Editorial La Jornada
Las formas extremas de violencia contra las mujeres son bien conocidas y ampliamente repudiadas, pero hay muchas manifestaciones de la desigualdad y la opresión que pasan desapercibidas o son minimizadas por la sociedad.
Una que resulta tan inaceptable como paradójica es la disparidad de ingresos, la cual se aúna al conocido techo de cristal, la barrera que impide a las mujeres ocupar los niveles directivos más altos en instituciones públicas y privadas. Pese a que en México 53.5 por ciento de las personas matriculadas en educación superior son mujeres (frente a 46.5 por ciento de hombres), y a que 76 por ciento de quienes iniciaron estudios universitarios en los últimos seis años son mujeres, ellas ganan 40 por ciento menos que ellos, y siguen siendo relegadas en ascensos y promociones.
Como señaló la directora de la Facultad de Economía de la UNAM, Lorena Rodríguez León, en el ámbito laboral se siguen normalizando las agresiones en razón de género. En 2022, 109 mil 319 personas renunciaron a sus puestos de trabajo debido a la violencia sicológica, amenazas e incluso agresiones físicas ejercidas contra ellas de manera consciente, excesiva y frecuente en sus entornos laborales. El 61 por ciento de quienes se quedaron sin empleo debido al acoso laboral fueron mujeres, es decir: ellas no sólo reciben salarios más bajos, sino que además son expulsadas de sus trabajos por una cultura patriarcal que las cosifica, justifica conductas sexuales o sexualizantes inapropiadas, niega sus capacidades y permite o hasta alienta el hostigamiento.
En eventos realizados para concientizar acerca de la violencia contra las mujeres, mexicanas eminentes en la academia y la administración pública destacan los avances logrados gracias a la lucha feminista, los cuales tienen su mayor símbolo en el hecho de que una sociedad marcadamente machista haya elegido a una mujer en la Presidencia de la República. Sin embargo, este mismo progreso contrasta con la discriminación sistémica a la que se enfrentan cada día millones de ellas en sus hogares, en sus trabajos y en todos los espacios donde desempeñan sus actividades y desarrollan sus vidas cotidianas.
Acabar con la marginación y garantizar la integridad física y emocional de las mujeres es la gran deuda de México y el mundo con la mitad de la humanidad, y en actos como los que tienen lugar hoy, ellas dejan claro que no están dispuestas a seguir esperando para ver mejoras sustantivas en el respeto a sus derechos humanos.
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