1/16/2020

Brechas de libertad


Mercurio Cadena
La Cuarta Transformación puede analizarse de muchas formas pero una que evitan sus opositores es la perspectiva hegemónica. Para ello es útil recuperar a Antonio Gramsci; “el marxista de las superestructuras”. 
Una de las cosas que le preocupaban a Antonio era la forma en la que las clases dominantes ejercen su dominación sobre las clases sometidas. La represión física (explicación tradicional) no bastaba, porque es una forma de poder muy susceptible al derrocamiento. Bastaría con aglomerar ejércitos de personas oprimidas de igual o mayor dimensión que los ya existentes; lo cual tendría sus dificultades pero no sería imposible, dada la enorme dimensión de la opresión. 
El elemento de explicación perdido lo encontró en la noción de “bloque hegemónico”. La opresión, dice Antonio, es resultado no sólo del control de los medios de producción y represión, sino también del control del aparato cultural. La clase dominante domina al sistema educativo en su conjunto (escuelas, religión, medios de comunicación) y con él dirige a las demás clases, haciéndolas pensar que su condición oprimida es normal, o hasta deseable. Esto impide no sólo que las personas se planteen cambiar radicalmente el orden impuesto, sino también que se sepan sometidas. Tremendo éxito: no hay dominación, piensan, sino sólo dificultades naturales que le son inherentes a la vida misma… Dificultades frente a las que no queda más que rezar, (o ahorrar, dirían los presbíteros del neoliberalismo).  
Hegemonía es, etimológicamente, la cualidad de guiar. Quien retenga esa cualidad posee el poder de someter, pero también de encarnar posibilidades en el futuro. Los medios materiales serán un importante complemento. 
Ultimadamente, Gramsci emprende este análisis con un fin práctico: entender la opresión de su clase para invertir la ingeniería del poder que la nutre y liberarse. El marxismo, quien tenga oídos que oiga, es escuela de libertad. La ruta, entonces, es clara: la clase obrera debe crear y consolidar una cultura propia que le permita, primero, dirigirse a sí misma (organizarse); luego, dirigir a las demás clases, y luego, tomar los medios físicos y consolidar su capacidad de cambiar la historia: hay primero que adueñarse del mundo de las ideas para que las nuestras lleguen a ser las ideas del mundo, decía Antonio, sin recelos mazapaneros. Evitar la repetición de la opresión vendría mediante la calidad de las nuevas ideas, pero no mediante la perorata convencida e infantil de que el poder funciona o puede funcionar de una manera diametralmente distinta. 
Esta explicación, elocuente como es, también está agotada. No podríamos pedirle a un intelectual de la primera mitad del siglo XX que previera todo lo necesario para nunca perder vigencia. En el caso de Antonio, su teoría no da cuenta de estos tiempos en los que la automatización del dinero y el comportamiento han construido una nueva era de impotencia generalizada (“Bifo” Berardi), en la que las clases oprimidas no surgen no sólo por la falta de consciencia, sino también por una nueva voluntad prescrita y global, el autómata, que potencia las capacidades de los programadores originales al grado de evitar organizaciones rivales mediante el control directo de los cuerpos (el cansancio y la angustia generalizada no son casualidades). 
Y sin embargo las posibilidades siguen ahí, inscritas en la realidad misma, por más opresora que sea. La clausura del porvenir no es sino cobardía o mezquindad. Los nuevos intentos emancipatorios deberán aprovechar las bases marxistas para aprender cómo hackear sus tiempos, cultivar consciencia de clase y, paulatinamente, abrir brechas de libertad. La Cuarta Transformación está intentando justo eso para la clase popular mexicana. Esperemos que esto le permita encarnar una de las posibilidades de futuro digno que el neoliberalismo pretendió clausurar. 
Mercurio Cadena. Abogado que codea, especializado en administración proyectos públicos 
@hache_g

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