4/10/2020

El año de la peste



Entra el monstruo
Coronavirus es la vieja película que hemos estado viendo una y otra vez desde que en 1995 el libro The Hot Zone, de Richard Preston, nos presentó al demonio exterminador conocido como ébola, nacido en una misteriosa cueva de murciélagos en África central. Fue sólo la primera de una sucesión de nuevas enfermedades que surgían en el campo virgen de los inexpertos sistemas inmunes de la humanidad. El ébola fue seguido pronto por la influenza aviar, que brincó a los humanos en 1997, y por el SARS, que surgió a finales de 2002: en ambos casos apareció primero en Guangdong, el centro manufacturero del mundo.
Así pues, el coronavirus entra por la puerta principal como un monstruo familiar. Secuenciar su genoma fue pan comido y, sin embargo, faltan los segmentos más vitales de información. Los científicos que trabajan día y noche para caracterizar el brote se enfrentan a tres retos colosales. Primero, la constante escasez de equipos de prueba, en especial en Estados Unidos y África, ha impedido realizar estimaciones precisas de parámetros claves, como tasa de reproducción, tamaño de la población infectada y número de infecciones benignas. El resultado ha sido un caos de cifras.
Segundo, al igual que las influenzas anuales, este virus muta al circular entre poblaciones de diferentes composiciones de edad y estado de salud. La variedad que los estadunidenses tienen más probabilidades de contraer ya es levemente distinta del brote original en Wuhan. El catarro corona de Trump es cuando menos un peligro mortal para la cuarta parte de los estadunidenses, que son de la tercera edad, tienen sistemas inmunes débiles o problemas respiratorios crónicos.
Tercero, aun si el virus se mantiene estable y muta poco, su impacto en los sectores de menor edad podría diferir radicalmente en los países pobres y entre los grupos de alta pobreza.
Dentro de un año, tal vez estemos mirando con admiración el éxito de China en contener la pandemia, y con horror el fracaso de Estados Unidos. La incapacidad de nuestras instituciones de mantener cerrada la caja de Pandora apenas si causa sorpresa: desde 2000 hemos visto repetidas fallas en la atención a la salud en la primera línea.
Las temporadas de influenza de 2009 y 2018 colmaron hospitales en todo Estados Unidos, exponiendo la pasmosa escasez de camas de hospital después de años de recortes en la capacidad de internamiento de pacientes, con talde elevar las utilidades económicas. La crisis se remonta a la ofensiva de las corporaciones que llevó a Ronald Rea-gan al poder y convirtió a destacados integrantes del Partido Demócrata en sus cajas de resonancia neoliberales. De acuerdo con la Asociación Estadunidense de Hospitales, el número de camas disminuyó en un extraordinario 39 por ciento entre 1981 y 1999.
En el nuevo siglo, la medicina de urgencias ha continuado reduciéndose en el sector privado a causa del imperativo de valor accionario de incrementar los dividendos a corto plazo, y en el sector público, por la austeridad fiscal y las reducciones en los presupuestos estatales y federales destinados a prepararse para contingencias. En consecuencia, existen sólo 45 mil camas de terapia intensiva disponibles para hacer frente al proyectado ingreso de casos graves y críticos de coronavirus.
Al mismo tiempo, los republicanos han rechazado todos los esfuerzos por reconstruir las redes de seguridad despedazadas por los recortes presupuestarios de 2008. Estamos en las primeras etapas de un Katrina médico. Al dejar de invertir en la preparación médica ante emergencias, al mismo tiempo que la opinión de expertos ha recomendado una expansión importante de la capacidad, carecemos de insumos básicos de baja tecnología, así como de respiradores y camas de urgencias. Las existencias nacionales y regionales se han mantenido en niveles muy por debajo de lo que indican los modelos epidémicos. Por tanto, la debacle de equipos de prueba ha coincidido con una escasez crítica de equipo de protección para los trabajadores de la salud.
La actual pandemia expande el argumento: la globalización capitalista ahora parece biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura de salud internacional. Sin embargo, tal infraestructura nunca existirá hasta que los movimientos de la gente rompan el poder de las grandes farmacéuticas y la atención privada a la salud.
Esto requiere un diseño socialista para la supervivencia humana, que incluya un Segundo Nuevo Trato, pero que vaya más allá de él. Desde los días del movimiento Occupy, los progresistas han puesto con éxito la lucha contra la desigualdad de ingreso y de riqueza en la página uno, un gran logro. Pero ahora los socialistas deben dar el siguiente paso y, con las industrias de asilos y farmacéuticas como objetivos inmediatos, abogar por la propiedad social y la democratización del poder económico.
Sin embargo, debemos también hacer una evaluación honesta de nuestras debilidades políticas y morales. La evolución hacia la izquierda de una nueva generación y el retorno de la palabra socialismo al discurso político nos anima a todos, pero hay un elemento perturbador de solipsismo en el movimiento progresista que es simétrico con el nuevo nacionalismo. Sólo hablamos de la clase trabajadora estadunidense y de la historia radical de Esta-dos Unidos. A veces esto se acerca a una versión izquierdista de Estados Unidos primero.
Al enfrentar la pandemia, los socialistas deben encontrar toda ocasión de recordar a otros la urgencia de la solidaridad internacional. En concreto, necesitamos agitar a nuestros amigos progresistas y a sus ídolos políticos para que demanden un aumento masivo de la producción de equipos de prueba, suministros de protección y medicamentos vitales para su distribución gratuita en los países pobres. Toca a nosotros asegurar que la atención universal a la salud se convierta en nuestra política tanto exterior como doméstica.

*Reconocido urbanista e historiador, autor de City of Quartz , Planet of Slums , Nadie es Ilegal y The Monster at our Door sobre la gripe aviar, entre otros, profesor emérito de la Universidad de California e integrante del comite editorial de New Left Review .
Traducción: Jorge Anaya

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