5/07/2022

Feminismos con otros ojos: Amistad entre mujeres


Se dice que las mujeres no pueden ser amigas porque son competitivas y envidiosas. Pero cuando demuestran que pueden estar juntas, se dice -peyorativamente- que seguro están «brujeando». Las mujeres ¿pueden ser amigas entre sí? ¿Y qué tiene que ver el feminismo y las ganas de transformar esta sociedad con hacerse amigas?

Madrid, 03 mayo 22. AmecoPress/RL.- La amistad entre mujeres tiene mala prensa; pero durante más de veinte siglos, ¡ni siquiera tuvo publicidad! Todo lo que se encuentra escrito sobre la amistad, entre el año 600 antes de nuestra era -en tiempos de la Antigua Grecia- hasta el año 1600, habla del vínculo entre hombres.

Si las mujeres no tenían el mismo status social que los hombres, se suponía que los sentimientos que surgían entre ellas no eran del mismo valor que los que entablaban entre ellos. Por eso, perduró durante muchos siglos una visión negativa de la amistad entre mujeres: sus vínculos no tenían un compromiso virtuoso con la actuación pública, como la política o la guerra. Los vínculos amistosos entre mujeres estaban más bien relacionados con lo privado, lo dicho en voz baja, los rumores, el chisme. Y el prejuicio incluye la idea de que esas confidencias siempre trataban del amor secreto por algún hombre. Contrariamente a las amistades masculinas basadas en la lealtad y la fraternidad, a las amistades femeninas se las supuso plagadas de rivalidades, celos y traiciones.

El cristianismo reforzó mucho estos estereotipos de la Antigüedad. Jesús es un hombre rodeado de sus amigos, los apóstoles, y las mujeres ocupan un lugar muy secundario además de representar estereotipos antagónicos: la madre (santa, pura ¡virgen!) y la prostituta, que necesita ser redimida de sus pecados. Y cuando las mujeres se vinculan entre sí, de manera autónoma, se las acusa de estar instigadas por el Diablo: son las brujas que se reúnen para obrar maléficamente contra el orden divino.

Esos estereotipos y prejuicios contra las relaciones entre las mujeres, aún se reproducen en la vida cotidiana, en la literatura y hasta en series y películas.

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Decíamos que la amistad entre mujeres no tuvo ningún reconocimiento público hasta los tiempos en que la burguesía naciente lideró a las masas populares contra el despotismo feudal. Recién ahí, cuando las mujeres de la burguesía se plegaron a la revolución que se propuso acabar con los privilegios de la nobleza, la amistad entre ellas adquirió notoriedad. Se propagaron los salones donde las mujeres filosofaban, leían y escribían, debatían y organizaban la acción política revolucionaria. La amistad entre mujeres burguesas se puso de moda. Aun cuando seguían sin tener los mismos derechos de ciudadanía que los hombres de su clase, las mujeres consiguieron que su amistad fuera reconocida socialmente.

La amistad entre mujeres vuelve a tener un gran reconocimiento social en los años ’70 del siglo XX, cuando nuevamente el mundo se vio sacudido por luchas radicalizadas. En ese momento, el concepto de sororidad (sisterhood) se empezó a utilizar para referirse a un tipo de vínculo entre las mujeres ligado a su participación en el movimiento feminista que se proponía combatir al patriarcado.

Pero esa idílica comunión universal entre las mujeres, solo por ser mujeres, también fue cuestionada desde dentro del feminismo. «El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos», ya había escrito Simone De Beauvoir. Pero fue la feminista marxista afroamericana bell hooks la que dio en el clavo. Ella escribe, en 1984, que «Al igual que el resto de las formas de opresión de grupo, el sexismo viene perpetuado por estructuras sociales e institucionales; por los individuos que dominan, explotan u oprimen; y por las propias víctimas, que han sido socializadas para comportarse de maneras que las convierten en cómplices del statu quo».

