7/03/2018

Los periodistas pal café. . .

El tamaño de la victoria de Andrés Manuel López Obrador en los planos federal, estatales y municipales concentra en unas pocas manos (dos, para ser exactos) una exagerada (tal vez impensada) fuerza política que facultará a ese presidente de la República de indudable capacidad de transformación (lo cual acrecienta la responsabilidad respecto de los resultados, pues no se podrá alegar que hubo frenos o insuficiencias institucionales), pero, al mismo tiempo, multiplicará los riesgos que entraña toda acumulación exagerada de poder en una sola persona, sobre todo en un sistema tan presidencialista como el mexicano.
La devastación del añoso follaje del árbol de las complicidades (que han dominado al país en el esquema anterior al López Obrador triunfante) está entronizando, al mismo tiempo, a una nueva clase política, la del morenismo variopinto (cargado ya de una densa lista de seguros gobernadores, senadores, diputados federales y locales y presidentes municipales), algunos de cuyos integrantes victoriosos pareciera que aún no asumen la dimensión del reto que han adquirido, merced a una generosa, desbordada e insólita votación que quiso poner punto final a un destartalado y corrupto régimen de partidos tradicionales (una condena aplastante a Enrique Peña Nieto, el PRI, el PAN y el PRD, más sus partidos satélites, y a los poderes fácticos siempre alineados a ese juego político de décadas), pero que, además –y aquí está el punto fino que deberán leer con cuidado los nuevos empoderados– es una concesión social y un mandato electoral que requiere prontas y precisas respuestas: no rollo ni justificaciones, no politiquería ni ensoñaciones. AMLO y Morena deben cumplir razonablemente con las promesas que los llevaron a adquirir la mayor cuota de poder que haya tenido político y partido alguno en México, en condiciones aceptables de competencia electoral.
Las demandas y las exigencias no son, por lo demás, desproporcionadas ni radicales, aunque en el contexto del desastre causado por Peña Nieto y el actual sistema de partidos su cumplimiento requiera de habilidad, contundencia y autenticidad. Dicho con claridad: el triunfo de AMLO es el triunfo del sistema. De un sistema urgido de mecanismos de corrección para no hundirse ni provocar un estallido social.
A fin de cuentas, por ello hay rápida aceptación de los resultados electorales por parte de las piezas fundamentales de ese sistema en riesgo: el presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, que ofreció a los mexicanos una organización electoral sumamente deficitaria (muchas casillas no se instalaron a tiempo; muchos funcionarios electorales y representantes partidistas fueron sustituidos a última hora, habilitando como relevos a personas sin la debida capacitación); el ocupante de Los Pinos, Peña Nieto, que sin ningún pudor conectó su discurso al de Córdova para hablar, en emisión grabada, de los resultados y datos que el presidente del INE decía que apenas estaba dando a conocer en cadena nacional, y otros representantes de los poderes acechantes pero en retirada táctica: Vicente Fox, Felipe Calderón y líderes empresariales.
La llegada de una fórmula de restauración sistémica, con un López Obrador más cargado a la derecha que a la izquierda, en un centrismo de toques místicos, tiene entendimientos explícitos con la administración desfalleciente de Peña Nieto, a quien el tabasqueño agradeció su postura institucional (recurso retórico que va más allá del convencionalismo: la amnistía política como puente de plata al jefe de la máxima corrupción nacional) y, de manera sugerente, ha contado con el inmediato visto bueno de Donald Trump, cuya administración intervencionista, normalmente expresada a trompicones, jamás elaboró ni ejecutó ninguna estrategia de rechazo al tabasqueño. ¡Hasta mañana, mientras Los Pinos pelea Yucatán como único triunfo, tal estado como eventual residencia posterior de Peña Nieto!, Twitter: @julioastillero, Facebook: Julio Astillero,Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx

