Carlos Bonfil
El menú ( The Menu, 2022), película dirigida por el británico Mark Mylod, mejor conocido por su colaboración en exitosas series televisivas como Succession y Juego de tronos, maneja de modo novedoso elementos ya presentes en propuestas fílmicas sobre el arte culinario que han funcionado como sátiras sociales relacionadas con el tema del poder, trátese de la memorable cinta El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989) o de otro título inglés más reciente, El chef ( Boiling Point, 2022), de Philip Barantini. Dividida en varios capítulos, que corresponden cada uno a los tiempos de un menú y en especial a una nueva creación gastronómica, la trama de suspenso que proponen el director y sus guionistas Seth Reiss y Will Tracy, presenta un espacio acogedor, con decoración high tech, tenuemente iluminado, que paulatinamente va transformándose en un escenario de confrontación verbal entre el chef Slowik, quien actúa más como un déspota político que como un anfitrión culinario, y su clientela perpleja y aterrada a la que le impone sus gustos extravagantes de cocina ultra minimalista, obligándola a aceptar esa austeridad caprichosa. En esta comedia de suspenso y horror los comensales incautos advierten, uno a uno, su suerte amenazada por un misterio angustiante cuya solución se ve continuamente diferida y alterada, todo como en un relato de Agatha Christie.
Entre todos esos invitados, únicamente Margot, la joven intrusa en
esa degustación de lujo, mostrará su descontento con actitudes rebeldes
que para el chef serán cada vez más insoportables. Toda la película gira
en torno a esta insospechada relación de fuerzas. Con la organización y
disciplina casi militar que Slowik ha impuesto en la cocina, con la
obediencia absoluta y servil, al extremo de la autoinmolación, con que
cocineros y meseros atienden a las órdenes del jefe supremo, y con la
retórica plagada de filosofemas y retorcimientos verbales que emplea el
chef al presentar cada platillo, la cinta se vuelve la clara metáfora de
un poder político autoritario y sus posibles excesos. Paralelamente
funciona también como una sátira al esnobismo de aquellos clientes que
en su búsqueda de una delicadeza gastronómica como símbolo de un estatus
social elevado, se descubren víctimas de su propio afán de simulación
cultural. Las propuestas culinarias de Slowik son tan absurdas como la
de ofrecer un pan sin pan
, es decir, un sucédano que sólo
contenga una suerte de placebo de harina susceptible de calmar las
aprensiones de un apetito saludable culposo, pero también de exasperar
al comensal adicto a los sabores brutos de las preparaciones
tradicionales. Si el precio de la exquisitez, la corrección política y
la buena apariencia social suelen ser el sacrificio, El menú lleva este requisito a situaciones extremas tan jocosas como delirantes.
Se exhibe en Cinemex y Cinépolis.
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