En vez de hablar de la traición de sus congéneres, bell hooks explica que esa complicidad de las oprimidas con los opresores encuentra sus raíces en un patriarcado estructural -que para la autora es de clase y es racista-, y en el cual hemos sido socializados tanto unas como otros.

«La ideología del supremacismo masculino -dice hooks- lleva a las mujeres a creer que no tenemos valor y a obtener ese valor únicamente mediante la relación o el vínculo con los varones.» Un buen punto para pensar de donde surgen esos sentimientos de envidia y competencia que se les adjudica a las mujeres.

El sexismo enseña que las mujeres somos inferiores a los hombres. Se lo enseña a los hombres, pero también a las mujeres. El desprecio por las congéneres e incluso la propia desestimación y desvalorización de una misma son algunas de las consecuencias del patriarcado que tenemos que comprender y combatir, tanto las mujeres como los hombres que quieran transformar la realidad.

Estas ideas de bell hooks están en la base de su crítica a un feminismo que, en vez de buscar la unidad de las mujeres para el cuestionamiento a la sociedad capitalista, patriarcal y racista, se centraba en unirlas para alimentar la dicotomía «mujeres contra varones».

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Pero, volviendo a la amistad, ¿es posible que las mujeres seamos amigas? bell hooks decía que «las mujeres nos enriquecemos cuando creamos vínculos entre nosotras», pero que no podemos basarnos en el modelo de sororidad que crearon las mujeres burguesas. Porque esa sororidad se funda en la idea de que todas las mujeres somos igualmente víctimas de la opresión patriarcal. Y hooks decía que la victimización era un papel que nos obligaba a representar la ideología sexista, cuando en realidad, la mayoría de las mujeres -cotidianamente- no somos permanentemente «víctimas» pasivas, indefensas o impotentes.

En la victimización, encontraba también una raíz de clase. Las mujeres que diariamente son explotadas y oprimidas -planteaba hooks-, no pueden permitirse verse únicamente como «víctimas», porque su supervivencia depende de su fortaleza frente a las adversidades que se les presentan cotidianamente. Vincularse con otras mujeres a partir de la victimización común sería desmoralizante. Lo que necesitamos es compartir nuestros recursos, nuestras experiencias y fortalezas en la lucha cotidiana.


«Este es el vínculo entre mujeres que el movimiento feminista debería fomentar. Este tipo de vínculo es la esencia de la sororidad.», escribió bell hooks. Y agregaba: «Más que vincularnos sobre la base de una victimización común o en respuesta a un falso sentido de un enemigo común, tenemos que vincularnos sobre la base de nuestro compromiso político por un movimiento feminista que busca terminar con la opresión sexista.»

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Podemos extender estas definiciones a muchos terrenos. Mientras permanecemos alienadas y alienados en una sociedad basada en que unos pocos viven a expensas del trabajo de millones, es bastante común que veamos a nuestros pares como enemigos, mientras aspiramos a ser integrados en el pequeño círculo del poder. Es por eso que la figura del traidor o la traidora, forma parte de cualquier sistema de dominación. La opción inversa, también: unirse férreamente sin cuestionamientos entre iguales, para resistir y confabular contra los otros diferentes a los que ponemos en un lugar falso o erróneo de «enemigo» es algo a lo que nos induce el sistema de dominación.

En casi todas las amistades entre mujeres que han pasado a la Historia notamos que una mayor consciencia de la discriminación, de la explotación, de las tragedias personales y sociales a las que conduce el sistema en el que vivieron, les permitió escapar tanto de la competencia por ser «la elegida», como del beneplácito ante la queja compartida.

La vida nos reconforta, permanentemente, con las historias de innumerables amistades entre mujeres que sortean la tentación de traicionar, como también huyen de los vínculos basados en el resentimiento y la condescendencia de la victimización, para convertir esos vínculos en un espacio creativo, enriquecedor, pleno y constructivo, abierto al mundo.

Fotos: Resumen Latinoamericano
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