1/15/2020

Desarrollo


La crítica sistémica de este inicio de 2020 no ha sido distinta a la del pasado 2019. Todos y cada uno de los movimientos, físicos, propositivos o programáticos, del gobierno pasan por una cotidiana horca mediática que les dicta final sentencia. Ahora le toca al mismo concepto del desarrollo.
No importa que éste pueda ser presentado como engañifa retórica o pensado y actuado de manera distinta: como un proceso acompañado de justicia distributiva, por ejemplo. De todas maneras, variados analistas y, ahora y sobre todo, grupos de presión, se ensañan para estigmatizarlo y condenarlo al paredón. Pocas veces se puede encontrar, tanto personas como conjuntos organizados de opositores, a tan renombrado y esperanzador concepto. El desarrollo, por sí mismo, se entiende como un estado de cosas que, en su desenvolvimiento, posibilita escalar posiciones, cada vez más complejas y benéficas, para una sociedad en particular. Se ha llegado a identificar el desarrollo como un objetivo ante el cual, multitud de factores pueden y hasta deben alinearse. Sin embargo, hoy día, se ensayan críticas que lo hacen aparecer como un ogro maléfico, un absoluto estado dañino de eventos, personas, comunidades, territorios, del cual hay urgencia de separarse y hasta combatir.
Basta leer al señor Sicilia –ese personaje besucón cuya tragedia no puede desacreditarse– que le receta, al desarrollo, toda una letanía de epítetos a cual más condenatorios y destructivos. En su versión, el desarrollo es la materialización de un mitológico demonio que pervierte todo lo que toca. Une sus diatribas a las del zapatismo para redoblar la validez de sus posturas, ya que, de manera aislada, limitada atención puede lograr. Armado con su sombrero de estilo y doble chamarra aún en pleno verano, amenaza con una caminata hasta Palacio Nacional. Pretende obligar al gobierno a prestar oídos a sus anatemas contra los megadesarrollos, usando para ello franca envoltura de cariz religioso (católico) para rencauzar sus anteriores pasos contra la inseguridad. Una loable peregrinación que lo hizo figura nacional.
Cuatro son los programas propuestos por el gobierno para movilizar recursos masivos, de muy variada índole. Tres de ellos en una región específica, el sur-sureste del país. Región abandonada, de muchas maneras, por el paso de intereses y las creencias de pasados gobiernos. Panistas y priístas neoliberales fijaron sus apañes en lugares distintos, principalmente en el norte y centro de la República. Estados que, debido a múltiples condiciones, han logrado aceptable nivel de vida colectivo.
En efecto, tanto la refinería de Dos Bocas como el Tren Maya y el corredor interoceánico que unirá a Veracruz con Oaxaca –hoy tan distantes– son proyectos de gran enjundia. Los dos últimos, en específico, requerirán de buena dosis de imaginación y voluntad de poder para superar los muchos obstáculos que se van sembrando cotidianamente. La crítica mediática se ha dado a la tarea de buscar los faltantes (reales o inventados), las tonalidades, los personajes opositores o cualquier otro asunto y voz, que algo diga, contrario a sus intentos de operatividad efectiva. Se activa la vocería de algunos pueblos originarios que predican el daño irreparable que les causarán tamaños programas de corte claramente neoliberal, según predican. Para éstos, no hay ruta más que la oposición tajante ante tamaño desaguisado que, una vez más, intenta el que catalogan como gobierno perverso. Ante el cual, todo ha de valer para detener sus tropelías. Es necesario dejar todo, tal como está o, en la irreductible postura de los creadores de una nueva visión redentora, abrir la senda para una vida auténtica y recoleta, con caracoles en pleno auge universal. Tal como lo plantea el zapatismo: alejados, a ultranza, del capitalismo depredador que asfixia a la humanidad. Una vuelta al mundo original, donde la paz y la felicidad se hermanen con la buena voluntad. Autogobiernos locales, cercanos al individuo, que sólo actúen en casos de conflicto entre los pocos intereses encontrados. Los autonombrados protectores de la Madre Tierra.
La intensa difusión no repara, ni acepta, las claras evidencias de un gobierno federal que introduce firmes matices de justicia en el desarrollo de los megaproyectos. No se trata de un desarrollismo que subordine, explote o esclavice a las comunidades o personas afectadas, sino que las incorpore, las haga beneficiarias, expanda sus intereses y les proporcione palancas permanentes para su mejoría en la calidad de sus vidas.

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