En la reunión inicial que tendrán hoy en Palacio Nacional los presidentes entrante, Andrés Manuel López Obrador, y saliente, Enrique Peña Nieto, hay un tema que por corrección política no será tratado: Atlacomulco. Es el municipio del estado de México donde nació Peña Nieto y, además, sede simbólica del poderoso grupo financiero y político al que dieran aliento el profesor Carlos Hank González y otros sobresalientes personajes. Sucede que ahora es territorio de Morena. En la elección del domingo, el candidato a la presidencia municipal por la coalición Juntos Haremos Historia, José Martín Téllez, derrotó al candidato del Revolucionario Institucional (PRI) y aliados, con 49.9 por ciento de los votos. Además, López Obrador también ganó en el afamado bastión priísta con 52.2 por ciento, seguido por José Antonio Meade, con 24.5 por ciento. Es una anécdota simplemente, pero sería embarazoso tocarlo en la reunión. López Obrador ha dicho que cooperará para que Peña Nieto termine su periodo sin turbulencias. Los encargados de conducir la transición son los virtuales jefe de gabinete, Alfonso Romo, y secretario de Hacienda, Carlos Urzúa. El tema financiero es central y también la designación del fiscal general.
Empresarios
¿Recuerdan los días en que el tema del nuevo aeropuerto estaba al rojo vivo? El presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Juan Pablo Castañón, aceptó reunirse con López Obrador, pero luego canceló. Ahora anda buscando una cita porque le preocupa –dice– que Morena vaya a dominar también la Cámara de Diputados. Así es. Sumando sus diputados de elección directa con los plurinominales, Morena tendrá mayoría suficiente para sacar adelante sus iniciativas, más el puñado de legisladores que están esperando la instalación de la cámara para irse a la cargada.
Disipando nubarrones
Carlos Urzúa, el virtual titular de Hacienda, realizó una llamada a primera hora de ayer a la gente de Bloomberg para reiterar que el nuevo gobierno será fiscalmente responsable. Insistió en que la nueva administración respetará estrictamente la autonomía del banco central y que continuará el régimen de tipo de cambio flotante, ya que ha demostrado funcionar a lo largo de los años. Urzúa anunció que Arturo Herrera, un ejecutivo del Banco Mundial que antes trabajó en la Secretaría de Finanzas del gobierno capitalino, se unirá al equipo de transición. Herrera y el asesor económico Gerardo Esquivel asumirán roles importantes en Hacienda.
El Innombrable
Interesante que el personaje a quien se atribuye ser el jefe de la mafia de poder, Carlos Salinas de Gortari, haya enviado a su némesis un mensaje en el que sobresale la palabra reconciliación. Tranquilo, disfrute sus millones, no tendrá que volver al exilio en Irlanda.

En el cuento de nunca acabar, los grandes contribuyentes hacen como que pagan impuestos y el SAT hace como que se los cobra, para finalmente devolver una gruesa rebanada a los corporativos de mayor dimensión.
Es el circuito perpetuo de la evasión legalizada (consolidación fiscal, impuestos diferidos, subsidios fiscales, etcétera), en el que año tras año los ejércitos de contadores, abogados y fiscalistas de los grandes corporativos privados siempre logran que la autoridad fiscal les regrese una carretada de recursos que originalmente debieron entregar al erario, si en realidad lo hicieron.
Año tras año se incrementa el monto regresado. Por ello, ahora que Carlos Urzúa (secretario de Hacienda designado por Andrés Manuel López Obrador) anuncia que se revisan algunas prácticas no muy benéficas para la nación, sería más que conveniente que pusiera el ojo en dicho círculo perpetuo, que tanto daña a las finanzas públicas.
Y para no ir muy lejos, la Auditoría Superior de la Federación, ahora con David Colmenares Páramo al frente, documenta lo que en dicha materia sucedió el año pasado (Informe del resultado de la fiscalización superior de la cuenta pública 2017, del que se toman los siguientes pasajes).
Los resultados de la fiscalización mostraron que en 2017 el Servicio de Administración Tributaria (SAT) determinó y liquidó devoluciones a los contribuyentes por 475 mil 635.1 millones de pesos, 26 por ciento más que en 2016, cuando tales devoluciones sumaron 377 mil 457 millones.
Las devoluciones correspondieron principalmente a impuesto al valor agregado (IVA), que representó 89.8 por ciento del total (casi 427 mil millones de pesos), y a impuesto sobre la renta (ISR), que significó 7.9 por ciento (37 mil 657 millones).
Se verificó que en 2017 el SAT ejerció sus facultades de comprobación conforme al Código Fiscal de la Federación sobre los grandes contribuyentes en 4 mil 248 devolucionespor un monto de 352 mil 628.4 millones de pesos.
En ese año, conforme a lo dispuesto en el Código Fiscal de la Federación, el SAT determinó y liquidó compensaciones a contribuyentes por 492 mil 795.6 millones de pesos, 20.7 por ciento más que los 408 mil 415.2 millones de 2016. Para los grandes contribuyentes, el SAT realizó 19 mil 480 compensaciones por un monto de 135 mil 640 millones, para lo cual validó las declaraciones de los contribuyentes y dictaminó la procedencia de las solicitudes. Las compensaciones se registraron principalmente en IVA, que representaron 53.9 por ciento del total, y en ISR.
En términos de lo que establece el artículo 16 de la Ley de Ingresos de la Federación 2017, y en cumplimiento de las disposiciones de la normativa específica para el otorgamiento de estímulos fiscales, en ese año el SAT registró estímulos fiscales por cerca de 53 mil millones de pesos, que representaron 1.9 por ciento de los ingresos tributarios.
En el periodo 2007-2017 los estímulos fiscales por actividad económica crecieron en promedio anual 10.6 por ciento, al pasar de 19 mil 375.5 millones de pesos en 2007 a casi 53 mil millones en el ejercicio de revisión; y la actividad económica más favorecida fue la de transportes, correos y almacenamiento, con 49.7 por ciento de estímulos fiscales totales.
El triunfo indiscutible de Andrés Manuel López Obrador abre una puerta a la movilidad social en México, la cual permaneció estancada en los pasados 40 años. Mientras entre las décadas de 1930 y 1970 del siglo pasado una parte creciente de la población mexicana pasó a formar parte de la clase media, a partir de los 80 el ascenso social se estancó, y más de 50 millones de pobres no tuvieron acceso a una mejora sustancial en su nivel de vida.
A diferencia de México, en los países desarrollados se reinició con fuerza el crecimiento económico y la movilidad social después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, hay que señalar que, de acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, desde principios de este siglo las personas tienen menos probabilidades que sus padres de ascender en la escalera de ingresos, problema que debilita la confianza en los países ricos.
Ahora, en México, se presenta una nueva oportunidad para avanzar, para que la gente de menores recursos supere su situación de miseria, por otra en la que tenga acceso a mayores oportunidades en educación, cultura, ingresos y consumo.
El camino a seguir del nuevo gobierno todavía no está del todo claro. ¿Debemos abrir más o proteger nuestra economía?, ¿debemos centrarnos en la autosuficiencia alimentaria o impulsar la exportación agropecuaria?, ¿debemos centrarnos en el desarrollo industrial o saltar a los servicios y a las nuevas tecnologías?, ¿debemos distribuir la riqueza ya existente o generar condiciones para producir más riqueza?

