4/12/2011

Un festival de tamaño conveniente


27 Chicago Latino Film Festival

Leonardo García Tsao

Chicago. Éste es un curioso caso de contrastes. El Chicago Latino Film Festival ha cumplido su edición número 27 –es decir, una más que el festival de Guadalajara– y, sin embargo, a diferencia de éste, se ha mantenido prácticamente sin grandes variantes en su organización y estructura. Dirigido por el colombiano Pepe Vargas, al frente de la misma comitiva que lo rige, el festival ha preferido no salir de su dimensión casi familiar. No es un festival impersonal con cientos de películas, imposible de cubrir por una sola persona. Este año el programa reúne cerca de 80 largometrajes y una cincuentena de cortos que, repartidos a lo largo de dos semanas, permite una apreciación más exhaustiva para el interesado en la producción reciente del cine iberoamericano.

Por otra parte, la lista de invitados, en constante rotación, también se ha mantenido compacta. Aquí no hay contingentes numerosos e impersonales con los cuales lidiar. Al contrario, en los almuerzos diarios organizados por Vargas y su pequeño equipo, los cineastas de diferentes países logran conocerse y establecer contactos. Recordemos que el festival de Guadalajara –cuando todavía se llamaba Muestra– era exactamente así en sus inicios: todos los invitados se movían en un mismo grupo y compartían las actividades. (Hoy día para encontrarse con alguien en el encuentro tapatío es imprescindible recurrir al celular, o confiárselo al azar.)

El Chicago Latino tampoco ha cedido a la tentación de los premios y los jurados. Esto no es una competencia y los únicos premios son honoríficos, como el llamado Gloria Career Achievement Award, que este año se le otorgará al actor mexicano Damián Alcázar por su carrera, que ciertamente ha sido muy internacional. De hecho, en el festival se han programado tres películas, de diferentes nacionalidades, que lo llevan de personaje titular: Chicogrande, de Felipe Cazals; la colombiana García, de José Luis Rugeles, y El último comandante, coproducción costarricense-brasileña de Vicente Ferraz e Isabel Martínez.

Dada la numerosa comunidad mexicana de la ciudad de Chicago y anexas, las películas nacionales tienen especial resonancia. Para la edición 27 se han seleccionado siete largometrajes: tres documentales dirigidos por mujeres: Blattangelus, de Araceli Santana; Un día menos, de Dariela Ludlow, y Visa al paraíso, de Lillian Lieberman, junto con las ficciones Astral, coproducción con Francia y España, de Enrique Olvera; El atentado, de Jorge Fons; el éxito taquillero No eres tú, soy yo, de Alejandro Springall y, finalmente, Chicogrande, la película reservada para la función de clausura del próximo miércoles, durante la cual Alcázar recibirá su Gloria.

Según puede apreciarse, una similitud que el Chicago Latino comparte con sus homónimos de Guadalajara y La Habana es que su programación iberoamericana presume de diversidad. Aquí cabe tanto el cine de autor como el de claras miras comerciales; lo vanguardista con lo puramente convencional. Cualidad que contrasta con el giro que han tomado otros festivales prestigiosos –Cannes, Rotterdam, Toronto, Venecia, por mencionar los principales– de centrarse en un solo tipo de producción de habla hispana, la que podría calificarse de minimalismo chamagoso. Al parecer, en esos foros ya no les interesa el cine latinoamericano que de alguna manera podría tildarse de académico. Los valores artesanales o de producción ya no cuentan. Dentro de ese nuevo esnobismo lo que rige ahora es, sobre todo, una especie de parquedad malhechota que permite a los programadores –los europeos, sobre todo– suponer que están descubriendo el hilo negro. Por suerte, el cine iberoamericano es más diverso.

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