“Dice la oposición en estos días, que la pluralidad debe ser proporcional a lo que sea que ellos consideren minorías. De nueva cuenta, es concebir al legislativo como una contención de la actuación del Ejecutivo”.
Ahora que la oposición habla de sobre representación de la mayoría que votó en la elección del 2 de junio pasado, me he propuesta dedicarle una reflexión a lo que significa “representar” en política. No es un asunto tan claro, toda vez que la palabra quiere decir, en un origen, “volver a presentar algo que estaba ausente”. Las pinturas, los símbolos, los actores del cine, los legisladores, el Presidente y aun, aunque lo nieguen, los jueces “representan” algo de eso que se supone que estuvo ausente. Hay visiones despolitizantes y politizadas. Hay unas de derecha bastante antidemocráticas y la visión de una izquierda nacional-popular como el obradorismo. De esas diferencias trata esta columna.
Primero está la visión “formalista” que viene de la derecha abogadil, de los líderes del PRIAN y los catedráticos tipo Aguilar Camín. En ella hay una lectura de Thomas Hobbes que estableció hace cuatro siglos que la representación era la “autorización de alguien para que actúen en su nombre”. Eso quiere decir que alguien, es decir, el pueblo le da el derecho y también la obligación a otro de actuar con respecto a cierto límite fuera del cual ya no lo representa. No hay malos y buenos representantes, sólo personas que representan o no representan algo o a alguien que, en las democracias, es un grupo mayoritario o minoritario de ciudadanos. Es como un abogado, que nos representa para sacarnos de un aprieto o un agente que habla por nosotros. El problema viene cuando se trata de saber qué es lo que está representando. Por ejemplo, si alguien es asignado para representar al director de un hospital en una reunión, pues atenderá a los intereses del señor director. Pero, si es designado para representar al hospital en su conjunto, es la permanencia y la manutención de toda la institución lo que esa persona debe proteger. Es lo mismo con el Estado y su jefe, el Presidente de la República: no se representa a sí mismo, ni siquiera a sus electores, sino a la permanencia y bienestar del país completo. De igual forma, los legisladores o los jueces representan, o debieran hacerlo, el interés general, que es la duración de la nación en el tiempo. Pero no lo hacen. La oposición dice que representa a las minorías que muy frecuentemente son los intereses extranjeros, por ejemplo, de la industria eléctrica. Es una reprsesntación que usa las elecciones para servir a un tercero, que es el dueño de Iberdrola o de una mina canadiense. Aquí se rompe la representación popular y, por ello, cuando los legisladores y, luego, los magistrados de la Suprema Corte se negaron a aceptar la soberanía de México sobre la generación, distribución, y precios de la luz, cayeron en un descrédito monumental. En esta visión puramente formalista, caben también los que creen que la representación es sólo rendir cuentas. Esto es como darle permiso a un legislador de que haga lo que quiera asumiendo que vendrá el castigo del electorado que le negará la releección. Ahí están los casos como el de Lilly Téllez, que nos dejó de representar desde que tomó posesión como legisladora con la agenda de la utraderecha. Así, tanto la que reduce la representación al momento en que le damos a otro la autorización para actuar como el que la rebaja a la rendición de cuentas, no se concentra en el periodo en que un legislador nos representa, sino en el antes y el después de su ejercicio de autoridad.
La segunda forma de entenderlo es como hicieron los estadunidenses en un inicio. John Adams, el Constituyente, creía que el Congreso debería ser “un retrato en miniatura de la población” que debería “pensar, sentir, razonar y actuar en consonancia”. Un Congreso como transcripción, como traducción, como reflejo , como eco, un mapa a escala de la población, fue lo que llevó a los estadunidenses a pensar que los legisladores deberían ser y no hacer. Se fijaron demasiado en la composición de las legislaturas y no tanto en qué deberían de hacer. Es como si el Congreso fuera sólo para debatir y no para actuar. Pero además, que debería de estar compuesto por las mismas características poblacionales de sus estados. Entonces, habría estados campesinos o negros o de mujeres. Este absurdo ha llevado a la política norteamericana a que se vote por quien es similar en apariencia a sus electores o, peor, por quien parece similar a la aspiración que tienen. Sólo así se acaba votando por un magnate abusivo como Donald Trump o, en México, por alguien guapo como Enrique Peña Nieto. Representación no es réplica. Pero tampoco estadística. Este equívoco alberga el dividir la representación en grupos, chicos o grandes, de apariencias —la llamada “política identitaria”— o, igualmente pernicioso, de intereses. Se asume en esta visión que un guanajuatense clasemediero piensa y siente y actúa como guanatjuatense clasemediero. ¿Qué significa eso? Realmente nada. Es un prejuicio.
También la idea del Congreso como retrato en miniatura o como mapa a escala pequeña del país entero nos lleva a los llamados “proporcionalistas”, es decir, los que inventaron, por ejemplo, las cuotas y los representantes plurinominales. Dice la oposición en estos días, que la pluralidad debe ser proporcional a lo que sea que ellos consideren minorías. De nueva cuenta, es concebir al legislativo como una contención de la actuación del Ejecutivo. Un Congreso que expresa la variedad de opiniones y no, como requiere hoy el país, un legislativo que actúe. Para eso le dimos la mayoría calificada. Para que actúe y no solamente por la conciencia de su propia mente y deseos, sino con un mandato imperativo, que llamamos el “Plan C”. Representar es actuar por nosotros, en nuestro nombre. No ser como nosotros.
