5/19/2010


Violencia y democracia
Lorenzo Córdova Vianello

La democracia es una forma de gobierno en la que existen mecanismos institucionales para procesar las diferencias y para resolver los conflictos que son consustanciales en la vida política. Por ello, democracia no significa ausencia de conflictos, sino la existencia de instancias y procedimientos para solucionarlos.
Eso es lo que llevó a Karl Popper a sostener que la democracia es una forma de gobierno que permite cambiar a los gobernantes sin derramamientos de sangre y a Norberto Bobbio a plantear que el rasgo distintivo de ese régimen es que permite que de manera pacífica se tomen decisiones con el máximo de consenso y con el mínimo de imposición.
Es por ello que la violencia resulta ser refractaria con la idea de democracia. Una sociedad violenta no puede ser democrática al mismo tiempo. Ahí tarde o temprano las diferencias se resuelven mediante la supresión del contrario, justo lo opuesto a la democracia que se funda en la tolerancia de los opuestos y a su inclusión en el juego político.
Parece obvio que las referencias anteriores parecen planteadas en términos de la contraposición radical de la democracia con la violencia política. ¿Pero qué pasa cuando la violencia no es el rasgo distintivo de las relaciones políticas, sino más bien algo que ha permeado en lo cotidiano, en la vida social diaria? ¿Es posible que la democracia funcione en un contexto en el que la violencia constituye algo que tiene una presencia constante?
Desgraciadamente me parece que la respuesta es negativa. Cuando la violencia, ya sea la ejercida desde el Estado (y casos en la historia en este sentido abundan), ya sea la ejercida por la criminalidad (como ocurre ahora), se instala en una sociedad, la lógica de la democracia se altera, termina por agotarse y se abren las puertas para un contexto en el que pueden aflorar más bien pulsiones y expresiones autoritarias.
La democracia necesita pues, invariablemente un contexto pacífico para recrearse y funcionar adecuadamente. Por eso lo que nos estamos jugando en el actual contexto de expansión de la criminalidad y la violencia, es, al fin y al cabo, la viabilidad misma de nuestra convivencia democrática. Hay casos lamentables de cómo la lógica de excepción que la criminalidad organizada ha impuesto ha alterado los procesos democráticos en los procesos electorales en curso.
Señalo tres ejemplos en ese sentido: en primer lugar, la determinación de la dirigencia del PAN de que, ante la posibilidad de que el narco incidiera en la designación de sus candidatos, un gran número de ellos —particularmente los que compiten por las gubernaturas— serían nombrados de manera cupular y no por procedimientos democráticos, como lo exige la ley. En segundo lugar, el vil asesinato del candidato panista a la alcaldía de Valle Hermoso, Tamaulipas, José Mario Guajardo, la consecuente suspensión de muchas de las campañas electorales y la decisión de otros partidos de ni siquiera postular candidatos ante el clima de violencia que se vive en ese Estado fronterizo. Finalmente, el asesinato de un par de activistas en el municipio de San Juan Copala que inevitablemente pone sobre la mesa las condiciones de violencia que se viven en ese Estado en donde, por cierto, se anticipa una reñida contienda por la gubernatura.
Además, el clima de violencia ya ha producido una especie de paranoia colectiva que en varios lugares, como ocurrió recientemente en la ciudad de Cuernavaca, han provocado virtuales “toques de queda” autoimpuestos por los ciudadanos, que desgraciadamente en algunas semanas pueden traducirse en una baja participación en los comicios, particularmente en ciertas entidades y municipios golpeados por el crimen.
Frente a esa situación, ¿qué podemos hacer como sociedad? La peor reacción posible, me parece, es la propagación de una sicosis generalizada y el abandono de la política y de la convivencia social a su suerte. Por supuesto, no pretendo que actuemos como si nada pasara, pero creo que la mejor respuesta frente a esta situación es demostrar la vocación democrática de nuestra sociedad que históricamente se ha traducido en una reiterada apuesta por la vía pacífica para solucionar nuestros problemas. No debemos permitir que la normalidad democrática que, con todos los defectos, insuficiencias y problemas que hoy presenta, sea abandonada y olvidada frente a la desazón y la impotencia que la violencia inevitablemente produce.
Investigador y Profesor de la UNAM