Ocurrió lo esperado, pero de manera sorpresiva y sorprendente.
Lo más sorprendente es que se instalaron casi todas las casillas y se realizó la votación en forma pacífica, en uno de los procesos electorales más violentos de la historia del país, en un país destrozado por la violencia y bajo amenazas de enorme brutalidad que se manifestaron hasta el 30 de junio.
Tardaremos en saber por qué. Es posible que sea una de las dimensiones de lo que parece un hecho: el hartazgo de amplias capas de la población se expresó yendo a votar y haciéndolo por AMLO. El mismo descontento generó gran participación ciudadana en la vigilancia y organización de las votaciones. El aparato oficial no logró los votos ni echar a perder la jornada. No quiso o no pudo.
No parecía previsto en el ritual que los candidatos perdedores aceptaran tan rápidamente su derrota. El espectáculo que ofrecieron el INE y el Presidente fueron largamente ensayados: era un guion establecido. El discurso de AMLO, sobrio y preciso, tenía los elementos que había pensado por décadas. Consolidaron así el ritual largamente preparado. Los rituales generan las creencias, no al revés.

Buenos días, país; buenos días, nación; buenos días, México. ¡Cincuenta años nos contemplan! Este salto que el país ha dado tiene su origen en 1968. Ni más ni menos. Lo que soñamos aquella generación de jóvenes en rebeldía por fin se alcanza. Quebrar más de dos siglos de una tradición despótica fincada en la opresión, el autoritarismo y la anti-democracia. La dictadura imperfecta ha llegado a su fin, y surge la posibilidad de construir una modernidad alternativa. Tardamos mucho, pero así son los procesos sociales: sus relojes caminan a un ritmo diferente a los nuestros. A diferencia de muchos patriotas que ya no lo vieron, hoy entono una canción oculta de agradecimiento a la vida. A las fuerzas que me permitieron presenciar este momento histórico. Aquella oscura noche que percibíamos durante nuestras rebeldías juveniles se fue haciendo más y más y más espesa, hasta llegar a este país devastado, que tuvo la prudencia y la paciencia de resguardar sus reservas naturales, sociales, culturales y civilizatorias. Esas sin las cuales la política digna se hace imposible. La resistencia valió la pena; una resistencia que tomó mil formas, pero que al final prendió y se expandió como un incendio venturoso. Treinta millones de votos lo certifican. ¿Cuántos mexicanos pusieron silenciosos su pequeña resistencia, sutil, cotidiana, imperceptible? Nunca lo sabremos. Pero conforme se iban apretando las condiciones terribles de estos 30 años recientes, y la de­vastadora máquina neoliberal iba dejando una estela de pobreza, destrucción, incomprensión, desesperanza y miedo, también se iban gestando los núcleos de la resistencia social. En México las batallas políticas se fueron transformando en elementales luchas por la supervivencia. La movilización que tuvo lugar hace unos días en decenas ciudades del país contra la privatización del agua es la más reciente expresión de ello.
En el calendario del poder destaca una fecha: 20 de diciembre de 2012. Ese día, en el Castillo de Chapultepec, radiantes, después de firmar el Pacto por México, se tomaron la foto los firmantes: el presidente Enrique Peña Nieto; Gustavo Madero, líder del Partido Acción Nacional; Cristina Díaz, dirigente interina del Partido Revolucionario Institucional, y Jesús Zambrano, al frente del Partido de la Revolución Democrática.