La tercera idea en juego cuando hablamos de representación es la simbólica.Simbolizar no es representar, ni siquiera cuando hablamos de arte. El ejemplo es Cristo simbolizado en un pez. No le hace favor alguno a su aspecto real porque la intención es condensar, sugerir, una idea. Otros símbolos, por ejemplo, los de las matemáticas, son simplemente arbitrarios. Los legisladores en el Congreso no son símbolos, son representantes que actúan en nuestro nombre. Para símbolos bastaría que fueran unos figurines posando o botargas de dinosaurio. No son eso y lo sabemos. Representar es signficar no simbolizar porque en un signifcado hay forma de describir sus funciones y características con palabras. Los símbolos tienen una parte difusa, totalizadora, que no admite descripciones. La bandera nacional simboliza a México, cierto, pero no lo significa, no lo explica. Sólo nos emociona. Eso, aunque es bastante en política, no es suficiente cuando hablamos de que alguien, una mayoría calificada, actúe obligadamente por nosotros, en nuestro nombre.
Lo que tienen en común estas tres formas de ver la representación, como formalismo, es que no se concentran en lo específicamente político de lo que deben representar y a quienes. Si es una autorización, rendición de cuentas o símbolo, lo que menos importa es lo que hace. La política de izquierda responde a esta pregunta de una forma contundente: el pueblo, la mayoría calificada en el Congreso, tiene una guía de comportamiento, se espera que apruebe lo que planteó como Plan C el Presidente. Tiene un mandato. No son los legisladores totalmente impunes y creo que ese ha sido uno de los mnesjaes del nuevo consenso social mexicano expresado con 36 millones de votos sin importar geografía, género, ingreso, escolaridad, etnia. El mandato. Una actuación. En la concepción de representación de la derecha, sea proporcionalista o reflejo del país o símbolo de un ente abstracto, el legislador, el repreentante, no tiene que hacer nada, sólo ser. Es como un objeto inanimado. Lo que se le está pidiendo a los legisladores y hasta a los jueces es que actúen por nosotros. No que sean como nosotros o nos simbolicen. Sino que voten por lo que ya previamente votamos. Así es el impèrativo al que se enfrentan hoy los diputados y senadores de la mayoría calificada. Los jueces, por su parte, al estar sujetos a la votación también tendrán el mandato de actuar conforme a la ley y al interés general, no el de un puñado de magnates inescrupulosos y corruptos.
¿Qué es lo que representan? No a cada individuo, digamos, de su distrito electoral, sino la opinión general hecha fuerza. En el caso de los jueces, éstos deberían, de representar al Estado y, como la fuente de legitimidad del Estado, es el pueblo, pues a este, también y en primer lugar. Pero lo que tenemos hasta ahora es que ellos mismos dicen representar minorías. Dicen que tienen una función de contra-mayoría, lo que hace de la política una especie de sube y baja, que no conduce más que a la parálisis. Lo mismo puede decirse de los legisladores que se autodenominaron “contra peso” y terminaron por oponerse a todas las reformas. Inlcuso, a las que los beneficaban, como el de la sobre rpresentación, que la propuesta electoral del Preidente resolvía en beneficio de las minorías. Ahora, ya en decadencia, los jueces dicen ser ellos mismos la justicia o la Constitución. Alguien tiene que recordarles que su obligación es como agentes del Estado mexicano, no de Iberdrola.
Pero lo representantes no son “agentes”, es decir, no son meros instrumentos. Actúan en el interés de la mayoría. De ahí que no son empleados, como dice la derecha, sino que nos signfican, le dan coherencia al mandato en las urnas. Tampoco son, como algunos pretenden, libres de actuar de acuerdo a su conciencia. Eso no sirve en un proceso de transformación. Tienen que reconocer el mandato.
Por último, me gustaría referirme al parloteo en los medios corporativos de televisión, radio y prensa sobre la supyesta sobre representación. ¿Qué es lo que representa una minoría como el PRIAN que no pudo ganar más que 14 distritos de 300? ¿Qué representa Acción Nacional que, por sí mismo sólo pudo ganar en 3? ¿Y qué el PRI y el PRD que no ganaron ningún distrito electoral? En todo caso, representan una corriente miribunda de intereses que no pueden arraigarse en ninguna zona del país, en ninguna clase social, en ningún género ni escolaridad. Eso es lo que se defiende cuando se habla de sobre rpresentación de la otra parte. Si el PRIAN cree que tiene sub representación, querría decir que hay votos inútiles en su lado, es decir, gente que depositói su voto y no está sienodo conseiderada en el peso que cada fuerza tendrá en el Congreso. Peo no es así. No hay votos desperdiciados. Si acaso hay una sobre repreentación del PRIAN por los plurinominales, que son por el sólo hecho de existir en una lista y cuyos primeros beneficiarios son los líderes de los actuales partidos moribundos, el PRI y el PAN. Así que, cuando se habla de la sobre representación es como decir que hay una exceso de mayoría. Y, en efecto, lo hay. Es un consenso social por todo el país que dice, con toda claridad: este es el futuro comprtiado que hemos legido para el pais. Legisladores, voten en consencuencia.
Fabrizio Mejía Madrid
Es escritor y periodista. Colabora en La Jornada y Aristégui Noticias. Ha publicado más de 20 libros entre los que se encuentran las novelas Disparos en la oscuridad, El rencor, Tequila DF, Un hombre de confianza, Esa luz que nos deslumbra, Vida digital, y Hombre al agua que recibió en 2004 el Premio Antonin Artaud.
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