El futuro del país se
vislumbra tan sombrío, que aun los principales beneficiarios del auge
del capitalismo salvaje están muy preocupados por el destino de sus
cuantiosas fortunas, por lo que han tomado la decisión de invertirlas
en el extranjero. Así lo muestra un informe del Banco de México, en el
que informa que desde diciembre de 2012, hasta marzo de este año,
fueron enviados al exterior 72 mil 430 millones de dólares, cifra que
supera en 77.2 por ciento la registrada en igual lapso del sexenio
anterior.
¿No es un absurdo que
mientras el “gobierno” de Enrique Peña Nieto apuesta todo a favor de
las inversiones extranjeras, los principales capitalistas nacionales
prefieran sacar su dinero que invertirlo aquí? ¿No es tal forma de
proceder la mejor demostración de que hay un total desfase entre la
élite oligárquica y la alta burocracia en el poder? ¿No significa que
el gobierno federal carece de una mínima autoridad sobre los barones
del dinero?
Por eso es correcto afirmar
que el Estado es rehén de la oligarquía, en el mejor de los casos,
porque en el peor quienes lo encabezan no son más que simples
servidores del gran capital, no de la sociedad en su conjunto. Así
asumieron el poder Mussolini en Italia y Hitler en Alemania en la
tercera década del siglo pasado: mostrándose firmes protectores de los
magnates, los cuales les allanaron su acceso al poder, favor que luego
retribuyeron con un absoluto libertinaje para que abusaran de sus
pueblos sin limitación alguna.
Sin embargo, hay una enorme
diferencia: los empresarios italianos y alemanes confiaron en el
liderazgo de ambos dictadores y no sacaron sus fortunas a países
extranjeros, sino que las invirtieron en sus respectivas patrias para
apuntalar su poderío político con miras de expansión geopolítica, y de
paso engrandecer sus fortunas particulares. En cambio, los
multimillonarios mexicanos no confían en absoluto en el régimen
encabezado por una tecnocracia plenamente a su servicio, lo cual parece
un contrasentido. Lo es, sin duda, por razones fácilmente explicables.
En efecto, la burocracia
dorada ya no satisfizo las expectativas que la élite oligárquica había
depositado en el régimen surgido del golpe de Estado que dieron los
tecnócratas harvardianos en 1982. Esto a pesar de que parecía que Peña
Nieto les cumpliría al pie de la letra los compromisos contraídos antes
y durante la campaña que le abrió las puertas de Los Pinos. ¿Acaso no
logró la aprobación de las reformas estructurales, lo que parecía casi
imposible? Con todo, muy pronto se rompió el encanto, porque Peña Nieto
demostró sus muchas limitaciones y una inclinación enfermiza por la
corrupción.
Ante los hechos, por demás
evidentes, la cúpula de la oligarquía se desilusionó de su delfín y
prefirió aprovechar el libertinaje que existe a su favor para sacar la
mayor parte de sus riquezas, tanto a bancos extranjeros (51 mil 33.8
millones de dólares), como a nuevos negocios o invertir en empresas
productivas (21 mil 397.4 millones de billetes verdes), de acuerdo con
los datos del banco central. Así se confirma que los capitalistas no
tienen patria, mucho menos en la actualidad cuando el capitalismo está
en una fase de prodigiosa especulación, ajena a elementales reglas que
eviten el riesgo de una catástrofe como la de 1929 en Estados Unidos.
En este momento, México no
ofrece garantías al gran capital especulativo y las oportunidades de
especular al por mayor ya pasaron o están concluyendo. Ahora lo que
sigue a continuación es que los depredadores trasnacionales vengan a
llevarse las riquezas que nos quedan, principalmente los hidrocarburos,
los minerales y todo aquello que tenga un alto valor en los mercados
internacionales. Esto lo saben los principales oligarcas “mexicanos” y
por eso han decidido salvaguardar sus riquezas, cuando lo razonable y
patriótico sería que se solidarizaran con el país y el sistema que los
hizo multimillonarios.
Pero tal cosa es tan impensable como
pretender sacar sangre de las paredes. Por eso estamos viviendo, sin
sombra de duda, la última oportunidad para que los mexicanos podamos
recobrar nuestra capacidad de defensa ante los embates de los grandes
poderes trasnacionales. Si en el 2018 la derecha no es derrotada, el
futuro de México será igual al de las naciones africanas.
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