Por: Shaila Rosagel - febrero 7 de 2012 - 00:02
ÁLAMOS, SONORA. Anclados en medio de la sierra de Álamos, Sonora, zona de narco y venganzas familiares, caminos terregosos y cerros llenos de veredas, la etnia Guarijía lucha por sobrevivir a la sequía que aqueja a la región desde hace 20 años, a la falta de trabajo, esposos, padres y atención médica. Se trata de una tribu que, incluso, ni siquiera es vista con frecuencia por los propios alamenses, casi desconocida para el resto de los sonorenses y más aún para el resto del país.
“Cuando hay, comemos dos veces al día, cuando no hay, una vez”, dice Juana Buitimea Corpus, una mujer de la etnia guarijía mientras barre el patio de su vivienda de adobe con una escoba improvisada de varejones.
Tiene 44 años y aparenta 60. Los rasgos de la edad en su piel apiñonada delatan más décadas de las que dice tener. Su casa es de adobe y piso de tierra. Uno de los cuartos, sirve como dormitorio, una cobija es la cama. No tiene puertas. El viento se cuela por la entrada y por la ventana, y mueve el humo de la hornilla y atiza el fuego de las brazas, mientras que, Juan, de 10 años, hijo menor de Juana, observa a su madre que limpia y habla con yoris (los blancos o no indígenas).
Juana tiene cuatro hijos menores, Juan de 10, Rosa Emilia de 11, Leobardo de 12 y Alejandro de 14. La mujer es viuda (el padre de sus hijos fue asesinado por otro indígena al calor de los tragos y de una discusión, y ella se quedó sola al frente de la familia, como otras 15 más que forman parte de la comunidad guarijía de Mesa Colorada, municipio de Álamos, Sonora), sin trabajo subsiste con 800 pesos bimestrales que recibe de un programa gubernamental, pues la sequía que priva en las tierras impide que se logren las cosechas de maíz, frijol yurimuni, calabaza y sandía.
En esa región inhóspita, plagada de veredas y caminos a medio construir, en el corazón de la Sierra Madre Occidental, zona de narcotráfico, violencia y pugnas entre mafias y venganzas añejas que acaban con familias enteras. Ahí subsisten y coexisten los guarijíos. Una etnia que tiene hambre, carece de acceso a la salud y con una educación deficiente. No hay trabajo. Juana no tiene más opción que esperar el recurso que sólo le alcanza para comprar harina de maíz en la tienda comunitaria.
Cuando hay, come pescados que saca del Río Mayo; cuando no hay, sólo una vez al día tortilla con sal. Ya se terminó enero de 2012 y el apoyo del gobierno estatal no le llegó. Esta ocasión, los 800 pesos debieron alcanzar para que comiera durante tres meses. No es suficiente. Juana ya no tiene que comer, pide prestado y caridad a otros guarijíos.
Aunque gritara para pedir alimento, su voz no llegaría hasta Álamos, Sonora, pues son más de tres horas de camino desde el pueblo hasta Mesa Colorada, en medio del silencio y los animales del monte que habitan en la serranía.
EN LA SIERRA TODO ES SILENCIO
En Álamos, la cabecera municipal, el sábado 28 de enero el bullicio estaba hasta en el último adoquín, empedrado, callejón o balcón de la pequeña ciudad. Se celebraba la clausura del 28 Festival Alfonso Ortiz Tirado (FAOT) con un concierto de gala y la presencia de Guillermo Padrés Elías, gobernador del estado de Sonora, además de Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
Durante la clausura se habló de cultura y de la construcción de una extensión de la Cineteca Nacional en el estado. Se aplaudieron entre ellos y al concluir el concierto, Padrés Elías fue recibido por las guitarras, panderetas, mandolinas y castañuelas de la estudiantina del pueblo. Eran las 21:30 horas y la fiesta apenas empezaba en las calles de la ciudad abarrotadas de gente y de vehículos.
Pero a 84 kilómetros de ahí, sierra adentro, en Mesa Colorada, Guajaray, El Bajío, San Bernardo, Los Estrados, Mochibampo, Bavícora y Chorijoa (algunas de las rancherías de la etnia Guarijía), no escuchaban ni el eco de lo que sucedía en la cabecera municipal.
En Mesa Colorada sólo hay cerros, veredas y un camino de terracería entre barrancos y monte. Para llegar ahí, hay que pasar retenes militares a la salida de Álamos; luego, inicia el camino sierra adentro, donde operan bandas de crimen organizado.
Después de una hora de camino y de recorrer 50 kilómetros, aparece San Bernardo, municipio de Álamos; y dos horas más tarde de viaje una Y griega que divide los destinos Mochibampo y Mesa Colorada.
