2/21/2012

Debates, ¿para qué?




José Antonio Crespo
Hay quienes se quejan de que el periodo de intercampañas no se menciona en el Cofipe, que se trata de un invento de los consejeros del IFE empeñados en entorpecer el proceso electoral al máximo posible. No es exacto. El Cofipe especifica la duración de la campaña presidencial; 90 días. ¿Qué sentido tiene esa veda en medio de precampañas y campañas? Antes de la reforma de 2007, mucho se habló de lo prolongado de las campañas en México (y el costo consecuente), que para efectos prácticos duraban tres años, pero incluso formalmente se extendían por seis meses. Demasiado tiempo —se consideraba— comparando con otras democracias. Cuando se acortó ese periodo a tres meses hubo celebración de tirios y troyanos, pero ahora se considera demasiado poco, pues se piensa necesario que los candidatos digan sus propuestas, aclaren qué quieren hacer y cómo, y debatan entre sí.

Pero aunque la ley no mencione el periodo de intercampañas, se puede inferir su existencia y características. Las precampañas terminaron el 15 de febrero, y a ese proceso se le dio tiempo suficiente (aunque coincido que es absurdo que haya iniciado el 18 de diciembre). Entonces, ¿qué hay entre las precampañas y las campañas? Pues un periodo en el que, si no hay campaña, pues tampoco se pueden hacer actos de campaña ya que serían anticipados (y prohibidos por la ley). Pero también se quiso dar un tiempo para resolver a cabalidad posibles conflictos internos tras las primarias de cada partido. En otra parte de la ley se determina en qué consisten los actos de campaña y, por tanto, la prohibición de llevarlos a cabo fuera del tiempo adjudicado específicamente a las campañas (o precampañas, en su caso).

Lo cual, si bien es estrictamente lógico, ha resultado nada fácil de precisar. Y si bien los consorcios mediáticos aprovechan cada oportunidad para golpear una ley que les afecta en sus finanzas e influencia política (con vistas a echar abajo dicha reforma, lo cual es bastante probable), también es cierto que muchas resoluciones de las autoridades electorales han sido excesivamente rígidas, discrecionales y torpes, lo que explica que los medios se sientan intimidados; si basta con la sospecha de que vendieron tiempo o entrevistas a modo para ser sancionados, aunque no haya pruebas fehacientes de ello, prefieren no arriesgarse.

Pero, por otro lado, la burla a la ley en esa materia puede hacerse sin dejar prueba alguna o ser disfrazada de mil maneras, como advirtieron los propios medios que harían cuando se aprobó la reforma electoral. Adoptamos un modelo de comunicación político-electoral que ha funcionado estupendamente en varios países europeos, latinoamericanos y en Japón, pero aquí somos muy buenos para desvirtuar cualquier cosa que tocamos. Y es que cuando nadie quiere atenerse a cierta norma no hay ley que valga.

Viene por otro lado el asunto de los debates. También ha resultado confuso en qué condiciones pueden o no celebrarse. Muchos nos pronunciamos por más debates entre candidatos, dirigentes y representantes de partidos (abordando diversos temas), en lugar de los molestos e intrascendentes spots, a cuyo bombardeo nos condena la ley. Bien, pero resulta que los propios candidatos no parecen muy entusiasmados con los debates.

Desde luego los punteros, por estrategia básica, los rehúyen en lo posible (con cualquier pretexto) e ignoran olímpicamente a sus rivales en pleno debate. De modo que incluso cuando los debates tienen lugar, su rígido formato los convierte en eventos irrelevantes y aburridos. Ese formato de debate y nada son casi lo mismo, por lo cual los debates en sí, organizados por el IFE o a invitación de los medios, no sirven de gran cosa.

Debemos evolucionar hacia entrevistas de los candidatos (juntos, mejor, pero si no también separados) frente a comunicadores, analistas, miembros de organizaciones cívicas y expertos en distintos temas, que expondrían preguntas abiertas sobre las propuestas de cada aspirante y la forma en que piensan concretarlos. Eso nos podría dar mucho mejor idea de los candidatos y lo que pretenden hacer que los fríos, vacíos e impersonales debates, tal como los hemos celebrado hasta ahora.

MUESTRARIO. Gabriel Quadri, como el hombre inteligente que es, debe saber muy bien que resulta absolutamente inverosímil el hecho de que —según él afirma— ha aceptado la candidatura de un partido tan desprestigiado como el Panal sólo “por bien del país”.

cres5501@hotmail.com

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