9/21/2019

Fans, admiración, obsesión y deseo Cuerpos, Reportaje


La necesidad de referentes de los seres humanos, el ideal de amor romántico y el mito del tú-también-puedes se unen en una mezcla explosiva: el fenómeno fan 

Amaia Romero, ganadora de Operación Triunfo en 2018, rodeada de seguidoras en Iruñea./

LollipOT2015 para Wikimedia Commons 

Este reportaje ha sido publicado en El Salto en papel dentro de nuestra colaboración mensual. 

El tren turístico que mostraba las grandezas de su pueblo paraba delante de su portal: “Aquí vive David Bustamante”, decía el guía. Entonces, las y los pasajeros se bajaban para hacerse fotos delante del portal y para escribir, con rotulador permanente, por supuesto, el amor que profesaban al cántabro por excelencia. Fue imagen de su comunidad y tuvo a bien cantar a su tierra. La rima fácil (Cantabria/ la tierra que me vio nacer/ crecer y enamorarme) no le resta un ápice de valor al empeño del muchacho y del Gobierno regional por promocionar los encantos del territorio norteño. 

Bustamante no hacía falta, pero vino muy bien. No solo se convirtió en icono de su tierra sino que su rostro se plasmó en calcetines, cojines, fundas de móviles y miles de camisetas. Tanto él como todos sus compañeros y compañeras de la primera edición de Operación Triunfo abarrotaron estadios. El fervor por este fenómeno, que entonces parecía irrepetible, marcó a toda una generación, sobre todo de mujeres, que tuvo que elegir entre Bisbal o Bustamante. La pasión con la que se hacían las colas para lograr la primera fila de un concierto o la foto en una firma de discos traspasó todas las barreras de lo imaginable. En 2001, en un momento en el que no teníamos todas móvil ni el acceso a la red era mayoritario, webs como Portalmix se constituían en espacios de encuentro para fans de los triunfitos. En ellos, las fans debatían sobre las valoraciones del jurado y juraban amor eterno a sus ídolos. Ana tenía entonces 12 o 13 años. Recuerda aquella época con mucho cariño porque entonces conoció a un grupo de amigas que todavía hoy conserva. Han recorrido juntas el Estado español de arriba a abajo, han dormido en portales y en hotelazos, han seguido al autobús en el que viajaba Busta, han conocido a su familia y a toda la banda, pero, sobre todo, han disfrutado de lo lindo. En su entorno nadie juzga su afición y ella lo tiene claro: “No hacemos daño a nadie”.Sobre las mujeres que se declaran fans de un artista, siempre planea la duda del interés romántico o sexual. @andreamomoitio explica los porqués en este reportaje. Clic para tuitear

Ana ya no va a veinte conciertos por gira, pero sigue disfrutando de ellos siempre que tiene ocasión. No sabe cuánto dinero habrá podido gastarse durante estos años y duda cuando le pregunto si lo suyo con Bustamante era amor platónico, una cuestión que sólo se plantea cuando son las mujeres las aficionadas a algo. Nadie pensaría que los fans del fútbol –esos señores a los que llamamos aficionados– están enamorados de los once jugadores de su equipo, ni que su afición es infantil o interesada. Sobre las mujeres que se declaran fans de un artista, por ejemplo, siempre planea la duda del interés romántico o sexual. No es descabellado. 

La filósofa Celia Amorós habla de las idénticas y los iguales para explicar de qué manera nos vinculamos hombres y mujeres. Mientras ellos crecen sabiéndose iguales entre sí, en derechos y en libertades; nosotras somos constituidas como idénticas. Por eso, permitan un ejemplo terrenal, ellos juegan al fútbol en la adolescencia mientras nosotras quedamos para verles jugar, mientras esperamos a ser elegida por alguno de ellos. Sirve cualquiera: somos idénticas. Así, si entendemos que las mujeres nos constituimos como tal en relación a la espera activa para ser elegidas por uno de ellos, no resulta extraño suponer que alguna vez hemos creído que podríamos ser las elegidas por la estrella. 
La necesidad de idealizar a otras 