Esta última se vislumbra en las faldas de un cerro 15 minutos antes del arribo. Desde esa vista, una curva en el camino sobre el cerro, aparecen los techos de las casas de adobe donde habitan 300 familias guarijías.
Las viviendas están dispersas y la sierra rodea el panorama. Un hombre y un joven suben una de las colinas. Ambos se cubren del Sol con sus sombreros. A pesar de ser invierno, en Sonora –a las 10:00 horas– hace un ligero calor que supera los 25 grados centígrados.
Hay gallos que cantan a esa hora, al son de los cencerros de las vacas. José Alfredo Anaya Rodríguez, gobernador tradicional de Mesa Colorada detiene el paso para hablar.
“Hay muchas familias que pasan hambre. Las viudas, el ejido no se da abasto para mantener esa gente. Así vivimos aquí, se acaba la comida y la conseguimos prestada en otras casas, con quien tenga todavía”, narra.
José Alfredo tiene en mente al menos unas 15 familias donde la cabeza del hogar es una viuda, con el común denominador del padre muerto por enfermedad o asesinado en pleitos, y muchos niños en la orfandad.
La etnia posee 12 mil hectáreas de tierra, pero de esas miles, sólo se cultiva una hectárea por familia para obtener 200 kilogramos de maíz en la cosecha.
Fue a partir de 1980 cuando inició la sequía en Sonora y con ella, el hambre, recuerda el indígena. Los tiempos aquellos, cuando se obtenían dos toneladas de grano por hectáreas, quedaron atrás. Conforme pasaron los años, la situación se agravó hasta que la tierra dejó de producir.
Al guarijío ya no le sobra el alimento, como en 1970, cuando las lluvias eran bondadosas y la etnia podía comer maíz, sandía, ajonjolí y frijoles, incluso de la temporada pasada.
Hoy espera algún trabajo temporal del gobierno, como en la construcción de alguna carretera o camino para ganar 100 pesos al día, o bien, el recurso bimestral de 800 pesos que se les brinda a las viudas.
José Romero Enríquez, gobernador tradicional de la colonia Mascorawi, San Bernardo, donde habitan 32 familias de la etnia, relata que a la falta de cosechas, el guarijío se conforma con consumir harina de maíz procesada para masa que vende la tienda comunitaria.
El indígena explica que si llegan 500 kilos de sacos de harina a la comunidad, quien tiene dinero compra en grandes cantidades. El que cuenta con escaso recurso, consigue menos alimento para su familia.
Comen carne una vez al año en promedio, cuando se mata alguna vaca o becerro para celebraciones especiales. El resto de los meses el alimento básico es tortilla de maíz para los adultos y para algunos niños que cursan la escuela primaria, como en Mesa Colorada, leche y huevo como parte del programa escolar.
Entre las comunidades guarijías también hay distinciones y grados de marginación y pobreza. Lunes y viernes sube a medio día un autobús rural de Álamos a la sierra y durante la tarde baja de nuevo al pueblo. Es la única oportunidad que los indígenas poseen para visitar San Bernardo o alguna otra ranchería aledaña.
Los guarijíos que habitan comunidades aledañas a caminos de terracería, cuentan con algunos servicios básicos como electricidad y agua potable. Ninguna tiene drenaje.
Sin embargo, existe una ranchería con 65 familias indígenas a ocho horas de camino en bestia desde Mesa Colorada. Una comunidad que ningún gobernador o Presidente de la República visitó jamás.
El gobernador tradicional de Mesa Colorada dice que ahí hace falta alimento y los servicios básicos elementales.
“Hay muchas promesas que no han cumplido, a este presidente municipal que está ahorita en Álamos, le estamos pidiendo agua potable en Bavícora desde que entró, ya pasaron tres años, ya va a salir y nada. Nos cansamos de pedirle y nunca nos dio tubería para meter agua a las casas”.
Bavícora está remontada en la sierra. Los residentes de otras rancherías hablan de ella y pareciera un mito, un fantasma al que pocos vieron.
A la falta de caminos, sólo se accede a la comunidad en burro, mula o caballo.
“Los políticos no entran, porque tienen que ir en burro, ellos puro carro, sino no”.
Los funcionarios del gobierno prefieren vehículos voluminosos y de doble rodada para ingresar a la zona. El camino es pedregoso, terregoso y los 84 kilómetros de la cabecera municipal Álamos hacia Mesa Colorada, se extienden en medio del monte y de la polvareda.
PADRÉS LOS BUSCA… PERO SÓLO PARA REUBICARLOS
El gobierno de Guillermo Padrés Elías sí busca a los guarijíos, pero solamente para reubicarlos.
El gobernador declaró a la prensa, en diciembre de 2010, que para la construcción de la presa Los Pilares (en una parte del territorio guarijío), ya hay 290 millones de pesos en el presupuesto federal.
