7/20/2010

Muerto mayor

Pedro Miguel

De los 25 mil cadáveres que nos han arrimado en estos años, el más desolador es el del régimen político. A diferencia de los otros veintitantos mil, ese no es enterrable tras diligencias legales; cada nueva fase de la putrefacción nos es ofrecida como prueba de renovación; llevamos más de dos décadas padeciendo un hedor insoportable –de la partida secreta de Salinas al contratismo mafioso del calderonato, digamos–; los gusanos engordan y se disputan lugares en la lista Forbes, y la autopsia se ha vuelto un relato de dos pistas: las noticias cotidianas refieren traumas y patologías mortales de necesidad, pero los guaruras de opinión ven en ellas pruebas de vitalidad, fortaleza y dinamismo.

La economía está sostenida por la depredación de Pemex (y del presupuesto público), las narcodivisas y la explotación de los migrantes. O que nos expliquen cómo, en medio de la carestía, el desempleo, las quiebras y la insuficiencia generalizada de los ingresos, los centros comerciales se mantienen a tope, la industria de la construcción experimenta, en diversas regiones, fenómenos expansivos con torres de oficinas de a 20 mil pesos el metro cuadrado y condominios horizontales de tres millones de pesos, y algunos siguen estrenando camionetotas de a medio millón.

A juzgar por la relación entre delitos denunciados y fallos condenatorios, la justicia está difunta al 90 por ciento, pero, por candidez o por necesidad de armar un discurso, los mandos de seguridad y procuración insisten en seguir alimentando con capturas y consignaciones a un sistema judicial que no quiere o no puede procesar ni un caso más. Ante la evidencia monumental del despropósito, a últimas fechas y en algunos casos se ha optado por la figura de la inexistencia de culpables: Paulette, Guardería ABC, múltiples corruptelas gubernamentales de las que se acepta el pecado, pero no se pronuncia el nombre del pecador. Y si la opinión pública insiste, queda siempre la salida de torturar a cualquier infeliz para que diga sí a todo, desde el asesinato de Julio César en adelante.

El régimen ha muerto pero no hubo apertura de testamento ni Pacto de La Moncloa que especificara quién heredaba qué, ni trámites de ese estilo y algunas veces, las menos, los herederos –mejor dicho: quienes se arrogan el derecho– consiguen ponerse de acuerdo en negociaciones turbias realizadas a espaldas del país: te doy votos legislativos a cambio de contratos, de gubernaturas, de impunidades. Pero la mayor parte de las ocasiones conducen al país a callejones sin salida o bien, se sospecha, resuelven sus diferencias a balazos.

El régimen falleció pero no quiere enterarse de la mala noticia y, por supuesto, no está dispuesto a ser remplazado por un organismo vivo y funcional. Para aparentar que está vivo, de cuando en cuando los designados para administrar la defunción le administran descargas de electricidad en los miembros y éstos respingan, como las ancas de rana en las que Luigi Galvani realizaba sus experimentos pioneros. Con propósitos de credibilidad y hasta de legitimidad, el Frankenstein agusanado mueve los ojos y hace como que emite un discurso articulado. Pero el cadáver es robusto y pesado, y cuando da manotazos, suele llevarse a la muerte a algunos espectadores.

El único punto en el que aún existe una tenue posibilidad de acuerdo con esta cosa es fijar fecha para su funeral, y en ese sentido lo más practicable es el verano de 2012. Pero no hay que dar nada por cierto: como ha quedado comprobado en un par de ocasiones, hay muertos que hacen trampa.

TW: @Navegaciones

Alejandro Encinas Rodríguez

Los efectos de la elección

Los resultados de los comicios electorales del pasado 4 de julio han empezado a mostrar sus consecuencias.