Un paso de gigante se ha dado, pero es sólo uno. Es hora de esa felicidad que entrevé libertades nunca vividas por los siempre marginados; es hora de columbrar oportunidades nunca al alcance; es hora de que las expectativas hinchen aún más el pecho colectivo del pueblo. Es hora de que las ganas de ser y de hacer crezcan sin miedo. Es hora de reír a jarana plena y júbilo desbordado; es hora de gritar ¡viva el pueblo mexicano! Es hora de que el pueblo se reconozca en su hazaña. El necio no dejó de repetir sus ideas de bien para las mayorías, pero es hora de caer en cuenta que la planta ha florecido merced a uno que no paró de asperjarla hasta que se crearon las condiciones en que, por fin, ha visto que el pueblo ha votado por el pueblo y no más por sus verdugos.
Para tirios y troyanos es difícil aceptarlo: se acabó. El régimen instaurado mediante un golpe de Estado electoral el 6 de julio de 1988 –y que se gestó en las mismas entrañas del viejo modelo del desarrollo estabilizador desde inicios de esa década– tiene las horas contadas y fecha precisa de terminación. El próximo 1º de diciembre, es decir, en menos de cinco meses, estará muerto. Algunas de sus expresiones más horribles han desaparecido ya y en las siguientes 16 semanas se extinguirán otras. La sublevación social y ciudadana que se concretó el domingo primero de julio entre las ocho de la mañana y las seis de la tarde ha liberado al país de una dictadura oprobiosa del grupo político, empresarial, mediático y delictivo que dominó durante 30 años y que operó en ese periodo un colosal programa de destrucción nacional: desmanteló políticas de Estado, hizo de la corrupción un rasgo estructural del poder público, liquidó la soberanía, destruyó la industria nacional, arruinó el campo, barrió con empresas públicas, liquidó sindicatos y comunidades, fomentó el acanallamiento de sectores sociales enteros, hizo negocios con la devastación del territorio y los recursos naturales, empujó a la delincuencia a cientos de miles y en su último tramo, en las presidencias de Calderón y de Peña Nieto, propició, por omisión o por dolo, un cuarto de millón de asesinatos, decenas de miles de de-sapariciones e incontables viudeces y orfandades.
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en las elecciones del domingo marca el ingreso a una nueva etapa en el desarrollo científico y tecnológico en México. Lo que viene ahora es la exploración de una nueva ruta, aunque con un destino aún incierto al no existir una política suficientemente estructurada en esta materia en Morena, carencia que se debe en gran parte a la juventud de esta organización política. Aún así, no podría afirmarse que otros institutos políticos, a pesar de su mayor antigüedad, cuenten con programas sólidos en estas áreas, pues, por ejemplo, los partidos Revolucionario Institucional o Acción Nacional (que ya han gobernado a nivel federal) han ensayado estrategias que tienen una vida media muy corta (sexenal en el mejor de los casos), son oscilantes y han mantenido al país por décadas en el atraso y la dependencia frente al exterior.
Vehemencia es la palabra que me viene a la mente con la fuerza de la pasión cuando recuerdo a María Luisa Mendoza. La China, como la apodó su padre a causa de sus caireles, fue poseída por el fuego sagrado de su amor a la vida. Inteligente y lúcida hasta la punta de las uñas, nadie podía engañarla: adivinaba los pensamientos de los otros, desnudándolos con la mirada clarividente del auténtico escritor. Su sentido de lo irrisorio, su ironía, libre de mezquindad, le permitía reír y arrancar la risa ajena en todo momento. No se puede leer su obra sin sonreír y, a veces, sin estallar en una carcajada que se burla de la muerte. Escritura barroca en el sentido primigenio de esta palabra, el que califica a una perla auténtica, a la vez pura y rugosa. Hecha de fugas y contrapuntos, arqueada por su misma tensión, espiral de flechas que ascienden en volutas hacia la infinitud azul de la bóveda celeste. Lejos del abigarramiento simple, el laberinto de su escritura es el del enigma cuya revelación abre un nuevo enigma.

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