12/20/2016

Despojos y destrucción en territorios totonacas



Adriana Bermeo*
La Jornada 
El 8 de septiembre de 2016 pobladores de Teteloloya, Nuevo Tenancingo, Plan de Ayala y El Paraíso, pequeñas localidades enclavadas en las montañas de la Sierra Norte de Puebla bloquearon la autopista México-Tuxpan, a la altura del kilómetro 164 en el tramo conocido como Cerro de la Ardilla. Exigían el resarcimiento de los daños a sus territorios que causó la construcción de esta supercarretera, así como la construcción de puentes peatonales: demandas mínimas que deben atender una empresa socialmente responsable como ICA y el gobierno que la autorizó.
Las localidades mencionadas se sitúan en la última porción de 40 kilómetros; una obra compleja de nueve años para evitar la sinuosidad de la Sierra Madre Oriental. Este tramo se sitúa a lo largo del río San Marcos, perteneciente a la cuenca del río Cazones; se caracteriza por una alta diversidad de ecosistemas favorecidos por la humedad del Golfo de México y por la presencia de pequeñas localidades dispersas, ocupadas desde hace siglos por comunidades campesinas herederas de la cultura mesoamericana: nahuas, totonacas y otomíes.
La población indígena serrana desarrolló a lo largo de su historia territorial estrategias agroecológicas diversas para satisfacer sus necesidades: milpas que dejan descansar el terreno y caminan de un sitio a otro, respetando una porción de vegetación natural. De acuerdo con el doctor Eckart Boege, es una zona biocultural prioritaria para la conservación in situ de cultivos fundamentales, como maíz, frijol, chiles, tomates y quelites. Es un sitio de origen y diversidad de estos y muchos otros cultivos y territorio de una riquísima cultura agrícola y culinaria que debe cuidarse y apoyarse. Sin embargo, los tomadores de decisiones en nuestro país no valoran los territorios de los pueblos originarios: corazón de la cultura nacional. En lugar de darles la importancia que tienen y apoyar su papel fundamental para el futuro de México, priorizan los designios del capital global.
Es así que la reforma energética se territorializa en esta zona con un sinfín de proyectos que por su ubicación, sus riquezas hídricas y minerales atraen capitales que han estado destruyendo el paisaje y despojando a las comunidades con la construcción de gasoductos, hidroeléctricas y la presencia cada vez más constante de minas a cielo abierto.
La construcción de la autopista respondió a la necesidad de estas obras, y también de agilizar la circulación terrestre entre el noreste y centro del país. En palabras del doctor Víctor Toledo, es un atentado contra la vida orgánica de la región, que a pesar de sus carencias y limitaciones mantenía un metabolismo armónico. Es decir, la producción agrícola se hacía respetando los ciclos de recuperación de los ecosistemas, y con ello, sostenían su producción de alimentos sin destruir las montañas y su diversa vegetación.
En 1999 las afectaciones por deslaves e inundaciones fueron notables en toda la Sierra; en Teziutlán murieron 260 personas. Se hizo evidente la alta vulnerabilidad social en la temporada de lluvias, debido a la destrucción de extensas superficies de vegetación, que además no incorporaron medidas de contención de suelos. También priva una urbanización destructiva. Esta tragedia no ha parado la devastación de laderas serranas y la dinamitación del corazón de las montañas en decenas de kilómetros para la construcción de caminos y gasoductos. En Cuacuila y Xaltepec, municipio de Huauchinango, a pesar de la pérdida de vidas humanas, la negligencia estatal y la destrucción continúan.
La ampliación de la infraestructura carretera y energética nacional en la Sierra Norte de Puebla no sólo pone en riesgo la vida de los pobladores, sino además impide la reproducción de estas culturas que dependían del monte y de sus territorios milenarios. De esta manera no sólo se vulnera su derecho a la alimentación, sino se demerita su capacidad como guardianes de saberes tradicionales en el manejo sustentable de diversos ecosistemas y en especial su importante labor de reproducir semillas nativas (llamadas criollas) in situ.
Los manifestantes exigen puentes para sortear la barrera que impuso la autopista a comunidades del municipio de Tlacuilotepec. Ahora no pueden acceder a su Kuojtakiloyan, el monte útil donde anualmente cultivaban su milpa y cafetales, y también recolectaban plantas útiles. También exigen el resarcimiento de daños a los 17 pozos de agua tradicionales destruidos e indemnización a 150 viviendas afectadas. Es evidente que se han violado los derechos humanos de estos pueblos totonacas sometidos al riesgo de deslave del cerro e imposibilitados a producir su propio alimento con sus prácticas milenarias. Ahora ¡más empobrecidos y obligados a vender su fuerza de trabajo a la misma empresa que los destruye!
Los atentados contra la vida en la misma zona se repetirán con la construcción del Gasoducto Tuxpan-Tula por la empresa TransCanada, que se ha ido imponiendo por la fuerza. Sin embargo, la resistencia organizada de pueblos conscientes se sostiene para detenerlo. La toma de conciencia de que los megaproyectos son proyectos de muerte va creciendo. Las comunidades son engañadas con promesas falsas que nunca se han cumplido. En cambio, despojan y expulsan a los pobladores orginales quienes engrosan las filas de los más pobres y explotados de las urbes.
El reto de conservar la inmensa e invaluable riqueza ambiental y cultural de México es enorme y urgente. Pasa por oponerse a un modelo de desarrollo depredador en el cual no tiene cabida real esta riqueza, el hacer milpa, una forma de producir alimentos sanos y diversos sin destruir los bosques. El modelo que se pretende imponer genera empobrecimiento cultural, natural y humano, y una creciente dependencia a los programas sociales o a las remesas. Es indispensable exigir la reparación del daño: para ello urge frenar la territorialización de la reforma energética en la Sierra Norte de Puebla y otras zonas de pueblos originarios. De lo contrario se violarán los objetivos de cualquier iniciativa por conservar la biodiversidad y la gran riqueza biocultural de México.
* Candidata a doctora en geografía, UNAM y UCCS AC.

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