5/29/2012

¿Es inevitable el triunfo del PRI?



Alberto Aziz Nassif

    Hace tres semanas participé en un seminario sobre candidatos presidenciales y sus campañas. Una de las tesis manejadas fue que, con base en encuestas, era prácticamente inevitable un triunfo de Peña Nieto el 1 de julio. Sin embargo, con el movimiento estudiantil #YoSoy132 de las últimas dos semanas y la ola de rechazo al PRI que ha empezado a crecer, lo que se veía inevitable se ha empezado a resquebrajar, pues surgió otro escenario. No quiere decir que ahora el PRI vaya a perder, pero han cambiado las perspectivas de la campaña, la comodidad del triunfo fácil y el poder de la aplanadora priísta están amenazados.

    En los inicios de la alternancia electoral había una tesis que circulaba con insistencia: mientras más participación electoral de la sociedad, el voto de independientes, se reducen las posibilidades de triunfo del PRI. Se decía que el voto corporativo y clientelar del PRI tenían límite, techo, y sobre ese nivel la maquinaria era rebasada. Algo similar sucede ahora, hay un amplio sector de jóvenes que son el alma del movimiento estudiantil y han formado una ola que trae nuevos vientos a la campaña electoral.

    Se trata de un factor —novedoso en México— que no estaba contemplado, y no se saben todavía sus repercusiones. Sobre todo, me pregunto sobre las intenciones y preferencias electorales. Se trata de un sector que no había tenido una manifestación pública, pero que ahora ha ganado visibilidad. No tiene un núcleo unificado, enfáticamente se pide apertura mediática, equidad en la cobertura y en la información sobre las campañas. Estas demandas se juntan con otras agendas que se manifiestan abiertamente anti-PRI, que no quieren el regreso de este partido; una parte de esos grupos tampoco desean la continuidad del actual partido gobernante, por lo que el beneficiario puede ser el candidato de la izquierda con el que puede haber mayor armonía.

    El eje de la campaña ha girado hacia los temas estratégicos y contra los intereses dominantes que tienen al país atorado en tres direcciones: a) el desarrollo económico por la captura monopólica, por la estrategia dominante de un neoliberalismo excluyente que necesita un cambio para reactivar el mercado interno y revertir la desigualdad. Este modelo ya ha sido replanteado incluso por los países más ortodoxos como Chile. b) El desarrollo político por la complicidad de intereses mediáticos y partidocráticos que afectan la visa democrática y c) la captura del Estado frente al crimen organizado. Sobran razones para desconfiar de partidos, políticos, del panismo gobernante, pero sobre todo, hay muchos argumentos que apuntan a que el regreso del PRI sería como restaurar el viejo régimen. Pese a la imagen juvenil de su candidato, el peso de los intereses y compromisos de poder que lo soportan lo hunden cuando defiende a líderes sindicales que abiertamente ostentan corrupción, como el dirigente petrolero o la líder del magisterio. Las sonrisas y la mercadotecnia se terminan cuando se ven los esqueletos guardados que salen a la luz pública. Los impresentables del priísmo abundan, desde Montiel, Marín, Ruiz y Moreira hasta Yarrington y una larga lista para la que no alcanza el maquillaje. Muchos de estos indeseables están resguardados en las listas plurinominales del PRI.

    Peña ha sentido la presión de los estudiantes y el cambio en el clima de la campaña, los vientos se le han vuelto adversos y ahora trata de modificar la ruta cómoda y pasar a un improvisado plan “B” al que se le ven todas las costuras de la improvisación. La muestra más reciente fue el decálogo de respeto a las libertades democráticas que hizo, pero se equivocó porque se trata de libertades garantizadas por la Constitución. El candidato del PRI nos dijo que respetaría los derechos ya conquistados, ¿qué novedad tiene? Si no hubiera habido presión de los universitarios, ¿pensaba no respetar la Constitución? Queda confuso el propósito, pero se ve la necesidad de dar garantías, porque el contexto de exigencia para el puntero ha cambiado en sólo dos semanas y todo indica que seguirán al alza la presión y el rechazo.

    Una posibilidad es que en el último mes de la campaña se cierre la competencia. Lo que indican varias encuestas es que AMLO ya está en segundo lugar y se ha convertido en el principal retador del puntero. Los cambios en las intenciones de voto de las próximas semanas pueden ser impredecibles. Lo inevitable del triunfo de Peña se ha empezado a evaporar y eso es lo más interesante de esta campaña, que hasta hace tres semanas no anunciaba nada nuevo.