Más allá de explicaciones filosóficas, lo cierto es que es habitual que las personas admiremos a otras. Bien porque cantan, porque juegan al fútbol o porque cuelgan vídeos en Youtube. Puede que sea cosa de las neuronas espejo, como dicen algunos estudios o puede, simplemente, que nos dejemos embaucar por el éxito que proyectan las personas con relevancia pública. El mito neoliberal por excelencia es el que alimenta la posibilidad de éxito. Así, te esfuerzas durante toda tu vida esperando ese sitio para ti detrás de un balón o ante las cámaras de la tele, que nunca llega. Las honrosas excepciones nos mantienen siempre alerta. Quién sabe, quizá algún día me toque a mí. Los concursos de televisión que promueven el talento de la gente corriente, desde Got Talent a Operación Triunfo, alimentan el mito de las posibles nuevas estrellas. Del andamio al escenario, sin embargo, solo ha podido saltar Bustamante. Ianire Estébanez es psicóloga y sabe que la necesidad de tener referentes es una cuestión social y compartida. Necesitamos personas a las que queremos parecernos, a las que transferir todos esos deseos que tenemos sobre nosotras mismas: “El fenómeno fan parece que solo ocurre en la adolescencia, pero tendemos a idealizar a otras personas en todas las etapas de nuestra vida. En la adultez se manifiesta de otra manera, pero hay muchísimas personas que se mantienen muy fieles a un personaje político o a una forma de pensar”, dice. «En el fenómeno fan, lo que genera más enganche no es que tú hayas idealizado a alguien, sino que esa idealización es compartida por un montón de gente», analiza @ianireestebanez Clic para tuitearEncontramos en el fútbol, en la política, en el cine o en la música personas que materializan lo que querríamos para nosotras: “Necesitamos referentes –sigue, Estébanez–, ejemplos que nos hagan pensar, que materialicen como nos gustaría que fuera el mundo, la vida. Si lo vemos en otra persona es mucho más fácil soñar con ello”. Pero no todo es soñable: “A los hombres se les educa para buscar sueños de acción. Por eso admiran más a personas que hacen cosas: carreras de coches o jugar al fútbol. A nosotras se nos educa para ser bellas y buscar la pareja ideal. De ahí que, muchas veces, el fenómeno fan se evidencia en personas que representan precisamente eso: el ideal del príncipe azul estupendo”, asegura Estébanez antes de insistir en algo: “Hay un elemento importante: el fenómeno fan no es un fenómeno personal, es compartido. Lo que genera más enganche, no es sólo es que tú hayas idealizado a alguien, sino que esa idealización es compartida por un montón de gente”. Así, Bustamante arrasó en Cantabria. 

El fenómeno fan es un fenómeno que se mueve entre la admiración por una cualidad; un profundo deseo de parecerse a él o a ella o, en última instancia, el amor platónico. En una encuesta que se publicó hace unos años, la juventud del Estado español tenía muy claro a quién quería parecerse. Los datos no arrojaban precisamente mucha esperanza: Amancio Ortega era el personaje más admirado por hombres y mujeres de entre 16 y 19 años. Lo llamativo de la encuesta, además de esto, es que las diferencias entre ellos y ellas eran evidentes. Las chavalas pueden soñar con parecerse tanto a otras mujeres como a hombres, el mismo Ortega, mientras que ellos son incapaces de pensar en parecerse a ninguna mujer. Belén Remacha es periodista cultural y me remite a la encuesta en cuanto le propongo participar en este reportaje: “A nosotras no nos cuesta admirar a un hombre, pero ellos son incapaces de admirar a una figura femenina: no entra en sus esquemas mentales”. Los chicos no participan en el fenómeno fan en la misma medida, ni de la misma manera. “Las personas que han visto las últimas ediciones de Operación Triunfo eran en su inmensa mayoría chicas y estoy segura de que una figura como Aitana es seguida, sobre todo, por adolescentes chicas”, asegura Remacha. 
Entre las fans y las groupies 

