3/20/2010

Los sobrevivientes del Apocalipsis

Fabrizio Mejía Madrid

MÉXICO, D.F., 19 de marzo.- A las 3:36 de la mañana del sábado 27 de febrero, un terremoto en Chile movió ocho centímetros el eje de la Tierra. Acortó los días. Provocó un tsunami que desplazó en cuatro metros la costa.

Uno de sus sobrevivientes, mi tocayo el ilustrador Fabricio Vanden Broeck, que había sido invitado junto con otros narradores a la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil en Santiago, lo alcanza a describir así, tras pensar mucho: “Nunca había sentido esa furia. Era la furia de la Tierra. Como si King Kong sacudiera una jaula y nosotros estuviéramos durmiendo adentro. No se me ocurre otra forma de decirlo”.

El hotel Plaza de San Francisco, construido hace más de 20 años, crujió, se cuarteó en varias paredes, y llenó todo el aire de polvo que venía de los azulejos caídos, el mármol quebrado, las televisiones estalladas. Entre la nube bajaron los narradores, editores, ilustradores, envueltos en la ropa que pudieron tomar antes de precipitarse por la escalera.

Vanden Broeck encontró a su esposa, Mónica González Dillion, con su bebé de un año ya en el lobby. Sabían que había temblado como nunca lo habían sentido. Creían que había un incendio dentro del hotel por la nube de polvo que los cubría. Muchos de los 600 participantes en la Feria del Libro estaban hospedados en el mismo hotel. Muchos de ellos fueron por sus maletas y pasaportes y se quedaron a vivir en los sillones del lobby. Desde ahí esperaron a una lenta secuencia de pequeñas tragedias que se fueron sumando para dar una versión de la catástrofe. Las televisiones en el lobby fueron, en un primer momento, la única fuente de información. La otra era salir a ver qué había sucedido y encontrar grupos de muchachos que, a escasos minutos del sismo, habían salido con piedras a romper los parabrisas de los automóviles que pasaban. Se trataba de los primeros asaltos bajo el cobijo de la confusión.

Fue una parálisis que abarcó tanto a la presidenta saliente, Michelle Bachelet, como a su sucesor de derecha, Sebastián Piñera: la Marina no pudo comunicarse con los alcaldes de la costa pacífica para avisarles que venía un tsunami en camino. Ahí pueblos pesqueros fueron totalmente sepultados por el mar.

En twitter lo que urgía era preguntar por gente que uno conoce en Santiago, en Concepción, el epicentro. Fue así que pude leer que los escritores mexicanos estaban bien. Pero estaban durmiendo en un lobby, aterrorizados por volver a dormir en un séptimo, octavo piso.

En las primeras horas de la mañana del sábado 27 de febrero se dieron alrededor de 50 réplicas, algunas de ellas de la magnitud del terremoto de 1985 en la ciudad de México. Y al día siguiente 10 mil militares regresaron a las calles de Santiago, Concepción y Maule para tratar de evitar los saqueos que fueron adjetivados por la presidenta Bachelet como “criminales”.

La Unión Europea, China, Rusia, Brasil, Canadá y Argentina ofrecen millones de dólares para la reconstrucción. México sólo expresa un escueto “lamento” por la tragedia. El país que hace cuatro décadas era una voz fundamental en América Latina, ahora calla.

Los mexicanos invitados estaban alojados en el centro de la capital, sobre Bernardo O’Higgins, a un par de cuadras de La Moneda. La misma que los mexicanos vimos bombardeada en 1973 y en cuyo interior murió Salvador Allende. El exilio en México de los chilenos perseguidos por Pinochet marcó a dos generaciones de uno y otro país y ejemplificó el papel notable del México de ese entonces y su influencia en América Latina. Gonzalo Martínez Corbalá, embajador mexicano en Chile en 1973, sacó del país a miles de perseguidos políticos. Ahora, casi 40 años después de esa demostración de entereza por parte de un gobierno latinoamericano, la idea del subsecretario para América Latina y el Caribe de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Salvador Beltrán del Río, fue ir con un avión de la Fuerza Aérea a recoger a los mexicanos. Así lo declaró el 1 de marzo, a escasos dos días del terremoto, pero ese avión tardó días en llegar a Chile.

Mientras tanto, los cerca de 40 mexicanos se apilan como pueden en el lobby. Mentalmente creen que pertenecen a ese México que salta a ayudar en cuanto se percata de una catástrofe en América Latina. Esperarán en vano que asista a verlos el agregado cultural o, incluso, el embajador, Mario Leal: tras días de deambular por el lobby –les han dicho que “en cualquier momento” puede llegar un avión rumbo a México y hay que estar preparados– el embajador los cita en un café donde deben llenar unos formularios. Una pregunta ofende a los varados mexicanos: “Motivo por el que solicita la repatriación”. Y esa es la nueva burocracia panista. Imagínese a Gonzalo Martínez Corbalá solicitando a los perseguidos políticos tras el 11 de septiembre de 1973 “sus motivos” para huir de Santiago.

Estamos hablando de connacionales abandonados a su suerte, traumatizados por uno de los terremotos más fuertes de los últimos 60 años, a los que se les pide que hagan trámites por toda la ciudad, en taxis que ellos pagan de su bolsa. Son como espectros por toda la capital, sin resultados. Lo que todavía no acaban de entender es que se han quedado sin país. Que México ya no sólo no ayuda a los países con los que tiene lazos memorables, sino que ya no tiene connacionales tampoco. Ahí estuvo la ausencia del gobierno calderonista cuando una ciudadana mexicana fue acusada de pertenecer a las FARC. Esa vez sólo la Universidad Nacional se comportó a la altura. Ahora el país simplemente se ha disuelto.

Por un acuerdo entre LAN-Chile y Aeroméxico en el que se hicieron efectivos boletos ya pagados por la editorial española Santa María (SM), organizadora de la Feria del Libro, los afectados mexicanos pudieron salir hasta el jueves 4, cinco días después del sismo. Enloquecidos, insomnes, hartos, pesimistas, los mexicanos durmieron todo ese tiempo en el lobby del hotel Plaza San Francisco, habilitando sillones como camas, a diferencia de españoles, colombianos y brasileños. Entre ellos, el hijo de Vanden Broeck y González Dillion, de un año. Un bebé que vio cómo salieron rumbo al aeropuerto internacional españoles, colombianos, brasileños. Los mexicanos salieron al final, en una camioneta que, ya en ruta al aeropuerto, se tuvo que regresar porque la gente de la embajada quería presenciar la salida.

Todavía hace unos días, los mexicanos recibieron un correo electrónico que les pedía “su amable apoyo a fin de obtener a la brevedad posible algunas de las fotografías tomadas durante la reunión con el embajador de México en Chile, Mario Leal Campos, en el Hotel Fundador”. La autoridad no había hecho nada, salvo anunciar un avión que jamás existió, pero quería fotos para demostrar que algo había hecho.

El aeropuerto de Santiago estaba atestado de tiendas de campaña, con gente que buscaba salir de Chile, colándose en algún avión, a donde fuera. Salían con sus pertenencias en carritos de súper, poniéndose atrás de cualquier fila de extranjeros que ya tenían boletos, buscando un lugar para salir del fin del mundo, para huir del apocalipsis. El avión comercial que finalmente llegó a México iba a 60%, con 38 mexicanos y un par de guatemaltecos que se habían colado. Arribaban a un país que había cesado de existir.

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