El primero de ellos es el ajuste de cuentas en el gabinete de Calderón, que ha costado la cabeza de Gómez Mont y de distintos funcionarios, dándose con ello el banderazo de salida al rejuego panista de cara a la sucesión presidencial. De nueva cuenta se impone el círculo cercano, donde la incondicionalidad, y no las capacidades que exige la función pública, define a los nuevos responsables, quienes tendrán que acreditar si la fallida experiencia local, manifiesta en una derrota abrumadora del PAN en Baja California, es suficiente para tomar las riendas de la política interior, o si la conducción de la economía estará en buenas manos bajo el mando de un abogado de la Escuela Libre de Derecho con especialidad en “Ciencias del Matrimonio y de la Familia”.

El segundo es la respuesta soberbia del PRI, que ante el fracaso de la intentona por volver a los tiempos del carro completo amaga con cobrar facturas en los estados perdidos a la vieja usanza del partido hegemónico, pretendiendo ejercer su mayoría en la Cámara de Diputados, lo cual se antoja difícil, pues, más allá de que los tiempos han cambiado y las prácticas parlamentarias distan mucho de las que imponía el partido de Estado, se trata de una mayoría relativa que no alcanza las dos terceras partes de la Cámara y que no tiene su correlato en el Senado. Pero, esta actitud polarizará más la de por sí tensa política nacional.

El tercer efecto es que las coaliciones celebradas por el PRD y el PAN, en algunos casos con rupturas del priísmo y la suma de otros partidos, han tendido una cortina de humo ante el descalabro que significó para el PAN la pérdida de Aguascalientes y Tlaxcala, y la derrota en Zacatecas para el PRD, lo que ha llevado a hacer una lectura sesgada de los resultados.

Nadie puede negar la importancia de la alternancia en entidades dominadas por los resabios del pasado como Oaxaca y Puebla, como tampoco las prácticas fraudulentas contra la Coalición en Durango e Hidalgo que habrán de desahogarse en los órganos jurisdiccionales. Pero, quedarse en ese umbral del análisis es insuficiente.

Al margen de coaliciones, prevaleció —en todos los casos— un ánimo de renovación ciudadana frente al desgaste de los partidos y las malas prácticas de gobierno, lo que permitió la alternancia, a lo que se suman tanto las dinámicas regionales que diversificaron alianzas y reacomodos políticos en un libre tránsito de militantes de un partido a otro, así como el peso específico de algunos candidatos que les permitió acercarse a sectores del electorado rebasando filas partidistas.

Por otro lado, en estos procesos electorales se consolidaron prácticas ilegales y antidemocráticas, el derroche y manejo sin escrúpulos de recursos públicos y privados, incluso de dudoso origen, y la manipulación mediática, en especial en el manejo de encuestas fabricadas a la medida.

La izquierda no puede limitar su balance en torno a coaliciones sí o coaliciones no. Por el contrario, debe evaluar su debilidad orgánica, que se expresa en la marginalidad que mantiene en la mayor parte de las entidades, y en especial no debe ocultar el colapso en Zacatecas, menos ante las elecciones que se avecinan en Guerrero, Michoacán y Baja California Sur, lo que obliga a revisar el ejercicio de los gobiernos perredistas y la relación entre éstos y el partido, y evitar errores en la selección de candidatos, a fin de garantizar la unidad del PRD y de las izquierdas en estas entidades. Las izquierdas deben reflexionar sobre sus relaciones, porque no es viable ir juntos en el 2012 con candidato único, en un frente de las izquierdas, compitiendo entre sí en elecciones locales.

La alternancia no necesariamente ha significado cambios democráticos para el país. Se requiere avanzar en verdaderas transformaciones que las izquierdas deben garantizar, estableciendo agendas democráticas en Oaxaca, Puebla y Sinaloa.

La izquierda necesita dejar de pensar en el día a día y tener una perspectiva estratégica hacia el 2012, dejando atrás el pragmatismo que surge como resultado de su debilidad ideológica, pero también de su debilidad orgánica.

alejandro.encinas@congreso.gob.mx

Coordinador de los diputados federales del PRD

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