8/03/2011

Errar en medicina




Arnoldo Kraus

Aunque no encontré la fecha exacta, es probable que en medicina siempre haya existido la tendencia de aprender a partir de los errores. La frase, repetida incontables veces, primero no dañar, primum non nocere, atribuida erróneamente a Hipócrates, resume bien la experiencia y los deseos milenarios de los médicos.

Hipócrates (460-370 aC) se adelantó mucho a algunos de los dilemas actuales de la tecnología médica. En el Corpus Hipocraticum se encuentra la frase por lo menos no hacer daño, de la cual deriva la máxima primun non nocere, utilizada, por primera vez, en 1860. De larga data es la preocupación médica por no dañar.

En 1999 el Institute of Medicine, en Estados Unidos, publicó el trabajo To err is human: building a safer health system (Errar es humano: construyendo un sistema de salud más seguro), ensayo en que se analizan las causas y consecuencias de los errores médicos. El hallazgo central del estudio fue demoledor: entre 44 mil y 98 mil personas morían anualmente como consecuencia de errores o negligencia médica. La cifra de muertos superaba por mucho otras causas frecuentes de muerte: cáncer de mama, drogadicción, sida y accidentes automovilísticos. La investigación demostró asimismo que los gastos económicos secundarios a los errores eran enormes.

Los datos previos no se han actualizado. Pido disculpas por el siguiente intríngulis (cantinflesco, por supuesto): Desconozco si el número anual de muertos disminuyó como consecuencia del estudio, o ha aumentado debido a otros factores, entre los que destacan pobreza, desinterés médico, cobertura médica escasa, saturación de servicios médicos, etcétera. En México, lamentablemente, no contamos con ningún estudio similar. Bueno sería que los encargados de la salud de nuestro país publicasen su experiencia: Errar es humano sería el título (Felipe Calderón no podría colaborar en el trabajo).

Los errores en medicina son frecuentes. La gran mayoría, afortunadamente, no producen lesiones; otros dejan pequeñas secuelas; algunos dañan órganos vitales y pocos producen la muerte. Los yerros en medicina tienen dos ángulos.

El primero es el daño producido por el doctor; solventarlo o mejorarlo es obligación médica; la controversia se debe dirimir entre galeno y paciente o, cuando sea necesario, ante instituciones diseñadas ad hoc. El segundo radica en la enseñanza que se obtiene a partir del error; corregirlo y aprender a partir de él pertenece exclusivamente al ámbito médico. Sancionar los errores depende del enfermo, de las instancias médicas y de instancias legales. Corregir y crecer a partir de los yerros es campo de la enseñanza y de la filosofía médica. En el resto del artículo me ocupo exclusivamente del segundo apartado.

La premisa inicial, Perogrullo dixit, consiste en reconocer el error. Reconocer pifias requiere autocrítica y ser crítico, conductas no siempre presentes y con frecuencia poco estimuladas en el gremio médico. La autocrítica es indispensable para mejorar; contar con ella no depende de otras personas, es atributo personal. Puede estimularse si se cuenta con modelos de enseñanza donde los profesores o colegas comenten sus equivocaciones; este tipo de ejercicio es poco frecuente.

La crítica entre galenos se fomenta poco por malas razones: compromisos económicos –me refieres, te refiero–, lealtades mal entendidas –hacia los colegas o hacia el sitio de trabajo–, pobreza académica, falta de costumbre, respeto, muchas veces inadecuado a los superiores y miedo de ser sancionado –si sancionan a un compañero yo podría ser el siguiente–. La pereza crítica en medicina atenta contra la ética. Si bien las compañías aseguradoras y los abogados (muchos nefastos: buscan lucrar a toda costa) quebrantan la buena medicina, esa razón no invalida la obligación de ejercer y fomentar la crítica. La crítica entre galenos fortalece el sano ejercicio médico, mejora la preparación médica y protege al enfermo. La falta de crítica enferma a médicos y desprestigia a la medicina.

En 1983, Neil McIntyre, médico, y Karl Popper, filósofo, publicaron un estupendo y evocador ensayo en una revista médica británica (British Medical Journal, volumen 287, pp. 1919-1923, 1983), titulado The critical attitudes in medicine: the need for a new ethics (Actitudes críticas en medicina: la necesidad de una nueva ética). En ese trabajo se subraya el escaso interés de las escuelas de medicina y de los posgrados por la ética médica, se cuestiona el autoritarismo médico, se analizan las razones por las cuales las ciencias crecen a partir de los errores y se sugiere que es necesario crear un nuevo ethos, el cual debería encontrar sustento en la crítica sana, no peyorativa, entre colegas.

Han transcurrido muchos años desde Hipócrates, más de un siglo desde que la máxima primum non nocere se utilizó en el ámbito médico y casi treinta años a partir de la publicación del ensayo de McIntyre y Popper. Muchos años, pocos cambios: construir una nueva ética médica es crucial.

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