    Twitter: @AzizNassif

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José Antonio Crespo

Hasta ahora prevalecen dos ejes temáticos en el movimiento estudiantil. El primero es el antipriísmo, el antipeñismo, que a muchos ha dado esperanza de que provoque un vuelco en las tendencias electorales. Pero, además de que no se sabe si ese antipeñismo es compartido por el grueso de la juventud (los 13 millones que votarán presidente por primera vez), los estudiantes no proponen una acción concreta para impedir que Peña triunfe. Es un movimiento apartidista, no apoya un voto útil a favor de Vázquez Mota o López Obrador (como lo reflejó la vergonzosa reprimenda a Paco Ignacio Taibo II cuando intentó hacer propaganda por Andrés Manuel). Entonces el movimiento parece un microcosmos de lo que ocurre en la sociedad: un antipriísmo mayoritario que, sin embargo, se divide entre panistas, perredistas e indecisos y anulistas. Ese antipriísmo no presenta opción que lo aglutine.

El otro tema es la democratización de los medios. De esa veta puede haber resultados más concretos, sobre todo si el movimiento continúa tras la elección. Pero falta precisar qué y cómo democratizar el sistema de medios. Se pide, genéricamente, la democratización de los medios, que implica equidad e imparcialidad. En principio, sería deseable esa imparcialidad, pero es un tanto utópico y excesivo. En la mayoría de países democráticos se ve normal que los medios adopten causas, tengan tendencia ideológica y respalden en congruencia a ciertos partidos y candidatos. Y eso no se ve como obstáculo a la democracia, sino como parte y expresión de ella. ¿O debiéramos exigir, por ejemplo, que “La Jornada” y “Proceso” no apoyen las causas que apoyan? ¿O que el “Reforma” y EL UNIVERSAL no hagan lo propio? Se puede fácilmente caer en una férrea censura, contraria a la democracia. No digas ni defiendas aquello en lo que crees, sino lo que la ley o el IFE te dicten. O no digas nada ni tomes posición de nada, sólo informa asépticamente y narra los hechos, sin interpretarlos. Ello limitaría también la libertad de los ciudadanos a buscar la orientación y medios que les son afines. Los sesgos informativos pueden y deben generar costos de credibilidad y audiencia, más que ser corregidos mediante la ley.

Me parece que el tema central es menos la imparcialidad y más la pluralidad, la desconcentración. El problema con los sesgos y tomas de postura de las televisoras comerciales es la concentración de las audiencias. Entonces la solución está en otro lado. Decía el político inglés William Blackstone a fines del siglos XVIII: “Sin duda alguna, todo hombre libre tiene el derecho de exhibir en público los sentimientos que le parezca; prohibir eso sería destruir la libertad de prensa, pero si publica algo impropio, engañoso o ilegal debe aceptar las consecuencias de su propia temeridad”. La respuesta estaría, entonces, en la ley de medios más que en la ley electoral. Y la demanda tienen que hacerla los estudiantes frente al Congreso, el responsable de legislar en ese sentido.

Me extraña, por otro lado, que no haya aparecido en las consignas y pancartas de los estudiantes algo así como “No a la telebancada”, pues es un tema directamente relacionado con su eje temático. La ya tradicional telebancada convierte a esos grupos de interés en legisladores que defienden esos intereses, no los de sus “representados”. Y la telebancada se fortalece y amplía cada vez más. El reclamo tendría que ser a los partidos por cuya vía surge esta telebancada, en particular PRI y PVEM, pero también la Coalición de Izquierda, que en absoluta incongruencia de sus posturas alimentará esa telebancada con un senador. Cabrían movilizaciones frente a las sedes de esos partidos con la exigencia de no prestarse a meter en el Congreso la famosa telebancada (pues de no revertirse esa tendencia, pronto será un “Telecongreso”).

La agenda estudiantil tiende a ampliarse con temas genéricos, problemas ancestrales del país, como la injusticia social, la mala distribución del ingreso, la corrupción y la falta de Estado de derecho. Una posición loable. El problema es que los movimientos tienden a agotarse, y en la medida en que incluyen más temas y más genéricos, menos probabilidad tienen de lograr un cambio concreto. El que mucho abarca… El movimiento estudiantil podría ejercer una sana y eficaz presión sobre el tema de los medios, donde urge la desconcentración televisiva, pero existe el riesgo de perder dicha eficacia si se pierde en toda la agenda nacional, que es muy vasta y compleja.

