La expresión más dramática e inmediata de esta política son los suicidios. En Grecia incrementaron 17 por ciento entre 2007 y 2009 y 40 por ciento entre 2010 y 2011, según Lancet. Estos datos deberían llevar a una reflexión sobre la situación mexicana, donde los suicidios subieron 21 por ciento entre 2006 y 2009, y más porque la mitad ocurre entre jóvenes y uno de cada cuatro en personas sin trabajo. Esta asociación entre desempleo y suicidio, particularmente en jóvenes, es sólo uno de los efectos en la salud registrados en la literatura sobre el tema.
Otros estudios demuestran que el desempleo, la inseguridad en el trabajo y su precarización afectan la salud más allá del impacto de la pérdida del ingreso, la caída en la pobreza o la exclusión de los servicios médicos. Si se controla por estas variables resulta que los desempleados tienen una tasa de mortalidad más alta y sufren de una frecuencia mayor de padecimientos crónico-degenerativos y mentales.
El investigador Harvey Brenner demuestra en un estudio clásico una asociación inversa entre el ciclo económico y la mortalidad, es decir, cuando el crecimiento económico se frena sube la mortalidad y viceversa. Mathers y Schofield (1998) han hecho una revisión sistemática del tema en distintos trabajos epidemiológicos. Encuentran cuatro estudios longitudinales o de seguimiento de un grupo que demuestran una mortalidad de 30 y 50 por ciento más alta entre los desempleados que entre la población empleada controlando por factores relevantes.
Estas diferencias se mantienen en relación a la morbilidad tanto en estudios longitudinales como en poblacionales transversales. Sin embargo, la disparidad de morbilidad tiende a ser más amplia, del orden de 50 a 100 por ciento. Los problemas más frecuentes entre los desempleados son padecimientos cardiovasculares y siquiátricos. También encontraron evidencias de que la morbilidad excedente es más alta entre trabajadores jóvenes y mayores de 50 años, así como en grupos socio-económicos vulnerables previo al desempleo.
Resaltan una serie de investigaciones sobre los trastornos en la salud, debido al cierre de centros de trabajo, que constituyen una especie de estudios experimentales, ya que sus resultados en salud son independientes de las características individuales de los trabajadores. Esto estudios también demuestran un incremento de padecimientos cardiovasculares y mentales, que incluso se mantienen aun en el caso de encontrar un nuevo empleo.
La precarización del trabajo se puede analizar en dos vertientes para comprender los mecanismos que llevan a una salud también precaria. La primera se refiere al trabajo propiamente precario realizado por un número grande y creciente de vendedores ambulantes, trabajadores por día, etcétera, que corresponde a los desempleados ocultos. La segunda vertiente es el trabajo en empresas terciarizadas o subrogadas, cada día más frecuentes, que violan sistemáticamente la legislación sobre el contrato y jornada laborales, las medidas de protección y las prestaciones. Estos trabajadores están sometidos a una variedad de riesgos como son: jornadas extenuantes, altos ritmos de trabajo, bajo control sobre su tarea, amenazas de despido, condiciones ambientales nocivas y alta exposición a situaciones peligrosas. Así, el impacto en su salud va desde la fatiga crónica con altos niveles de estrés, que conlleva padecimientos crónico-degenerativos y cardio-vasculares –infarto, hipertensión y diabetes–, el incremento de intoxicaciones y cáncer hasta el aumento de accidentes.
Los sindicatos europeos están en campaña para defender el derecho a un trabajo digno para el proletariado, crecientemente convertido en precariado
. En México es urgente visibilizar los efectos patógenos del modelo económico y combatir el acelerado desgaste físico y síquico de los trabajadores.
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