Carlos Bouza, en un artículo en Pikara Magazine, recogía la definición que la revista musical francesa Rock & Folk hacía de la groupie, este tipo de fan que no disimula su interés personal y sexual en el artista: “Chica joven, o más bien muy joven, que siente una inexplicable atracción de carácter sexual por los miembros de grupos de rock”. Bouza explicaba después que el término no fue invento de la publicación sino que respondía a una realidad tan antigua como la propia música pop, que surge en los años 50 y se evidencia con la liberación sexual de los 60. Bouza sigue: “Fue en este nuevo escenario donde las groupies transformaron el deseo no liberado de las simples fans en una forma de vida posible, a menudo aireada orgullosamente bajo el foco mediático. De pronto, ya no era suficiente con escuchar los discos de los ídolos juveniles, soñar frente a un póster o gritar a pie de escenario. Las groupies se jactaban de borrar los límites de la idolatría pasiva, convirtiendo a los músicos en muescas de una cadena más o menos extensa de trofeos sexuales”.«El capitalismo nos sirve en bandeja los ídolos que adorar y amar incondicionalmente. Está íntimamente ligado con el rol de sumisión femenino», analiza @coralherreragom Clic para tuitear

La idolatría, el arte de idolatrar, puede ser una tiranía. Coral Herrera Gómez, antropóloga experta en amor romántico, no duda en relacionar el fenómeno con las religiones y la vinculación que tenemos las mujeres con ellas, mirando desde abajo hacia arriba. “Ahora, el capitalismo nos sirve en bandeja los ídolos que debemos admirar. Figuras a las que tienes que adorar y amar incondicionalmente. Está íntimamente ligado con el rol de sumisión femenino. Tú eres insignificante y tu ídolo, maravilloso”, asegura. De la misma manera que ocurre con el amor romántico, el ciclo de admiración a una estrella es de ilusión y desilusión constante. Nunca pueden cubrir nuestras expectativas, que son completamente adictivas. “Es como la lotería, sabemos que la posibilidades de que te toquen son ínfimas, pero vuelves a jugar porque nos gusta ilusionarnos y soñar. Es una cualidad muy bonita del ser humano, pero genera frustración”. Además, la intimidad de la gente que se dedica a la vida pública no parece ser un derecho fundamental; la tiranía y el egoísmo se imponen. “A mí los planteamientos éticos de la idolatría me preocupan. Las pasiones desaforadas pueden ser peligrosas porque se les exigen a la gente famosa lo que no pueden satisfacer. Nadie piensa en la persona famosa porque tiene que estar disponible constantemente para las necesidades de la enamorada. Este egoísmo del amor fan se parece mucho al egoísmo del amor romántico”. 

Ni es casualidad ni pretende serlo, pero el fanatismo que expresan las mujeres está mucho peor visto: “Está completamente normalizado lo de ridiculizar a las niñas por ser fans de Justin Bieber, pero se naturaliza el fanatismo por el fútbol, que además no está asociado a la adolescencia. Puedes tener 40 años y ser hincha de tu equipo, pero si eres del club de fans de Alejandro Sanz, te van a señalar como inmadura. Nuestras aficiones se ridiculizan muchísimo más aunque ellos hagan las mismas locuras o más. Yo no conozco a ningún grupo de fans ultras de Alejandro Sanz que se dediquen a pegarse después de los conciertos”, asegura Belén Remacha. La música es una generadora de ídolos, pero hay idolatrías que se sostienen y otras que se ridiculizan. “Es habitual que se desprestigie a grupos y cantantes por el fenómeno fan que generan”. Aunque resulte sorprendente, si las interesadas son mujeres, es habitual que quienes se creen élite cultural no tengan muy en cuenta a artistas que llenan estadios y estadios; que generan pasión, histeria y unos ingresos económicos pornográficos. Uno de los principales exponentes del fenómeno fan por antonomasia en el Estado español probablemente sea Alejandro Sanz. En el documental de Netflix sobre su vida asegura seguir siendo el mismo. Forrado de dinero y aislado del mundo, Sanz repasa las miserias del éxito sin atreverse a nombrarlas como tal. No sabe ya cómo está, qué tal le va, ni si es de día o es de noche. Completamente ajeno a la realidad, Alejandro Sanz sigue provocando suspiros, mojando bragas y alimentado mitos.

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