6/23/2010

México sin Monsiváis
Arnoldo Kraus

Muchas personas han cavilado acerca de la insuficiencia del lenguaje. Las madres que pierden a sus hijos, los hermanos que pierden a sus hermanos y los familiares de los desaparecidos son vivencias que carecen de la palabra adecuada para describir esas situaciones. Lo mismo sucede tras el fallecimiento de una persona indispensable para una nación: el idioma no cuenta con el término preciso para describir el acontecimiento. La muerte de Carlos Monsiváis, figura indispensable en la vida del país, se inscribe dentro de esa cortedad del idioma. En el caso Monsi, el lenguaje resulta enjuto: las palabras no bastan. No se trata de ensalzar su imagen, se trata de la realidad.

Admirado y denostado, querido y despreciado, entregado y traicionado, fiel y maltratado, irónico y satanizado, dulce y huraño son algunos de los incontables calificativos utilizados para describir a Monsiváis. Las expresiones y el compromiso de Carlos eran el material de esos binomios. Su mirada y su hambre eran infinitas. Su curiosidad y su incansable don contestatario, remontaba cualquier frontera. Ningún tema le era ajeno; todos los rubros de los muchos México de su vida fueron tocados por su pluma. Carlos fue un lector indispensable del acontecer de nuestra nación; su lectura fue un referente único para comprender muchas de las vicisitudes del país. Su capacidad como retratista era descomunal; dibujó y denunció sin cesar las incontables fracturas de la nación.

Las personas que por una o mil razones considerábamos vital su presencia entendemos su muerte, pero no comprendemos el hueco que queda. Aceptamos la inevitabilidad de su deceso pero sabemos que las palabras yermo, orfandad, desamparo, pérdida y aflicción son cortas para describir la ausencia. Carlos poseía un compromiso, casi genético, contra todo aquello que tuviese que ver con la injusticia. Pocas personas han comprometido su voz y su vida como él lo hizo para denunciar todo lo que debería denunciarse y para señalar todas las pifias y horrores de nuestros gobiernos.

La muerte demasiado lenta de Carlos fue una especie de preámbulo para adentrarse en los recovecos del lenguaje y en los sinsabores de la ausencia. A partir de su reclusión hospitalaria, su muerte, demasiado lenta, se convirtió en un prolegómeno para cavilar en los significados del México sin Monsiváis y del valor de la amistad. Dentro de muchos recuerdos comparto una anécdota personal.

Cuando murió mi padre, en 1994, Carlos acudió a mi consultorio. El diálogo fue muy breve. Tras los saludos de rigor y un pequeño intercambio de ideas le pregunté: Carlos, ¿en qué te ayudo? Me respondió, en nada, no me siento mal. Vine por otra razón. ¿Qué sucede?. Después de un momento sacó de su portafolio una bolsa de plástico y me la entregó. Ábrela, me dijo. La emoción y la sorpresa fueron enormes. La bolsa contenía un libro viejo, ilustrado, muy bien conservado y de una belleza casi indescriptible. Durante unos pocos minutos, rodeados por un silencio profundo, cogí con cuidado el libro: lo toqué, lo volteé, lo hojeé y busqué la fecha de edición y el país de origen del libro.

El libro, Il Canzoniere di Dante, era muy hermoso. En nada difería a los de los museos o a los de las casas de antigüedades. Poco tardé en amistarme con él. ¿Por qué me lo das?, pregunté. En Oaxaca aprendí que la mejor forma de acompañar a una persona cuando sufre una pérdida es regalarle algo personal, algo que quieres y que atesoras. Terminada la oración Carlos se levantó, me dio unas palmadas y se fue. No tuve la oportunidad de agradecerle o de hacer algún comentario. Me dejó el mismo silencio cariñoso que rodeó la atmósfera mientras hojeaba el libro ante su mirada compañera. Hoy, mientras escribo y le rindo un pequeño homenaje a Carlos, hojeo el libro. El silencio me acompaña y me regresa al mutismo de aquel día. Ese acompañar fue, para mí, un regalo de la vida.

Para afrontar y derrotar la insuficiencia del lenguaje el mejor tributo que se le puede hacer a Carlos es hacer nuestro su permanente estado de indignación. Él vivía indignado, no por azar, sino por necesidad. Su indignación era infinita. Lo mismo sucedía con su compromiso hacia los débiles. No callar era parte de esa indignación. Asumir el perenne malestar de Carlos contra el oprobio del poder es el mejor homenaje que se le puede brindar a una persona tan singular e irrepetible como Monsi.

La multifacética lupa de Monsiváis

Me parece oportuno reproducir algunas estampas sobre nuestros símbolos, costumbres y aficiones que, con su fino bisturí, desmenuzó.

