5/02/2020

Censura – Un ensayo de Pilar Quintana

En 2012, mucho antes del escándalo de Caperucita se come al lobo, incluso meses antes de haber publicado el libro, me invitaron a una residencia de escritores en Hong Kong.

Los organizadores –creo yo– me invitaron sin haberme leído. Un año antes yo había estado en el International Writing Program, que es otra residencia para escritores, una que ocurre en la Universidad de Iowa y es quizás la más antigua y de mayor prestigio en el mundo. Los de Hong Kong me conocieron por esa residencia y me parece que lo que pasó fue que vieron mi foto en la página y dijeron “Hey, miren a esta sudaca, nunca hemos invitado a una sudaca y se vería bien en la foto de nuestra página… junto a los chinos, los gringos ojiazules, las indias y las pakistaníes”. 

A las residencias internacionales de escritores les gusta que sus páginas parezcan avisos de United Colors of Benetton. Así que me invitaron, compraron los tiquetes, me pidieron mis trabajos para traducirlos al mandarín y al cantonés y yo los envié. Faltando dos días para el viaje, cuando ya no podían inventarse una excusa para no llevarme, cuando ya no podían cancelarlo, me preguntaron si no tenía cuentos más suaves. Y yo, que les había mandado los más suaves, pues Hong Kong hace parte de China y yo quería quedar bien –no escandalizar a nadie– les dije que no, que los otros eran más fuertes.

Cuando llegué no me metieron presa, pero directamente me dijeron que yo no podía leer mis trabajos en público ni iban a ser publicados, pues –y aquí cito textualmente– “No son apropiados para la cultura china”. 

A todos mis compañeros de residencia los publicaron en mandarín y cantonés y a mí no, y ellos iban a eventos a los que no me llevaban a mí. Esto en la isla de Hong Kong. Como parte de la residencia –que duraba un mes y medio– fuimos cuatro días a China, al continente, y allá, a la entrada de un evento, me llevaron aparte y me dijeron que todos iban a leer menos yo, y todos leyeron, menos yo.

La primera forma que adopta la censura es la más evidente. Como al Marqués de Sade te meten a la cárcel. Como a la poeta chilena Teresa Wilms Montt te encierran en el manicomio. Como a Alexandr Solzhenytsin te mandan al exilio.

Este tipo de censura, el más directo, te hace sentir descalificado, te duele y te indigna. Es una afrenta. Pero por lo menos sabés qué está pasando y por qué y podés decirles “Ustedes son unos pacatos de mierda, ya verán lo que voy a decir de ustedes en Radio Ambulante”, y la rabia y la indignación que te produce te dan ínfulas para seguir escribiendo.

La segunda forma que adopta la censura es silenciosa: te ignoran, no te publican, no te invitan a eventos, hacen como que no existís. Es una censura terrible y yo diría que hasta peor que la censura evidente y directa porque vos no sabés que te están censurando. Vos pensás “Me odian, odian mi trabajo, es malo, soy mala, no vale, no valgo”. Este tipo de censura te hace dudar de vos misma y de tu trabajo. Lo peor, sin embargo, es que uno puede sospechar que la está sufriendo, pero nunca puede saberlo con certeza. Yo creo que podría haberla sufrido, pero no puedo asegurarlo, y siempre tendré la duda de si más bien lo que pasa es que soy paranoica o una resentida que cree que se merece mucho más que lo que ha recibido.

El tercer tipo de censura es el peor de todos. Durante los cuatro días que estuve en China no solo me censuraron a mí sino que vi otras formas de censura. En el hotel entraba CNN. Uno estaba viendo las noticias, de repente el televisor se ponía en negro y al cabo volvía a funcionar. Al principio yo pensaba que se había dañado momentáneamente la señal del televisor. Nada de eso. Uno de mis compañeros lo aclaró todo cuando nos contó que esa era la forma en que censuraban las noticias que el gobierno chino no quería que salieran al aire. “Porque no eran apropiadas para la cultura china”, pensé. Esos cuatro días los pasamos con el director de una revista. Él nos dijo que era la revista literaria más importante de su país. Al final le pregunté por la censura: si lo censuraban o cómo hacía él para burlar la censura. Y él me dijo, vía nuestro intérprete, “Oh, no, a mí nunca me censuran porque yo sé qué publicar”. Lo dijo con orgullo, complacido consigo mismo. Yo quedé aterrada. Ese editor tenía al censor metido adentro. Más que saber qué publicar sabe qué no publicar y no lo publica. En ese momento sentí ganas de abrazarlo e invitarlo a que huyéramos juntos de China. Me parece que esa es la peor censura de todas: la autocensura.

