4/07/2017

Para preocuparse



René Drucker Colín
La Jornada 
Prácticamente todos los días, al leer o escuchar las noticias, se percata uno casi irremediablemente de los constantes agravios a las leyes y a la sociedad en general. En lugar de escuchar como noticia insólita que en nuestra ciudad o país alguien participó en un fraude o acto ilícito, esto es más bien parte de la cotidianidad y lo que es insólito es que alguien haga un acto de gran honestidad o que miembros de alguna de las múltiples corporaciones privadas o públicas sorprendan y hagan su trabajo de manera excepcional y con gran eficiencia, cosa que debería ser la norma. Realmente, la corrupción ha invadido nuestra sociedad a un grado tal que, como las metástasis que ocurren a partir de un tumor primario, ha devastado y descompuesto el tejido social que requiere el país para salir adelante.
¿Por qué ha ocurrido esta descomposición social que padecemos los mexicanos? Es una pregunta que merece ser analizada y desde luego corregida, aunque es evidente que todo problema social, sobre todo de la magnitud de la corrupción en nuestro país, es complejamente multicausal.
Sin embargo veo dos que, en mi opinión, sobresalen. La primera se refiere a que la impunidad ante los ilícitos (chicos, medianos o grandes) es la característica esencial que rige la impartición de la justicia. Desde los ciudadanos que nos estacionamos donde se nos pega la gana y a cualquier hora del día nos pasamos los altos y no cumplimos con las mínimas reglas de urbanidad y civilidad, hasta los que cometen asaltos, crímenes y desfalcan bancos o gobierno, mayormente resultan totalmente impunes, pues las autoridades correspondientes, o no desempeñan su función primordial, que es la de ejercer su autoridad para hacer cumplir las reglas y leyes que rigen a la sociedad, o, peor aún, se dejan corromper para que no se ejecuten.
Desde la mordidita hasta la mordidota todo está diseñado para que las leyes no se cumplan. Pero, además, las leyes no sólo no se obedecen, sino que muchas ya son obsoletas y por lo tanto requieren revisión y de ahí el segundo problema que afecta nuestra sociedad. Es necesario que los legisladores se dediquen a actualizar las leyes. Los tiempos han cambiado, así como el entorno en el que nos movemos hoy día y las leyes tienen que ajustarse a las necesidades presentes.
En lugar de sostener rígidas posiciones partidistas y dedicarse a despotricar contra quien no está a favor de sus intereses, los legisladores deberían ver qué es lo que conviene a la sociedad y de qué manera se puede beneficiar a quien paga sus sueldos. Sin embargo, lo que observa y sufre el ciudadano común es que desde la cloaca de los partidos, hasta los advenedizos que hay en ellos, el interés ciudadano es secundario. Desde luego el problema no se arregla sólo elaborando nuevas leyes, sino haciendo, por vía de mientras, que las que existen se cumplan cabalmente y se termine con la impunidad que prevalece y se castigue a los culpables. Pero por otro lado, se requiere que la sociedad en su conjunto tenga mayor conciencia cívica, pues debe darse cuenta de que los actos en su contra, desde los más pequeños y aislados hasta los más agresivos y colectivos, tienen el efecto bumerán. No cabe duda de que la anarquía y la irresponsabilidad tienen cierto sabor a libertad, pero el círculo entre falta de autoridad y abuso de autoridad convierte todo en libertinaje y no hay peor daño a la sociedad, ya que de alguna forma todos participamos. A fin de cuentas, el problema es que en nuestro país no se ejerce la autoridad en forma apropiada y nosotros los ciudadanos, pues tampoco cooperamos mucho.

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