Horizonte político
José Antonio Crespo

Preguntas a EU

William Clinton ha propuesto explorar un Plan México, adaptación del Plan Colombia, lo que de inmediato fue rechazado en nuestro país. Felipe Calderón advirtió en España que nos falta enfrentar lo peor, que pasaremos fases más violentas como las que vivió Colombia, pero que el proceso será más rápido aquí. ¿A partir de qué elementos calcula esa mayor rapidez? Una variable clave (de muchas) para el relativo éxito en aquel país fue justamente el Plan Colombia. Sin uno semejante en México, ¿es posible alcanzar resultados similares que en esa nación? ¿Pueden esperarse resultados parecidos a los de Colombia sin los dispositivos que hubo allá? ¿Es posible desmantelar a los capos y preservar la soberanía al mismo tiempo?
Como sea, flota en el ambiente la incógnita sobre cómo le hace Estados Unidos para enfrentar un nivel de narcotráfico varias veces mayor que el de México, pero sin la violencia que padecemos acá. Convendría hacer a los estadunidenses las siguientes preguntas, que quizá nos ayudarían a enfrentar las drogas con más eficacia: ¿por qué la droga que entra a Estados Unidos, una vez en territorio de ese país tiene camino libre para distribuirse a lo largo y ancho del territorio sin demasiado problema?, ¿cómo es que la droga logra burlar las aduanas estadunidenses?, ¿hay ineficiencia o corrupción de los agentes de ese sector allá?, ¿por qué nunca nos enteramos de que se ha desmantelado algún laboratorio de narcóticos ilícitos o se quemó algún campo de mariguana (ni cuando era ilegal su cultivo)?
¿Por qué la persecución policiaca se concentra en los narcomenudistas y no en los capos? ¿Acaso no hay cárteles ni capos allá? ¿Está entonces equivocado Calderón cuando asegura que “es inconcebible que las redes mexicanas existan sólo en el lado mexicano y que al pasar la frontera desaparezcan por arte de magia”? (9/VI/08).Y, si en efecto existen esos capos de la producción y distribución, según es dable suponerlo, ¿cómo explicar que un reducido mercado mexicano provoque tantos y tan sangrientos conflictos entre cárteles de México y no ocurra en el más grande mercado del planeta? ¿Acaso hay en Estados Unidos una sola organización y por eso no se pelea consigo misma (lo cual supondría la existencia de un cartel más poderoso que los mexicanos)? ¿Acaso los capos en Estados Unidos son más civilizados, se reparten pacíficamente las plazas y respetan los acuerdos? ¿O es que, al no haber persecución oficial contra los capos, los cárteles allá no se han dividido para sucederse en el liderazgo en consecutivas guerras intestinas?
¿Es racional que estados como California despenalicen la mariguana, mientras que en el lado sur de la frontera se persiga férreamente? La despenalización en ambos lados de la línea divisoria, ¿no despresurizaría el problema significativamente, aunque no lo eliminara por completo? Si México soberanamente decidiera despenalizar la mariguana en los mismos términos que California, ¿lo aceptaría Washington como algo comprensible, como una decisión soberana, o generaría una fuerte presión para echar atrás esa medida? ¿Por qué si Estados Unidos perdió una guerra de guerrillas en Vietnam y decidió que era insostenible continuarla en Irak, piensa que en México sí hay posibilidades de ganar una técnicamente similar (según el jefe del Comando Norte)? ¿De verdad las fuerzas del orden mexicanas son más eficaces y preparadas que las estadunidenses, para enfrentar al terrorismo? ¿O son menos poderosos nuestros capos que los rebeldes iraquíes?
¿De verdad consideran válida la tesis oficial mexicana de que la creciente narcoviolencia es señal de que nuestro gobierno está ganando? ¿Comparten la tesis mexicana de que la situación actual se debe al descuido y la negligencia de los gobiernos que lo antecedieron? Si es así, ¿por qué en su momento aplaudieron dichas estrategias de la misma manera que ahora lo hacen con la de Calderón?
¿Por qué, tras haber festejado la estrategia calderonista, cada vez la cuestionan más? ¿No está funcionando según lo esperado? Si logran reducir 15% el consumo en 2015, según lo planeado, ¿eso evitará la violencia en México?
Estoy convencido, en todo caso, de que más nos ayudarían las respuestas a esas y otras preguntas, por parte de nuestros vecinos y socios, que recibir un poco más de equipo militar y tecnológico para continuar con esta costosa lucha (sea con Plan Mérida o Plan México) hasta quién sabe cuándo.

Calderón: apocalíptico y desintegrado

Carlos Martínez García

A Felipe Calderón se la ha intensificado la vocación de teólogo. Con diferencia de pocos días, y en distintos foros, lanzó interpretaciones y deseos que se vinculan más con su personal entendimiento de por qué diversas calamidades han azotado al país, al igual que clamó protección de una divinidad tal como ésta es concebida por un grupo de tzotziles.