A Antonio Nariño lo metieron preso por traducir y publicar La declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Estuvo preso desde 1794 hasta 1810, dieciséis años. Mi país, Colombia, se llamaba entonces la Nueva Granada y era todavía una colonia española que censuraba al modo en que censura China. Se trata de la censura política: se censura al que propone cambio, al que tiene la intención de liberar a la gente de sus estrecheces mentales, en últimas, al que atenta contra lo que está establecido, contra el orden de las cosas. Lo político es uno de los territorios donde más se ejerce la censura. El otro es el sexo. Y es bien interesante que se censure el sexo. ¿Porque qué poder subversivo o transgresor tiene el sexo?

¿Por qué ofende más el sexo que la violencia? ¿Por qué es aceptable hacer películas para niños donde la gente se mata y se vuela los sesos y videojuegos donde se dan puños y hachazos y balazos pero no se puede ser igual de explícito con el sexo? ¿Por qué el sexo escandaliza y la violencia no? No tengo una respuesta para estas preguntas, pero intuyo que podría ser porque el sexo es un espejo en el que la gente no quiere mirarse: es un espejo incómodo.

Pero hay otro tema… desde que empecé a publicar me preguntan si lo que hago es literatura femenina. A mí esa pregunta me molesta muchísimo. Porque a ninguno de mis colegas hombres les preguntan si lo que hacen es literatura masculina. A lo que hacen los hombres se le llama literatura. A lo que hacemos las mujeres le cuelgan o quieren colgarle una etiqueta. Se trata de literatura femenina, es decir, un pequeño capítulo dentro de la enciclopedia que se llama Literatura, con ele mayúscula, que es lo que hacen los hombres.

Lo mismo les pasa a los gais. Ahora a los escritores que da la casualidad de que son gais los llaman escritores gais y etiquetan su literatura como literatura gay o rosa u homosexual. Lo mismo les pasa a los negros. Ellos hacen literatura afro.

Cuando una escritora mujer escribe de sexo le cuelgan otra etiqueta sobre la etiqueta de literatura femenina: la de literatura erótica. Bret Easton Ellis, que es hombre, llena páginas y páginas de sexo. En su novela Glamorama hay un polvo de dos hombres y una mujer que dura cinco páginas, y describe con todo detalle las mamadas, los lengüetazos, las penetraciones. Lo mismo pasa en sus otros libros. Hay polvos y polvos y polvos, y yo nunca he visto que en la prensa se refieran a él como el escritor erótico Bret Easton Ellis. Sí he oído que le dicen el gran escritor estadounidense. En cambio una mujer escribe un poema, una novela o un cuento donde hay deseo e inmediatamente la llaman escritora erótica.

Me parece que esas etiquetas son una forma de discriminación, de invalidar tu trabajo, de separarlo del trabajo que hacen los hombres, que es el verdadero y el importante. Por un lado estaría la literatura, que es la que hacen los hombres heterosexuales, y por el otro, unas vertientes, unos géneros, que son la literatura que hacen los gais y los negros y las mujeres y las mujeres a las que les gusta el sexo.

Me parece que en el fondo este también es un tipo de censura. Y este sería la cuarta forma que adopta la censura.

Hay una quinta forma que adopta la censura y aquí voy a ser muy concisa. “Ah, claro, es que ella escribe de esos temas porque quiere provocar y escandalizar”. Es una acusación que me han lanzado muchas veces, en la primera reseña de mi primer libro lo dijeron, en muchos de los artículos a raíz del escándalo en Chile lo dijeron, hasta mi mamá me lo dijo cuando se leyó alguno de mis trabajos. Ahora a mí me gustaría contra preguntar: ¿No se les puede ocurrir que uno escribe de los temas que escribe porque son los que lo inquietan? 

¿Como a Philip K. Dick las drogas psicodélicas? 

O qué sé yo… ¿a Borges los espejos?

Y bueno, lo que viví en China y en Chile parece prueba de que no hay nada más inquietante que el sexo.

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