
Arillo de hombre muerto, tercer largometraje de ficción del realizador mexicano Alejandro Gerber Bicecci ( Vaho, 2009; Viento aparte,
2014), aborda en efecto el tema de las personas desaparecidas en
México, un asunto tan recurrente hoy en el cine mexicano, como la
realidad siniestra que ese cine insiste en reflejar. Entre las muchas
cintas que abordan dicha situación destaca Ruido (2022), de
Natalia Beristáin, realización con la que la propuesta de Gerber tiene
varios puntos en común. En el caso de Dalia, madre de familia rebasada
por las circunstancias, y que busca por todos los medios dar con el
paradero de su esposo, no se trata ya de insistir en la imagen
tranquilizadora, a la postre inmovilizante, de una víctima de la
burocracia insensible y torpe ante la cual ella se erguiría, en palabras
del director, como una víctima inmaculada o heroica
, sino por el
contrario, como un personaje dotado de una mayor complejidad
sicológica. No necesariamente un dechado de virtudes cívicas o morales,
también alguien susceptible de llevar una vida independiente que lo
mismo incluye el cuidado muy liberal de sus hijos y la preocupación por
la suerte de su cónyuge, que el mantener viva su relación afectiva y
sexual en el adulterio. Esta imagen de víctima incorrecta
protege
a Dalia de toda conmiseración ajena. A ella le sucede lo contrario, tal
vez en exceso: el desdén de fiscalías interesadas en deshacerse de
casos engorrosos o incómodos, la incomprensión sarcástica de sus
compañeros de trabajo, la mezquindad burocrática de un líder sindical o
el rechazo abierto de sus vecinos cuando intenta una venta informal de
comida en la esquina de su casa.
Todo el panorama anterior lo trasmite el director evocando, a
través de la ambientación sonora de Alejandro Otaola y la fotografía en
blanco y negro de Hatuey Viveros, una ciudad particularmente hostil,
casi enemiga. Pero una ciudad que no es la misma para todos. Cuando
Dalia le comenta a una mujer de clase media la situación de violencia e
inseguridad que prevalece en esta ciudad, y ante la sorpresa de ésta
última le insiste: Y tú no sales a la calle?
, ella le contesta imperturbable: Sin duda no a la misma calle que sales tú
.
Esta respuesta sintetiza el grado de indiferencia moral ante la
desgracia ajena que se apodera de muchos de quienes jamás han tenido
contacto directo con las circunstancias sociales que la provocan. En
este sentido, Adriana Paz carga a su personaje con matices de una
expresividad compleja –mezcla de rencor y desafío social, indignación y
entereza moral– que permite evocar la estupenda actuación de Arcelia
Ramírez en una situación similar en La civil (2021) de Teodora
Mihai. De modo curioso y elocuente, la misma insistencia del cine
mexicano reciente en abordar el tema de las personas desaparecidas, ha
revelado una gran variedad de enfoques y estilos de representación que
desmienten toda sospecha de reiteración o rutina. Por su parte,
Alejandro Gerber ha elegido el riesgo de explorar sin prejuicios ni
agenda de denuncia, no sólo el lado intimista y cotidiano de la
tragedia, sino la indolencia de las diversas instancias de procuración
de justicia, las cuales lejos de facilitar las indagaciones, parecieran
complicarlas, cuando no sabotearlas deliberadamente.
Se exhibe en Cineteca Nacional Xoco y CNA, Cine Tonalá y Cinemex.
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