12/27/2010

De misterios y apariciones



Carlos Fazio
La teatral y amañada reaparición de Diego Fernández de Cevallos el 20 de diciembre no ha logrado despejar las dudas sobre su presunto plagio de siete meses y la identidad de sus captores. Preparado con nueve días de anticipación, el montaje escénico-mediático sobre la resurrección del jefe Diego, que contó con la complicidad de Televisa, Tele Fórmula, El Universal y Milenio, siguió un guión diseñado por asesores de imagen expertos en el sutil arte de engañar con la verdad, y estuvo dirigido a fabricar un nuevo mito: el de un héroe renacido, purificado y converso.

Así, por la magia de la televisión y con el concurso de los egos inflados de un puñado de amanuenses tarifados de medios bajo control monopólico, el archiduque de Escobedo, trasnochado encomendero; el operador de la plutocracia neoliberal y la ultraderecha fundamentalista, traficante de influencias, mercenario de los juzgados, rentista de la crisis y defensor de grandes capos de los cárteles de la economía criminal; el principal cómplice de Carlos Salinas de Gortari y uno de los nudos de la red mafiosa que articula al duopolio de la televisión con empresarios, políticos, jerarcas de la Iglesia católica local, militares, paramilitares y barones de las drogas; ese viejo güevudo y cabrón bien hecho al decir de sus misteriosos ex desaparecedores, se convirtió en el único actor de su quijotesca y tramposa liberación, rosas rojas incluidas.

La indolente actitud del siempre rollero Felipe Calderón en torno al affaire Fernández de Cevallos, así como la abdicación del Estado en la investigación de un crimen que se persigue de oficio y fue privatizado, aunado al sospechoso proceder de la Procuraduría General de la República, que sigue sin dar al caso tratamiento de secuestro, han alimentado diversas especulaciones.

Se dijo que se trató de un autosecuestro. Que fue un plagio gubernamental disfrazado de subversivo: algunas hipótesis adujeron un ajuste de cuentas, una suerte de escarmiento a Fernández de Cevallos y al clan Salinas para sacarlos del camino hacia 2012; otras, que se buscó manufacturar al tal Diego como candidato natural del Partido Acción Nacional a la Presidencia de la República. También se habló de una pantomima de la ultraderecha mocha en el poder para fortalecer la imagen panista. De allí las recurrentes alusiones a Dios y a la Virgen con las que pretendió envolver Fernández su nueva aura de paladín victimizado sobreviviente del infierno. Para otros fue una maniobra de distracción urdida por la mafia salinista para abonar el regreso del PRI a Los Pinos.

Se sugirió incluso un canje por el narco Ignacio Coronel. Y no hay que descartar que los secuestradores sean parte de un grupo de elite de alguna estructura de seguridad del Estado o mercenarios contratados por el Pentágono. ¿El mensaje? Nadie es intocable. Asimismo, el rescate pudo ser una operación de lavado de dinero y exención de impuestos que servirá para pagar futuras campañas electorales. Todo es posible.

La automarginación extralegal del Estado en un caso de secuestro de alto impacto; la extraña participación en la trama del general retirado Arturo Acosta Chaparro, cultor de la guerra sucia vinculado a cárteles criminales, quien resultó baleado; la utilización de la revista Proceso en las pruebas de vida del prisionero, recurso utilizado en las fabricaciones propagandísticas del secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, con presuntos narcotraficantes detenidos; el incomprensible silencio inicial de Televisa; la selección como mensajero del periodista José Cárdenas, provisto de filtraciones, quien de manera temprana y casi a la perfección definió los tiempos, condiciones y desenlace del hecho: Diego Fernández de Cevallos será condenado en un juicio revolucionario por la Tendencia Democrática Revolucionaria-Ejército del Pueblo (TDR-EP), se le perdonará la vida y será liberado en cuatro meses (Diego es una ficha, El Universal, 23 de julio de 2010), combinado con el montaje decembrino vía Joaquín López Dóriga, el propio José Cárdenas y Carlos Marín (maestros de periodismo todos) y las malas artes del maquillado protagonista convertido en vocero de su propio caso, hicieron más turbio el asunto.

Alimentada por desinformación sembrada desde los sótanos del poder (PGR y García Luna et. al.), y mediante personajes como José Antonio Ortega Sánchez, utilizado como fuente experta por locutores afines, la ultraderecha vernácula ha venido divulgando una matriz de opinión que refuerza la versión sobre el nuevo rostro de la TDR-EP, convenientemente aderezada con un entorno de activistas extranjeros: etarras, venezolanos bolivarianos, colombianos de las FARC y cubanos (sic). El libreto de Washington. La preparación de otro voto del miedo en clave de narcoinsurgencia (Hillary Clinton dixit).

Todo lo anterior no debe llevar a desestimar por completo que el plagio haya sido perpetrado por una organización político-militar clandestina, que, como afirman los presuntos secuestradores en el epílogo de una desaparición, oponen a la violencia destructiva-estructural del Estado, la violencia constructiva de los de abajo. Una violencia al servicio de un proyecto de rehumanización de México, inducen a pensar, que impulsa una nueva forma de justicia, y que como en el caso de Diego Fernández, no mata, no decapita ni destaza o cuelga de los puentes a sus enemigos: respeta la dignidad de la persona.

Es obvio, también, que podríamos estar ante un texto apócrifo, escrito por algún agente provocador del régimen o de un grupo político-económico de poder, avezado en la contrainsurgencia y el lenguaje ideológico de cierta izquierda, para generar más caos y desestabilización. Amén de que por paradójico que parezca, podría tratarse de una acción de propaganda armada con secuestro revolucionario y, a la vez, de un montaje distractivo del régimen, dado que la simulación forma parte orgánica del sistema de dominación imperante.

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