula?

Lula es la inspiración política en Brasil y nosotras tenemos mucho orgullo de tenerlo como representación del Partido de los Trabajadores y de las trabajadoras. La población afrodescendiente de Brasil (con más de 212 millones de habitantes) es 56% del país. Las mujeres negras somos 28% de la población. El 78% de la población negra ya decidió votar a Luis Inácio Lula da Silva.

¿Por qué es importante que la plataforma de Lula apoye a las mujeres negras?

Es importantísimo que la izquierda tradicional tenga una discusión horizontal y con el mismo nivel con las mujeres negras, con las hermanas indígenas, el pueblo originario de Brasil, los yanomamis, los guarayos, los pataxó, etcétera. No son los capitalistas los que están decididos a elegir a Lula. Somos nosotras.

Si las mujeres negras y originarias van a apoyar a Lula, ¿Cuáles son las medidas que le piden a cambio de ese apoyo?

Es fundamental hacer una reforma agraria, la legalización de las quilombolas [los territorios habitados por afrodescendientes que reivindican las raíces africanas y la emancipación], los territorios tradicionales indígenas y la pesca artesanal. También es central discutir las políticas de drogas en Brasil y el encarcelamiento de los jóvenes. Hay 830.000 jóvenes negros en la prisión. En el sistema de justicia de Brasil tenemos 2,1 millones de personas negras implicadas en la justicia criminal.

¿La guerra contra la droga trae como consecuencia la criminalización de los jóvenes negros?

La guerra contra las drogas es la guerra contra los negros y empobrecidos de este país. El 72% del país vive con un salario mínimo o, como mucho, dos.

¿Por qué nombra, en sus investigaciones, al Estado como viciado en vez de a los consumidores como viciosos?

Cuando estuve en la Defensoría Pública de Estado de Bahía, mi trabajo fue sobre la política de seguridad pública y la guerra de las drogas, y el título fue “Viciado por el Estado”. El tema es que los jefes de la seguridad pública ejercieron movimientos de control en los barrios negros de Salvador.

¿Cómo empezó su participación en el feminismo?

En 1997 organizamos el XII Encuentro Nacional Feminista, con la participación de 722 mujeres y delegaciones de 25 países, y fue la primera vez que tuvimos una comisión con la mayoría constituida por mujeres negras. Desde esa época continué el movimiento de las mujeres negras.

¿Cómo se enlaza con la lucha antirracista?

Con un grupo de la universidad federal iniciamos una escuela de formación para enfrentar el racismo, cambiar la escuela y discutir sobre la diáspora de África. Después fui profesora de la universidad, en Chapada Diamantina, en el centro de Bahía, y promovimos un trabajo con 21 comunidades quilombolas donde trabajé por diez años, al mismo tiempo que en la escuela y en la universidad.

En Salvador hay mayoría de mujeres negras y apenas hay dos mujeres negras representantes en la legislatura municipal. ¿Cómo se produce esta disociación entre población y representación?

En el municipio hay 43 legisladores y sólo siete son mujeres y, entre las siete, sólo dos mujeres negras.

¿Por qué lanzó una precandidatura para ser alcaldesa de Salvador y fue un objetivo tan difícil?

Fue como la guerra. Los hombres nos decían “no, no es posible” y nosotras sostuvimos el debate. Ahora tenemos la precandidatura para ser diputada federal en el Congreso Nacional.

¿Qué le piden las mujeres negras a Lula?

Paridad racial y de género.

¿Qué se necesita para construir esa paridad?

Es necesario repartir el fondo electoral con justicia. Los candidatos blancos tienen mucha, mucha, mucha plata. Y las mujeres negras e indígenas, casi nada de plata. Nosotras trabajamos toda la semana para viajar sábado y domingo. No tenemos plata para sustentar la estructura de la precampaña.

¿Cómo se puede modificar esa desigualdad de poder para llegar al poder?

En 2020, Benedicta da Silva [exgobernadora de Río de Janeiro y actual diputada federal] hizo una propuesta al Tribunal Superior Electoral [la instancia máxima jurídica electoral en Brasil], que coordina elecciones, para que las mujeres tengamos fondos para hacer campaña. Es muy importante que los dirigentes de los partidos políticos tengan conciencia de esa necesidad.

¿Qué le piden a Lula si es elegido presidente?

Nosotras estamos hablando con Lula de que, después de la elección, las mujeres negras e indígenas podamos estar en espacios estratégicos del gobierno, no solamente en la Secretaría de la Igualdad Racial, no solamente en el Ministerio de las Mujeres. Nosotras queremos representación en las decisiones financieras, la salud, la Justicia, el urbanismo, la ciencia, la tecnología y el agro. Es muy importante porque, dentro de la izquierda tradicional, siempre la posición es: “Nosotros, los blancos, los intelectuales, los hombres, pensamos muchísimo en ustedes. Estamos haciendo la política para los negros”. Nuestra idea es que no vengan los que nunca se subieron a un ómnibus a decir cómo hacer un ómnibus, sino que las mujeres negras que andamos en ómnibus seamos las que podamos planificar cómo hacer los ómnibus. No queremos que decidan por nosotras, sino que seamos nosotras las que decidamos.

Fotos: Archivo AmecoPress. Fundación Rosa Luxemburgo. 

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