1/19/2020

Persecución, silencio y escritura



¿Por qué dejó de escribir Juana Inés de la Cruz? La vieja polémica sin resolver sobre el abrupto silencio literario de Juana Inés tiene mucho que ofrecer para pensar el ejercicio de las letras y su relación con el poder, entonces y ahora. La literatura nunca es sólo la literatura. Y en este continente el oficio letrado constituyó un poder en sí mismo que convive, se sirve y sirve al poder político. Así, una ejecutante anómala de las letras, como Juana Inés, en su condición de mujer, y con su habilidad para debatir con los más doctos teólogos, muestra la incomodidad no sólo para el Santo Oficio, sino para el poder de los letrados.
Reconocida y publicada en vida, el veto al intelecto de la poeta de Nepantla, y la presión para su reclusión mística, se dio a partir de la polémica que desató su debate teológico de su Carta atenagórica, aunque traía consigo sus polémicos villancicos y diatribas sobre su derecho al conocimiento.
Y es que el ejercicio de la escritura siempre se da en un contexto de poderes dentro del propio oficio. El filósofo alemán Leo Strauss denunciaba en Persecución y el arte de la escritura (1952) que la libertad de pensamiento y escritura en Occidente comenzaba a ser suprimida en aras de una creciente compulsión por coordinar el discurso por parte de los gobiernos liberales.
El proceso de persecución que caracteriza Strauss no sólo ocurre en dictaduras ni bajo controles inquisitoriales. Y va desde los procesos del Santo Oficio hasta el ostracismo, la prohibición de libros y de publicar. Sucede en épocas de apertura también como en la Europa de la ilustración y el romanticismo. Y hoy mismo parece reactivarse con controles en apariencia invisibles en la época de las democracias modernas capitalistas.
En el siglo XXI, después de la caída del Muro de Berlín, ocurren linchamientos virales (que piden prohibiciones para publicar), se establecen temas tabú (como con el historiador mexicano Pedro Salmerón Sanginés y su polémica sobre la guerrilla), desaparece la crítica literaria sobre el texto y se desplaza a las acusaciones morales y, además, surgen censores.
Si a Juana Inés le indicaba el lado correcto de su ejercicio escritural su confesor Antonio Núñez de Miranda, el mundo editorial estadunidense confía sus catálogos a lectores sensibles, censores que determinan la corrección de las obras, no como un acto de justicia escritural, sino como una apropiación para ofrecer más réditos a la industria editorial.
Y es que si en tiempos de Juana Inés de la Cruz era la Iglesia la que dictaba el comportamiento letrado, y en el de Leo Strauss los gobiernos nacionales, ahora es el gran mercado editorial y sus algoritmos.
Sin embargo, el oficio de la escritura contiene la doble operación de dictar la norma y a la vez la posibilidad de mostrar el síntoma de la insurrección.
El filósofo Carlos Hernández Mercado esboza en su reciente libro Filosofía de la escritura el concepto de escritura oscura, el cual parte de restar claridad a los textos para obligar a varias lecturas atentas de pasajes críticos. Así el estilo se convierte en una decisión y estrategia de pervivencia ante el disciplinamiento.
Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, por ejemplo, fue leído primero como una obra de humor. Pero, dedicada al poder monárquico y leída por los censores, tiene niveles subterráneos que rompen la ilusión imperial hispánica. Así, la decisión cervantina de oscurecer la escritura abre el campo de la fertilidad de sentidos y relecturas para sortear la persecución moral y política que genera el poder dentro de la propia escritura.
Sin embargo, hay otra operación letrada que va más allá de la persecución, y es el silenciamiento y apropiación que implica la escritura misma. Poblaciones enteras que por su falta de acceso a la letra o por su condición étnica o sexual y económica, se les borra. Sus estrategias y prácticas de vida retan no sólo en las épocas de censura, sino a toda la lógica del escribir. Los estudios culturales, los fuertes movimientos de literatura negra, indígena y feminista en la década de los 70 se dieron en repúblicas liberales. La voz y verso de las poblaciones silenciadas, y su vida misma, retan tanto los ciclos hegemónicos de la operación letrada, incluida la persecución-censura y disciplina. Y a pesar de los intentos de la corrección política actual, siempre tendrán un elemento rebelde, de fuga contra el mercado editorial.
Al repensar la obra de Juana Inés de la Cruz frente a la persecución, habría que hacer una vuelta de tuerca y pensar, quizás, en que el gesto de la venta de su biblioteca y usar el dinero para los pobres, y morir en el combate a la peste, sean su última obra, el gesto que terminaría por catapultar su vida como obra frente al poder. Así, la pregunta real sería: ¿dejó de escribir Juana Inés pese a la persecución? Ya en su Respuesta había escrito: ni ajenas reprensiones [...], ni propias reflejas [...], han bastado a que deje de seguir este natural impulso.

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