La meta principal es llevar l00 millones de metros cúbicos adicionales de agua a los agricultores del Valle del Mayo, pero la obra se construirá río arriba e inundará 40 hectáreas de la etnia guarijía.
José Alfredo Anaya Rodríguez, gobernador tradicional de Mesa Colorada, asegura que los miembros de la tribu aún no se ponen de acuerdo y carecen de claridad sobre el beneficio que traerá para ellos la obra.
Para los funcionarios que promueven su construcción, llevará empleo temporal a las familias de la zona.
Pero los indígenas de la ranchería Chorijoa, sólo saben por lo pronto, que las tierras donde habitan se inundarán con la presa y que a ellos los reubicarán.
“Nos van a mover a otro lado, yo nada más quiero que me cumplan lo que me prometieron, que me paguen el terreno y me repongan la casa, los corrales, los cercos”, dice Jesús José Hurtado Ochoa, de 63 años.
El hombre nació en ese lugar y ahora es un anciano. Pronto podría ser reubicado a otro terreno, que aún desconoce.
SALUD MARGINAL
Los guarijíos entonces tendrán una presa, pero no tienen hospitales. A kilómetros a la redonda sólo hay sierra y arbustos que asoman su enramaje pardo en las orillas del camino. Cerros secos, arbustos y matorrales.
De acuerdo con el Informe Sobre Desarrollo Humano de los Pueblos Indígenas en México publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2010 –uno de los estudios más recientes sobre la situación de los pueblos indios–, el Guarijío (clasificado por su lengua al igual que el Pápago y Pimas), tiene un índice de desarrollo humano (IDH) de 0.62, menor al del estado (0.7) y a los hablantes de Chinanteco de Ojitlán, en Oaxaca.
Esta investigación del PNUD encontró en México un índice menor que el país con menos desarrollo humano en el mundo (Níger, con 0.3300) ubicado en la comunidad indígena de Batopilas, Chihuahua (0.3010).
En cuanto al Índice de Salud en la población indígena, en Sonora se localiza una de las poblaciones con nivel más bajo de acceso a ese servicio en el país en el municipio de Cananea, con sólo 2 por ciento.
El PNUD publica que 72% de los miembros de etnias tienen deficiencias en la atención médica.
“Datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2006 revelan que 63% de las personas de origen indígena que logran acudir a su centro de salud no retornarían a atenderse debido a que, por lo general, se encuentran cerrados; faltan medicamentos y materiales; tardan mucho en ser atendidas, y están muy lejos”, cita el informe.
Los guarijíos no son la excepción. El hospital que cuenta con médicos, enfermeras y quirófano más cercano, está en Álamos. En las rancherías, en algunas, hay un pequeño centro de salud abandonado.
En Mesa Colorada tienen un enfermero que a decir de los indígenas, está sólo tres días entre semana. Sábado y domingo no hay nadie.
Benito Flores Yoquiwi , habitante de Mochibampo, es un joven que apoya a su comunidad y en algunas ocasiones sirve como enfermero.
En esta ranchería hay 43 familias guarijías y si uno de ellos enferma, sufre un accidente o es herido, la única opción que tiene es ser trasladado al hospital de Álamos.
En el camino muchos mueren y en las comunidades indígenas, donde el centro de salud es una pequeña construcción, sólo hay paracetamol para calmar el dolor o fiebre.
Por citar un dato, de acuerdo al informe sobre desarrollo humano del PNUD en base a información de Consejo Nacional de Población (Conapo), la tasa de mortalidad infantil indígena en Sonora (como en otros estados del país) en 2010 fue de 231 decesos por cada 10 mil nacidos vivos en un año.
El acceso a la salud y la educación en la sierra, se vuelve una lucha contra la muerte, el tiempo y las distancias que hay que recorrer para poder, incluso estudiar.
EDUCACIÓN INACCESIBLE
Los Estrados es otra comunidad guarijía ubicada a tres horas de distancia (camino en bestia ) de Mesa Colorada, donde hay una escuela primaria, telesecundaria y los inicios de lo que será una telepreparatoria, que aún no está totalmente equipada, pero donde ya se imparten clases.
El PNUD plantea en su informe que los municipios de Ures y Huépac, Sonora, están entre las 20 localidades con menor acceso a la educación de la población indígena, con 2 y 1%, respectivamente.
Del total de los indígenas en México, 93.9% carecen de al menos uno de los derechos sociales como educación, salud, seguridad social, vivienda, servicios básicos y alimentación.
José Carmelo Armenta es uno de ellos; tiene 17 años y todos los días camina tres horas entre las veredas de los cerros para poder estudiar.
Ante la falta de transporte público para llegar a la escuela, el joven se levanta los lunes a las tres de la madrugada para emprender el camino y llegar a tiempo a sus clases.