A principios del presente mes y ante empresarios alemanes, Felipe Calderón hizo malabares hermenéuticos al tratar de explicarles las razones por las cuales, según él, la economía mexicana fue tan duramente golpeada en 2009. Sostuvo que, a diferencia de los cuatro jinetes mencionados en el último libro del Nuevo Testamento, el Apocalipsis, en el caso mexicano los equinos portadores del desastre fueron cinco. Los reportes de prensa no mencionan las reacciones de quienes escucharon las disquisiciones teológicas de Calderón Hinojosa. Sin embargo, tal vez no sea exagerado imaginar que entre los oyentes germanos un número significativo de ellos haya seguido con interés el símil bíblico, dado que por ser ciudadanos de un país en el que la Biblia ha tenido un papel importante en el desarrollo de su cultura literaria, la interpretación calderoniana bien pudo provocar que en el futuro el expositor sea invitado a profundizar en el tema. No sería, entonces, nada extraño que Felipe Calderón reciba invitaciones de las más renombradas escuelas y facultades alemanas de teología para impartir alguna conferencia sobre, por ejemplo: La crisis económica global, su impacto en México y los jinetes del Apocalipsis. Tema al que se puede sumar el de Los jinetes del Apocalipsis: ¿en realidad cuántos son?

Como una pequeña contribución para que Calderón y su equipo preparen con rigor el intrincado tema de los jinetes apocalípticos y su devastador paso por territorio mexicano, recomiendo que en la muy extensa bibliografía existente para ser consultada sobre el libro final del Nuevo Testamento, tengan en cuenta el erudito comentario de Juan Stam sobre el Apocalipsis. Stam es, tal vez, el mayor especialista latinoamericano en el también llamado libro de Revelaciones (del griego Apokálipsis, que se refiere al acto de quitar el velo), que a la fecha lleva tres tomos publicados y llega al capítulo 16 de los 22 que componen el escrito neotestamentario.

Cuatro días después, el 7 de mayo, frente a un auditorio muy distinto del compuesto por los empresarios alemanes, Felipe Calderón Hinojosa imploró la protección divina para los gobernantes. En San Juan Chamula, el municipio tzotzil de los Altos de Chiapas, deseó que el cielo y el dios que cuida y protege a San Juan Chamula pueda iluminarnos a los gobernantes para gobernar y trabajar siempre y especialmente en favor de los más pobres.

Ni una palabra le merecieron los chamulas protestantes/evangélicos que desde la pasada década de los sesenta han sido expulsados de sus tierras por los tradicionalistas, con cuyos sucesores y líderes actuales Calderón convivió tan alegremente. Distintas evaluaciones contabilizan entre 15 mil y hasta más de 50 mil expulsados chamulas durante casi cinco décadas. La cifra varía según como se cuente a los desarraigados por el sistema tradicionalista. Algunos especialistas contabilizan solamente a la primera generación de expulsados, mientras otros incluyen a los descendientes de éstos que, sin haber vivido directamente la expulsión, sí se han visto obligados a desarrollar su vida en lugares distintos al originario de sus familias.

En un documentado y brillante ensayo escrito por el antropólogo Jan Rus, estudioso por décadas de la cultura tzotzil y particularmente de cómo se construyó el sistema caciquil tradicionalista que ha dominado en San Juan Chamula (La lucha contra los caciques indígenas en los Altos de Chiapas: disidencia, religión y exilio en Chamula, 1965-1977, Anuario de Estudios Indígenas, vol. XIII, 2009), se dan pormenores de los esfuerzos de indígenas chamulas por diversificar su sociedad en distintos órdenes y las violentas reacciones de los privilegiados por la cerrazón económica, cultural y religiosa.

Con su espaldarazo al sistema intolerante encargado de arrinconar la pluralidad por la que han pugnado chamulas contrarios a lo que en otro estudio Jan Rus ha denominado la comunidad revolucionaria institucional, Felipe Calderón simplemente cerró ojos y oídos a los reclamos de uno de los grupos más hostigados por el autoritarismo que ha sentado sus reales en Chamula: el de los indígenas evangélicos, que aspiran a ser reconocidos como una expresión nueva de que se puede ser indio e india de manera distinta a la tradicional.

El citado Jan Rus hace una pregunta y una observación que es necesario tener en cuenta. ¿Cuántos otros han peleado tan persistentemente, y a tal costo contra el corporativismo, el PRI [ahora hay que agregarle la panista bendición calderoniana] y el caciquismo como los miles de expulsados chamulas? En vez de ser partidarios monolíticos y represivos del sistema de partido de Estado, los indígenas de Chamula, vistos a través de sus disidentes religiosos, podrían ser percibidos como héroes de la lucha por una sociedad más abierta y plural. Pero Calderón no lo concibe así: para él, lo dijo en su discurso, los chamulas intolerantes son sus amigos y hermanos.

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