8/20/2012

Capitalismo de cuates, otra vez

Ricardo Raphael
 

Este verano decidí apartarme de mi vida cotidiana en la ciudad de México para redactar un texto pendiente. Opté por mudarme algunas semanas a una población del Estado de México que, si bien no podría considerarse remota, lamentablemente todavía vive excluida de varios servicios, entre ellos internet.

Llevé sin embargo conmigo un teléfono celular, el cual, según la compañía que me da servicio desde hace 12 años, ofrece conexión para recibir y transferir datos en casi cualquier parte del país. Al cabo de dos semanas tomé una comunicación de Iusacell advirtiéndome que había excedido mi limite de uso para dicho servicio. Una señorita muy amable grabó su voz para indicarme que debía llamar a su centralita. Así lo hice y otra mujer, también muy dulce, me informó que, por haber sobreusado los megas dispuestos en mi contrato me iban a cortar el servicio.

Interrogué entonces por la dimensión del exceso: respondió la gentil dama que debía pagar un peso por cada mega de más y que mi acumulado para ese momento significaba la friolera de 30 Gigas. (Un Giga se compone por mil megas).

Aterrado pregunté porqué habían tardado tanto en darme aviso o, en su caso, en cortarme el servicio. Con la misma candidez, la voz respondió que, por estar fuera del DF, ellos no tenían por costumbre ofrecer a sus clientes esa insignificante información. Fue así como me enteré del fatal quebranto que cayó sobre mis finanzas en esta temporada que supuestamente debía ser de solaz y esparcimiento.

Sólo por obsesiva curiosidad reporteril acudí con la competencia. En Telcel me anunciaron que, si insistía en ser un marginal, ellos podrían proporcionarme un dispositivo para transferir hasta 10 Gigas de información al mes, por aproximadamente 600 pesos. También me indicaron que no tendrían el equipo necesario para ello hasta pasados 45 días.

Sirva esta anécdota personal para ilustrar, no sólo los abusos, sino la dimensión maltrecha de los servicios de internet en México. Hoy tres de cada 10 hogares mexicanos tienen computadora; de ellos, sólo dos de cada 10 están conectados a la red.

En una era donde tal conexión tiene implicaciones directas sobre cómo las personas se integran a la sociedad del conocimiento, al mercado, a las oportunidades y al esparcimiento, el tema no es menor.
Si en México se vive fuera de las grandes ciudades, internet es un privilegio. El país está mal conectado, el servicio de transferencia de datos es carísimo, la velocidad es infame y la infraestructura que debería estar ensanchando la banda de transmisión es ridícula para nuestra talla geográfica y poblacional.

Frente a esa circunstancia, las políticas para desarrollar las tecnologías de la información habrían de cumplir, al menos, con dos criterios: diversificar el número de empresas proveedoras y abaratar sustancialmente los costos para el consumidor.

A la luz de esta circunstancia es que se vuelve increíble la decisión del gobierno de la República que quiere enterrar en un litigio infinito la banda 2.5 GHZ, hoy en posesión de la empresa MVS.

La autoridad argumenta que tal empresa no quiso pagar lo que cualquiera otra habría ofrecido en países como Inglaterra o Alemania. Responden los potenciales expropiados que si cubriesen esos costes, el consumidor mexicano terminaría de nuevo esquilmado en su muy precario patrimonio.

Hasta que no se aclarase el punto, MVS optó por invertir poco dinero para desarrollar la banda; razón esgrimida ahora por el gobierno para la recuperación. Mientras el pleito dura, esta frecuencia fundamental dormirá como Blanca Nieves: en espera de que un príncipe iluminado la saque del pasmo.

Tanto peor, la actual decisión gubernamental podría dejar fuera a MVS del mercado de la transferencia de datos. Con ello, las empresas que ya están en el sector serían las únicas beneficiadas por el brillante desplante gubernamental; es decir que este mercado terminaría contando aún con menos jugadores.

Si por algo el Estado mexicano puede ser patético es porque con frecuencia hace justo lo contrario a lo recomendable. Al parecer sólo importa lo que los intereses más pudientes definen, mientras al resto de los mortales nos toca sufrir las consecuencias de su despreciable capitalismo de cuates.
 
Analista político

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