“Me gusta estar en la escuela para saber qué hacer”, comparte Carmelo, mientras arrea ganado hacia un corral.
Como él, hay jóvenes de distintas edades que caminan hasta cinco horas en las mañanas y otras tantas por las tardes para trasladarse a la escuela.
La mayoría tenían años sin estudiar, desde que concluyeron la telesecundaria y abandonaron sus estudios por falta de recursos para pagar pasajes, hospedaje y alimentación en Álamos.
La telepreparatoria fue un logro indica el gobernador tradicional de la comunidad, aunque aún falta equipar el espacio que se donó para las clases.
¿SIN HAMBRE?
En México, 31.9% de la población indígena vive en situación de pobreza extrema y 93.9% carece de al menos un servicio básico.
Pero Felipe Calderón Hinojosa, Presidente de la República, aseguró apenas el pasado 23 de enero, que no habrá ninguna persona con hambre debido a la sequía.
Los guarijíos desconocen las palabras de Calderón. Allá, donde pocos van y ningún gobernador o mandatario pisó, hay mujeres como Ángela Corpus Rosa, de 61 años, que padecen para llevar alimento a sus mesas, donde granos como el frijol, son un lujo.
Su esposo murió a causa de un infarto hace cinco años y la ahora viuda calienta agua en una tetera despostillada en su vieja hornilla para beber un poco de café caliente.
Ángela tiene cuatro hijos casados y dos solteros, entre ellos, una hija menor de edad, Luz Elda Zuco Corpus, de 11 años, que se alimenta con tortillas con sal y come carne una o dos veces al año.
“Yo estoy comiendo dos veces nada más, en la mañana y en la tarde…comemos sopa, fríjol cuando hay, cuando no hay, pues comemos tortilla pura…tortillas con sal batida con chiltepines”.
GALERÍA DE IMÁGENES
¿QUIÉNES SON LOS GUARIJÍOS?
Los guarijíos son un reducido grupo indígena que habita en el norte del país, en una área que comprende parte del sureste de Sonora, así como una porción del suroeste de Chihuahua.
De acuerdo con la clasificación lingüística de Swadesh y Aranta, el idioma guarijío pertenece al grupo Nahua-Cuitlateco, tronco Yutonahua, familia Pima-Cora, y en él se distinguen tres variantes dialectales, una en Sonora y dos en Chihuahua.
Hasta la fecha, los distintos levantamientos censales no han arrojado datos sobre aspectos demográficos de este grupo étnico; no obstante, estimaciones del Instituto Nacional Indigenista hechas a principios de los 80, señalan la existencia de cerca de 3 mil hablantes de guarijío, de los cuales una tercera parte se registró en Sonora, en los municipios de Alamos y Quiriego, específicamente en los ejidos Burapaco y Los Conejos, y en las localidades de Mesa Colorada, Basicora, Los Bajíos, Mochibampo y alrededores de San Bernardo. Las otras dos terceras partes se ubicaron en el estado de Chihuahua, en localidades del municipio de Chínipas y diversas rancherías del municipio de Uruachi.
El territorio guarijío tiene una topografía accidentada, con alturas de hasta 1800 metros sobre el nivel del mar. El clima varía de semiseco a semihúmedo y de cálido a semicálido, con temperaturas que van desde los 44°C hasta los 12°C bajo cero. Los suelos son, en su mayoría, de baja calidad para las labores agrícolas, a excepción de las tierras que se encuentran en las márgenes de los ríos. La región guarijía sonorense es atravesada por el río Mayo y sus ramales, y en lado chihuahuense está surcada por el río Chínipas y sus afluentes.
La vegetación de las partes bajas, laderas y lomeríos del territorio corresponde a selva baja caducifolia, constituida por elementos arbóreos y arbustivos como el palo dulce, guamúchil, palo chino, palo colorado, amapa, tempisque, tepehual, cazahuate, colorín, pochote y guayacán, entre otros, con la intersección de pequeñas áreas con mezquites, palo fierro, palo verde y papaches. En las partes de mayor altitud, la vegetación es dominada por pinares y encinares que se mezclan con otros componentes florísticos como el fresno, el ocotillo y el álamo.
Las celebraciones del pueblo guarijío se reducen a algunas fiestas del santoral católico, en las cuales se interpretan sones nativos acompañados con danzas típicas, como la tugurada y la pascóla, y se montan representaciones teatrales propias de este pueblo, entre las que destacan la del coyote que es perseguido por un cazador para matarlo y así evitar que perjudique sus sembradíos. El principal festejo guarijío está dedicado a san Isidro Labrador para solicitarle lluvias y buenas cosechas; otras fiestas importantes son la Santa Cruz, san Juan Bautista, san Miguel Arcángel, Todos Santos, san Andrés y Nochebuena.
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