8/17/2018

NAICM, la indispensable transparencia



Cristina Barros


Los ingenieros que analicen las propuestas para el Nuevo Aeropuerto de Ciudad de México (NAICM), seguramente revisarán los estudios del ingeniero y doctor en Ciencias Nabor Carrillo Flores, investigador mexicano que alertó desde la década de los años 50 en relación con los problemas que representaba la desmedida extracción de agua del subsuelo, para Ciudad de México. No se le atendió y hemos sufrido las consecuencias. También verán los trabajos de otro notable ingeniero, Marcos Mazari, que evidenció el déficit que existía en la recarga del acuífero, su vínculo con los hundimientos del subsuelo, y eventualmente, la probable contaminación de los mantos freáticos con sus graves efectos.


Seguramente también tomarán en cuenta para tomar sus decisiones, sobre todo por ser Javier Jiménez Espriú el coordinador de estos trabajos, el punto de vista de otro ingeniero, Javier Barros Sierra, que primero como director de la Facultad de Ingeniería y luego como rector, planteó la necesidad de formar profesionales con una visión social, nacionalista y de servicio, y propició el necesario intercambio entre las áreas técnicas y de ciencias naturales, y las áreas de ciencias sociales y las humanidades.

Por su gravedad y alcances, el NAICM requiere de una visión amplia que tome en cuenta la experiencia de algunos especialistas contemporáneos en el tema de la cuenca de México; mencionemos a Exequiel Ezcurra, a Marisa Mazari, a Helena Cotler, a Pedro Moctezuma; será indispensable que estén en las mesas de trabajo. Pero también es necesario convocar a los antropólogos sociales que conocen la dinámica de los pueblos originarios de la cuenca. Mejorar la calidad de vida de las personas no tiene que ver con darles empleos en los servicios que benefician a otros en mucho mayor grado que lo que sus salarios, muy precarios, pueden representar. No es igual ser dueños de la tierra, que ser expulsados del lugar de origen para convertirse en sirvientes. No hay una sola visión de progreso. Hoy, desde la economía, se consideran aspectos como la medida de la felicidad y la sensación de bienestar de las personas.

El caso del NAICM no sólo tiene que ver con sus altísimos costos de construcción y mantenimiento, o con estudiar el subsuelo de la zona que se ha elegido para construirlo, no, lo que está en juego es la viabilidad de la propia Ciudad de México y de municipios conurbados densamente habitados, como es el caso de Chalco. Si los empresarios adoptan una visión nacionalista no reduccionista, que no sólo vea soluciones técnicas a problemas que se provocan por tomar decisiones erróneas, habrán aportado mucho a la vida de México. Hacer buena ingeniería no es traer agua de la cuenca del Lerma a la capital causando un desastre ecológico, tanto en esa cuenca como en la de México, sino encontrar soluciones previas al desastre. No es tampoco hacer un túnel cada vez más grande para desalojar el agua de lluvia, un bien preciado que debía ser aprovechado de la mejor manera. La ingeniería creativa que presenta soluciones sustentables de largo plazo más allá de la infraestructura, eso es vanguardia.

Urge entonces un cambio en las visiones. Un cambio en el que los empresarios atiendan lo social y entiendan la compleja problemática de las comunidades, una visión según la cual los técnicos, en este caso los ingenieros, no busquen complacer al empresario y al funcionario en el afán de obtener prebendas, o simplemente por temor a no interpretar sus deseos. Son ciudadanos libres lo que se requiere, con una visión comunitaria, no individualista ni rapazmente pragmática. La verdadera trasformación pasa por reflexionar acerca de los costos ambientales, sociales, económicos, culturales y políticos que una obra trae consigo.

Los trabajos en torno al NAICM llegarán a buen puerto si hay un análisis interdisciplinario libre de conflictos de interés. Entonces sí estaremos transitando hacia un país más democrático, más armónico y más justo. La simulación en un caso tan paradigmático como el del NAICM, sería una muy grave señal, cuando 30 millones de ciudadanos dijeron sí a la democracia, sí a la transparencia en las decisiones gubernamentales, sí a una visión que permita ganancias justas que no se obtengan a costa de la viabilidad de las poblaciones y la precarización de las personas; sí a un alto a la depredación del medio ambiente, sí al respeto de los ciudadanos, de su identidad y de su territorio, sí al respeto a la vida.

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