10/27/2011

La privatización de la conciencia

Escrito por

¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?

Bertolt Brecht

Julian Assange en conferencia de prensa anunciando el cierre temporal de Wikileaks debido al posible bloqueo de bancos e instituciones. Fuente: Reuters. Foto: Reuters/Luke MacGregor

¿Para qué sirven los bancos? El Banco Mundial y el FMI fueron creados, junto con la ONU, como respuesta a la Segunda Guerra Mundial. En 1944, las potencias mundiales se reunieron en New Hampshire, para armar una nueva política económica. El BM y el FMI, financiados por los 43 países miembros, tenían un objetivo claro: impedir quiebras desestabilizadoras como la que ocurrió en Weimar y que dio paso al nacimiento del nazismo. El Banco Mundial debía sacar a los países (miembros) de la pobreza y el FMI debía impedir las políticas económicas que promovieran la desregularización de los mercados. John Maynard Keynes saludó estos esfuerzos asegurando que, por fin, “la hermandad del hombre” se había convertido en algo más que palabras.

Desde luego, ni el Banco Mundial ni el FMI han funcionado jamás como pararrayos de las crisis económicas, por el contrario, una y otra vez, las han provocado en el fin de intervenir con préstamos; las crisis son su verdadero juego, porque en ellas se crean las oportunidades necesarias para hacer de los Estados en crisis, gobiernos corporativistas, donde el sector empresarial sea el único beneficiado.

Según un estudio reciente realizado por el Congreso de los Estados Unidos, los ingresos del 1% más rico de los estadounidenses se triplicó en las últimas tres décadas, su ingreso entre 1979 y 2005 se elevó un 275%, mientras que el de la clase media, de aquel país, creció sólo un 40%. Muchos de estos empresarios que hacen su fortuna especulando con los bienes de los demás, forman parte de lo que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo llama las “500 personas más ricas del mundo” cuya renta total es superior a la que reciben 416 millones de personas pobres; es decir, uno de estos mega-ricos gana más que un millón de pobres juntos.

Estos datos deben ser recordados mientras uno lee que Wikileaks dejará de filtrar documentos debido a un bloque financiero por parte de Visa, MasterCard, Bank of America, Western Union y PayPal. Lo que no pudo la acusación de abuso sexual, ni la denuncia de USA contra Julian Assange por espionaje, lo lograron los bancos. Es decir, lo que el Estado y la justicia no pudieron, lo lograron los empresarios.

“Un grupo de empresas estadounidenses”, dice Assange, “no pueden ser autorizadas a decidir lo que el mundo quiere hacer con su dinero”. Sin importar lo que uno piense sobre Wikileaks y sobre el propio Assange es grave que empresas privadas que no tienen precisamente las mejores intenciones (en México, el padre Alejandro Solalinde señaló a Western Union como cómplice en el lavado de dinero de las organizaciones dedicadas al tráfico de migrantes; y el Bank of America ha sido acusado con pruebas de bloquear los créditos y provocar una escasez de dólares en el Chile de Allende), puedan privatizar la conciencia, creando una red que impide a un grupo de individuos se asegure los medios para subsistir y con ello privando al mundo de información.

Hablo de privatización de la conciencia, porque al problema de Wikileaks lo rodean dos imposturas culturales. Por un lado, existe una corrupción moral que nos hace creer que los asuntos económicos sólo competen a cierto tipo de personas (instruidas y educadas en los temas de economía) y que el resto de nosotros no sólo no comprende sino ni siquiera debería interesarse por esos temas. Un poco, para explicarlo domésticamente, lo que sucedía en las familias de antaño donde el padre se ocupaba del trabajo y la madre de la casa. Los bancos nos quieren hacer creer que sólo debemos preocuparnos por vestir, ahorrar, gastar, pero sobre todo generar ingresos para ellos, el resto es algo demasiado complicado para entenderlo. Y por otro lado, existe una complicidad social cuando seguimos admirando a aquellos que pertenecen a las clases altas: la moda, el club, el jet set como dirían las tías, no es más que la máscara chic con la que se muestra la avaricia, la ruindad y crimen.

La privatización de la conciencia consiste precisamente en aceptar que no sabemos nada de economía, que sólo nuestros secretarios de Hacienda saben con cuánto podemos vivir (6 mil pesos al mes dice Cordero) y por eso no necesitamos ni merecemos más; consiste en aceptar la tiranía de creer que los ricos y famosos lo son porque lo merecen, porque han trabajado por ello y por que sin duda quién mejor que ese grupo para mostrarnos todo aquello a lo que debemos aspirar. Pero sobre todo, la privatización de la conciencia consiste en creer que nada eso se puede cambiar.

Wikileaks y los movimientos de indignados ya han ganado algo: poner su nombre en las agendas sociales, en los periódicos del mundo. Lo que verdaderamente hacen es dar la pelea por una batalla cultural: la de cambiar de signo nuestra admiración por los ricos y poderosos, y poner en escena a las voces de la gente de a pie. Que los bancos acorralen a un grupo de periodistas, no sólo es profundamente indecente, sino es una oportunidad para ver que aquellos a los que nosotros mismos fortalecemos usando sus medios o productos (Western Union o Visa) son los utilizan nuestros recursos para impedirnos hacer o decir.

Al parecer, lo que fabrican nuestros bancos no son bienes sino opiniones, prejuicios que deben ser aceptados sin rechistar. El problema es que el capitalismo salvaje no sólo explota los bienes, sino también, bajo la presión económica, manipula nuestras opciones; lo que acumula ya no es fuerza de trabajo, sino la expropiación de las capacidades para elegir y pronunciarse. Lo que ocurre con Wikileaks (no sé bien si por sus hallazgos periodísticos, o sencillamente por su visibilidad mundial) y que muy probablemente seguirá con los indignados es una prueba de esta capacidad del famoso 1% para someter a las voces disidentes, para aplastarlas y con ellos presionarnos para ceder lo único que todavía nos queda: nuestro ejercicio de conciencia.

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