José Antonio Crespo

Tendemos a especializarnos en un área del conocimiento, para comprenderla mejor y profundizar en ella. Pocos tienen una visión más generalista e integradora, como la que distinguió a Carlos Monsiváis. Coincido en que el mejor homenaje que podemos hacerle es adentrarnos en su obra. Por eso mismo, más que hacer una reflexión sobre sus escritos —no porque no lo merezcan—, me parece oportuno reproducir algunas estampas sobre nuestros símbolos, costumbres y aficiones, que con su fino bisturí, Monsiváis desmenuzó.

LA VIRGEN DE GUADALUPE. “Por devocionales que sean, las imágenes de la Virgen pertenecen al paisaje de todos los días, a los cafés y las fondas, los prostíbulos y las oficinas de gobierno, las casas y las posadas del camino, las plazas de los pueblos y los albergues de la montaña, los mercados y los comercios… A lo largo del siglo XIX, entre batallas por la libertad de conciencia y la libertad de cultos, la Virgen Morena es obligación religiosa, patriótica comunitaria, familiar y personal”.

EL HIMNO NACIONAL. “Como los de todos los países, el Himno Nacional de México surge para volver indivisibles el ánimo patrio y la fe en las instituciones. Es parte del relato heroico que consolida la idea de Patria entre reiteraciones y consumares que parecen venir del origen de los tiempos, y su fuerza profunda le viene de las generaciones que, en momentos difíciles o trágicos, lo entonan como el bautismo de la identidad o como el debut de las convicciones patrióticas. Y eso impide el escrutinio de las letras, derivadas de la religión de la Patria que usa irremediablemente el idioma parroquial”.

CINE. “Gracias al cine la vida moderna y la vida tradicional modifican y mezclan sus señales. Con superficialidad y de modo profundo, el cine habitúa a los cambios, que se inician en la sensación de atestiguar la verdad de las imágenes, algo distinto al realismo de la fantasía… Los nombres de los cines son reflejos condicionados. Dígase el nombre y brotará la felicidad de los fines de semana o de la semana entera o del romance seguro y el sexo casi a punto… En la oscuridad se relativiza la ética, o como se le diga al distanciamiento de la censura interiorizada”.

LA CARICATURA POLÍTICA. “Con más rapidez que la crónica, el cuento y la novela, la caricatura ejerce funciones muy diversas: Integra un espacio de entendimiento que es diversión útil a alfabetizados y analfabetos; origina el sentido del humor que, ante la ausencia de alternativas, la sociedad acepta como suyo; resume con brillantez las razones de la oposición; desmitifica sin cesar a los políticos poderosos; renueva periódicamente las visiones colectivas de la política y la vida social, y lleva a los pensamientos a medias, a conclusiones casi siempre fértiles… Los caricaturistas son avanzadas de la libertad de expresión y esa condición les permite ampliar semanalmente sus propios límites, derrotar con frecuencia a la censura”.
TELEVISIÓN. “La primera generación teleadicta se divierte con lo que sea, porque ‘lo que sea’ es el arribo del cine ‘sin problemas’ a la sala, la recámara o la habitación única… la televisión es el adversario que hace a un lado la misa de siete, las veladas familiares, las sensaciones de quietud vespertina, el deambular por las calles como el cóctel nómada. Al imponerse la televisión, el costumbrismo va siendo cada vez más un acto devocional de la memoria”.

EL FUT-BOL. “En tratándose de futbol, los fans no captan lo privado, ¿para qué? Lo valioso es el estadio donde ya no cabe ni un alma, la salita llena de amigos y familiares (aunque hoy sólo existe la familia que es la Nación); los patriotas se multiplican dispuestos a dar el Grito de la Independencia verdadera que se origina en los éxitos del Tri (color), y si el equipo pierde nada sucede, salvo que la Independencia pasa de planetaria a nacional… El mundial de Futbol es la tradición o la reubicación geográfica que, en el caso de cada habitante de cada país, lo incorpora todo (ríos, montañas, héroes, costumbres, orgullos regionales, pagos de Hacienda) a la alegría de estar aquí, al ahora del juego, transmitiéndole a los demás lo que uno sabe de futbol, que es, más o menos, lo que uno sabe de la vida. Con una diferencia: en la vida se agoniza una sola vez y la vida en otros siglos no necesariamente incluía la alegría de apoyar a un equipo”.

El buen Monsiváis nos deja un enorme legado para la reflexión, un complejo espejo de nosotros mismos, cuyo reflejo no siempre es agradable, pero sí muy ilustrativo. Aprovechémoslo.

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