7/01/2010

La columna de Lydia Cacho


Plan B | Lydia Cacho
Optar por la paz

La tesis del Presidente hace más agua que el Titanic. Vuelve a vender el argumento de que hay que soportar aún más muertes porque algún día, por este camino, de manera espontánea desaparecerá la violencia y se reducirá a la delincuencia organizada. Pero la historia ha demostrado que la violencia reproduce y genera una cultura de intolerancia, agresión y muerte.

Luego de más de 22 mil asesinatos aprendimos ya que ni las calles tapizadas de soldados, ni los retenes militares, ni la videovigilancia, ni los detectores de metales o los escoltas pueden evitar las muertes y
los secuestros. Esta batalla no distingue raza, estatus o profesión. Resulta insostenible que el Presidente insista en que no hay otro camino.

Queríamos reinventar a México y Calderón nos dio la guerra propuesta por Washington pero ¿quién dijo que el gobierno estadounidense es el mejor para asesorar a otros países en erradicar la violencia? El vecino tiene diez veces más asesinatos que cualquier otro país occidental según el experto Gavin de Becker; en dos años más norteamericanos murieron por heridas de balas que todos los muertos en Vietnam. La cantidad de jóvenes muertos por armas de fuego en un año en Japón equivale a los asesinados un fin de semana en Nueva York. Veinte mil armas entran en el mercado americano diariamente, es el mayor consumidor de drogas en el mundo. Y persiste en fomentar guerras para resolver la inseguridad.

Las y los norteamericanos viven apertrechados vigilados y desconfiados; la violencia interna mata a más personas que el terrorismo. Las guerras e invasiones que han impuesto a otros países liquida a
miles de civiles e imponen gobiernos insostenibles.

Si Washington se rehúsa a revisarse ¿por qué Calderón asumió el American way of war? El Presidente se niega a responder esta pregunta. A su lado un irresponsable Congreso de la Unión dejó pasar cuatro años sin chistar. La sociedad creyó que la violencia mortal les sucede a los otros y las otras; hasta que alguna persona querida, o conocida, fue abatido por ella.

Resulta imposible erradicar el mal si en el camino no logramos sembrar la semilla del bien. Todas las personas somos capaces de hacer daño, pero siempre podemos elegir no hacerlo. El problema con el argumento bélico es que establece códigos sociales violentos. Son muchas las tareas pendientes. L
a primera es que la sociedad mire a su hogar. Si algo hemos de aprender del error estadounidense es la importancia de hacer introspección. El desorden y el miedo impiden la reflexión de fondo, hace falta recordar que la violencia no llegó de repente, ya estaba en casa. Allí hay que mirar, porque el argumento de la urgencia no sirve ni servirá más.

Rosario Ibarra
Las tres desgracias

En estos tiempos hórridos, en los que cada mañana estamos seguros de que encontraremos en la prensa una nueva lista de nombres de personas asesinadas. En estos tiempos del miedo que crece en todos los hogares, del temor a algo amenazante que se desconoce, que no se sabe por qué existe y por dónde aparecerá... Una amenaza sin rostro, porque ahora policías, soldados, marinos, todos se cubren las caras y —dicen— que también los criminales lo hacen..., pero la gente del pueblo y todo el mundo pregunta: ¿quiénes son los criminales y por qué asesinan a tantos pobres? ¿Qué daño reciben o esperan de ellos quienes los matan?...

Hay gente que se atreve a aventurar opiniones, pero la mayoría de la población calla y aduce que no quiere meterse en problemas, que —cuando menos— tiene chamba, cuando hay tanto desempleado o echado a la calle “por órdenes superiores”, como los de Luz y Fuerza del Centro.

Triste país éste, comentaba un vecino. Antes —decía con un dejo de tristeza— los más desafortunados solían enorgullecerse al pronunciar tan sólo cuatro palabras: “soy pobre pero honrado”... y hoy, ni la satisfacción de su honradez se les deja a los que nada tienen, todos desconfían de todos y lo peor es que hay quienes, vacunados contra la compasión, la conmiseración o la misericordia, se atreven a decir, sin conocerlos siquiera: “en algo malo andarían”... y no se apiadan de los que los lloran en sus pobres hogares, ni de sus pobres vidas trucadas tan tempranamente...

“Las tres desgracias”. Brotó el título de mi mente casi sin pensarlo, cuando recordé un comentario de un amigo que se dolía de las tres desgracias que nos empezaron a agobiar desde hace muchos años. Corrupción, impunidad, simulación, decía mi amigo, con el que había compartido mi tiempo en la preparatoria. “Y la peor de todas es la última, la maldita simulación, mal endémico en la mal llamada clase política, no lo olvides”.

Y no lo he olvidado... ¡Cómo olvidarlo, cuando las tres han crecido como mala hierba!

Cómo olvidarlo, cuando la justicia, en muchas ocasiones, se ha vuelto eso precisamente: simulación. Cómo olvidarlo, cuando la corrupción, como octópodo gigantesco ha extendido sus brazos absorbentes en todos los niveles del gobierno “y sus alrededores”.

Cómo olvidarlo, cuando la impunidad enseñoreada pasea por caminos y calles del país entero, no “ojerosa y pintada en carretela”, sino intocable, fresca y radiante en vehículos último modelo. No, no lo he olvidado, pero espero que podamos hacer algo que le ponga fin a esa triada perversa... y espero que el noble y generoso pueblo mexicano reaccione sin violencia pero con contundencia ante tanto mal que nos aqueja por estas tres desgracias entronizadas en el poder y que sintamos como nuestros los dolores y las ofensas que otros sufren cotidianamente, como la madre del joven Víctor Gabriel Ortiz Alférez de 19 años, asesinado en su presencia ayer en Monterrey, cuyo cadáver fue arrastrado más de 30 metros y secuestrado por sus asesinos, según la prensa.

Para mi alegría, tras la tristeza de lo que acabo de escribir, un colaborador mío me ha leído por teléfono la noticia de que los ministros de la Suprema Corte de Justicia, han fallado a favor de los compañeros de San Salvador Atenco encarcelados injustamente y sentenciados a muchísimos años... ¡a tantos, que no completarían con los que alcancen a vivir!

Y con esta noticia, mi memoria se ha movido de nuevo hacia el pasado, hacia mis tiempos de estudiante y he recordado al buen amigo que me hablaba de las tres desgracias, que oponía a las tres gracias de la mitología griega, cuyos nombres le resultaba difícil guardar en la memoria y que yo atesoraba en la mía, junto a las otras deidades que en mi feliz juventud me llenaban de esplendoroso asombro y gozo. Aglae, Eufrosina y Talía, que por un momento me han hecho, si no olvidar, cuando menos esperanzarme en que algún día podamos borrar del vocabulario de este suelo, las otras, Las tres desgracias.

Dirigente del comité ¡Eureka!

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