7/13/2013

San Fermines machistas… Ez, eskerrik asko


Es necesario concienciarnos que no son fiestas si mi hermana, mi hija, mis amigas, mi novia han de protegerse y tomar más precauciones que yo porque pueden sufrir una agresión por tener coño

Pikara Magazine 


Javi Pérez Hoyos, educador social
Creo que no existe en el imaginario público del Estado español unas fiestas tan salvajes y sexualizadas como las de San Fermín. Todos los años la prensa nativa o foránea adorna noticias del día 6 de julio con cuerpos desnudos, sucios por los licores derramados, casi exclusivamente de mujeres. Normalmente sobados por unas manos a las que a priori podemos sospechar que nadie ha dado permiso. Tengo grabadas en mi mente imágenes en las que decenas de hombres rasgan sin piedad las ropas a una joven chica, ante la risa y burla de los presentes. Ellas no son más que un juguete en sus manos. Ellas no son más que un trozo de carne para manosear. Ellas no son sujetos de derecho ni de respeto.
Los que paseamos por Carlos III y el Ensanche, o cenamos en el Oinez o por fin este año en Gora Iruña, tal vez no pensamos que el salvajismo es tan grade, en nuestros espacios las agresiones son mucho más raras o solo percibidas por las mentes malpensadas y sin sentido del humor, o eso dicen. Por ello, ante esto que nos venden, podemos creer que la culpa es solo del ojo indiscreto de la prensa que siempre ve lo que nadie más ve. Pues no, “lo viejo” (Casco viejo de la ciudad) es un hervidero de agresiones, una detrás de otra. Solo hay que pararse y mirar. Acercarse a la Plaza del Castillo o al ayuntamiento. Ver como cuadrillas, piaras más bien, de jóvenes y no tan jóvenes, hacen de las calles su coto particular de caza. Como rodean y vitorean en clara superioridad numérica grupos más pequeños de chicas, pidiendo sus cuerpos en ofrenda.

He llegado a ver por las calles menos transitadas como jaleaban al chico mientras despreciaban a la chica cuando ambos gozaban de sus cuerpos públicamente. Y, lejos de afear las conductas de los agresores, las personas que pasaban por la calle cargaban las tintas contra ella. “Cómo se le ocurre, en mitad de la calle, no tiene decencia, que pensará su madre…” En contadas ocasiones las referencias eran en plural. Pero seguían obviando que lo más recriminable de todo no era el sexo público, sino los insultos de “puta, guarra” frente a los “fóllatela duro” y “rómpele el coño, campeón”. En estos casos nos puede nuestro pudor, y justificamos la agresión verbal, con aquello tan viejo y machista de “ella se lo ha buscado.” Y qué más me da si folla en la calle, y si enseña las tetas, o si al chico de a lado se las deja tocar, ¿en qué momento eso me confiere la autoridad y la propiedad sobre su cuerpo y sus actos? El machismo trata de mantener su hegemonía desviando la responsabilidad del agresor a la víctima. Nada justifica, nada explica, nada se entiende, el único responsable es el que agrede. De hecho, la degeneración es tal que en 2011 una noticia sobre una agresión se encabezaba con un titular que decía así: “La denuncia de dos agresiones sexuales enrarece el ambiente de San Fermín” ¿Cómo que la denuncia enrarece? Serán las agresiones las que enrarecen el ambiente festivo, ¿no?
Yo, como observador de la noche san ferminera y de otras noches festivas, he llegado a una conclusión: permanecemos impasibles ante la invasión de los cuerpos y los espacios de las mujeres en fiestas. Algunos seres más cercanos a las aves de corral que a los homínidos se sienten con autoridad para irrumpir en las alborotadas peñas y bares con un despliegue de plumaje, cresta y deficiente verborrea, que es recibido en muchos casos con displicencia. Y estos seres interpretan que ello se debe a algún tipo de fase etílica, o de síndrome menstrual, y no simplemente a que aburren, y muchas veces, molestan. Pero la máxima expresión de la invasión viene a la hora del baile. Cuando con más brazos que Visnú y Shiva juntos, con todos los respetos, lo que comenzó como un juego de cierto grado de sensualidad acabo convirtiéndose en una incómoda toma de posesión, y en una lucha por la supervivencia y por escapar de esa trampa. Lo poco agrada y lo mucho aburre que dice el refranero.
A veces he pensado que no hay más brutales agresiones porque hay gente por todos sitios y a cualquier hora del día o de la noche, y el temor de los cobardes agresores impide repetir sucesos como los de Nagore Laffage. Es necesario percibir todas estas actitudes como una agresión machista. Es necesario concienciarnos que no son fiestas si mi hermana, mi hija, mis amigas, mi novia han de protegerse y tomar más precauciones que yo porque pueden sufrir una agresión por tener coño. Y es necesario entender el daño que estos hechos y por ende, este tipo de imagen de las fiestas de San Fermín, y no hacen sino perpetuar un uso del espacio público falocéntrico y patriarcal.
Aun así tengo claro que el billón de micromachismos, (en cualquiera de sus formas) de invasiones, y de agresiones no denunciadas es motivo suficiente para iniciar un proceso de reflexión que nos lleve a tomar decisiones, algunas drásticas y contundentes y otras profundas y a largo plazo que impidan que continúe esta ceguera colectiva, esta degeneración como sociedad que le ríe o disculpa al agresor y sataniza a la víctima. Y es labor todos las personas que acudimos a San Fermín, y de los responsables públicos, y de los agentes sociales, peñas, comerciantes y hosteleros que esto se reconduzca. No hay fiestas populares si las mujeres no pueden disfrutar en tranquilidad e igualdad de los espacios y de sus actos. Estamos haciendo apología de la cosificación de las mujeres. Y somos responsables todas las personas si miramos para otro lado. Si no censuramos una actitud machista. Y es responsabilidad de todas, también si no enseñamos a nuestras hijas a defenderse y a nuestros hijos a respetar. Y a ambos a defender la libertad y la igualdad de todas las personas, también en fiestas.

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