Comentarios: cres5501@hotmail.com 
Facebook: José Antonio Crespo Mendoza

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Redes de la libertad 
PORFIRIO MUÑOZ LEDO

La restauración del antiguo régimen que parecía inevitable hasta hace unos días, requería mantener la complicidad entre los imperios mediáticos, los dueños del dinero y sus empleados políticos. Sostenerse como encomenderos de la conciencia pública y permitirse inclusive la humillación de los partidos por la imposición de candidatos impresentables que compran curules como títulos de nobleza. Ocurrió lo inesperado, apareció en escena un actor que no estaba invitado: la protesta juvenil, cuya importancia potencial era evidente pero ignorada. Los estudiantes interrogaban en las universidades ¿cuál es nuestro papel en la elección? ¿catorce millones de jóvenes podemos cambiar el país el 14 de julio? Nunca tuvimos respuesta suficiente. Imposible aconsejarles incorporación a los partidos políticos: sólo quedaba explicar las opciones históricas que están en juego y llamar a la movilización de las conciencias. Solía decirse: precipitemos como en 1988 la ruptura social. Las plazas, las calles y ahora las redes sociales son los verdaderos escenarios de la transición política. Los procesos electorales sólo las culminan y frecuentemente las traicionan. Todo cambio histórico se resume en la inclusión de los excluidos, pero adquiere un sentido de reinvención cuando el salto es generacional.

La paradoja de esta primavera es la participación de los marginados. Acceso aunque precario a la educación, iniciaciones culturales, disposición de medios electrónicos, conciencia comunitaria en tiempo real y capacidad para descubrir una realidad que los tiempos oficiales ocultan. Los jóvenes mexicanos están en el desamparo, pero no aceptan la negación, viven la angustia de un futuro prometido que nunca llegará. Hijos de los sin-nombre despliegan una conmovedora fraternidad. No se enfrentan a la dictadura sino a la simulación. Sin saberlo han asumido la crítica de la izquierda sobre el ciclo neoliberal y la derrota del estado nacional. Sufren la disolución de la autoridad pública y la suplantación de la cultura por la publicidad. Un continuo de necesidades básicas no cubiertas, comenzando por la alimentación y los afectos familiares.

Un presente intenso sin la posibilidad genética de parir un porvenir deseable. Se trata de un movimiento pluriclasista y nacional, que no se disipa en la búsqueda de liderazgos efímeros. Carece de las bases teóricas para formular un programa político, tienen sin embargo, la determinación de modificar el futuro. Han hecho posible el surgimiento de una sociedad vigilante a través de teléfonos, cámaras, computadoras y diálogos que multiplican las vías de percepción y nos dan acceso al rostro desnudo del abuso y la injusticia. “La verdad os hará libres” dirían los clásicos; pero sólo proyectos consecuentes podrían incidir en la transformación social. Los nuevos movimientos no sólo expresan reclamo sino que asumen la responsabilidad de cambiar las cosas. Su virtud será la concreción. Encontrar el Muro de Berlín de esta circunstancia es el desafío, hasta hoy han logrado colocar en el centro del debate la concentración del poder por los gigantes de la televisión. La falsificación del mundo cotidiano y por tanto la mentira sobre el porvenir; en el trasfondo la supremacía de los poderes fácticos sobre las instituciones públicas y el imperio galopante de la superficialidad como antídoto de la moral social. Devolver la política a los ciudadanos es el objetivo.

Ello requiere de reformas de Estado planteadas hace lustros y a las que ha faltado el apoyo del estamento político. Cuando escribí hace dos años sobre “La vía radical para refundar la república” no estaba invocando la lógica de las armas, ni menos las revueltas convencionales que se resuelven en nuevos caudillismos. Dejé claro que la única solución accesible para nuestro país es la movilización de las conciencias, capaz de conducir a un ensanchamiento sustantivo del poder ciudadano. Espero que la hazaña de los jóvenes pueda marcar el inicio de esa era. Nos toca aceptar con modestia el intercambio de los proyectos y la sinceridad de la experiencia. Nada es hoy más digno que volver a ser maestro. Invito a todos mis jóvenes amigos de la república a discutir en los escenarios posibles los métodos constitucionales y políticos para que en México consumen su verdadera independencia a través de la liberación mediática. 


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