Una falda para cambio
de cierre, dos o tres pantalones con las valencianas raídas, un abrigo
sin botones. Muy poco trabajo para seis sastres y doña Columba, la
patrona, quien por su mala vista dejó de hacer composturas y sólo
atendía a los clientes. Con suerte, iban a recoger su ropa después de
semanas, pero por lo general la abandonaban: les salía más barata la
ropa china, nueva, que las composturas.
Dependemos de la clientela. En aquel momento se redujo mucho y varios
sábados recibimos sólo la mitad de la paga. Esto fue causa de que tres
compañeros abandonaran el trabajo, entre ellos Roque: buenísimo para el
zurcido invisible, toda una especialidad. Quedamos Lolita, Sotelo y yo.
En los ratos libres, o sea todo el tiempo, sólo hablábamos de lo que
íbamos a hacer en el momento en que doña Columba tuviera que cerrar la
sastrería, cosa inevitable: el desinterés por nuestro trabajo iba en
aumento y la situación económica empeoraba. Nunca pensamos que gracias a
esto y a que bajamos los precios, el negocio mejoraría. Como dice
Sotelo:
La gente ya se dio cuenta de que le conviene más una buena compostura que una mala compra.
II
Cada vez nos llegaban más prendas. No teníamos tiempo
para hacernos un cafecito en la hornilla, menos para almorzar. Imposible
darnos abasto. Empezamos a demorarnos en la entrega de la ropa. (
Le prometo que para el jueves le tengo su falda compuesta.) De seguir así íbamos a conquistar título de informales y a perder a la clientela.
En vista a esas posibilidades, Lolita, Sotelo y yo nos pusimos de
acuerdo y le dijimos a doña Columba si no sería bueno que contratara más
personal. Le pareció que era riesgoso, nada nos aseguraba que la buena
racha iba a seguir; además, ella podía ayudarnos. Lolita, como es medio
parienta suya, se atrevió a decirle:
Tienes mala vista. Sabes muy bien que no puedes ni ensartar una aguja.No se habló más. Al lunes siguiente apareció a la entrada del negocio una cartulina:
Se solicita sastre.
Llegaron muchos aspirantes, la mayoría, faltos de experiencia en el
ramo; algunos con aliento alcohólico y otras evidencias de malos
hábitos. A las mujeres interesadas no les acomodaba el horario porque
eran madres solteras o tenían un enfermo a quien cuidar.
Al parecer, íbamos a quedarnos sin la ayuda cada día más necesaria.
Ante la preocupación de la patrona, Sotelo dijo que su primo Josué era
muy buen sastre. Llevaba desempleado desde que cerraron el taller donde
hacía de todo, hasta zurcido invisible. Después de un año, su situación
ya era crítica.
Doña Columba le pidió a Sotelo que citara a su primo para el
día siguiente. Por buen sastre que fuera necesitaba conocerlo, hacerle
una prueba, hablar con él. Sotelo se puso colorado:
Ese es el problemita: a mi primo se le dificulta mucho hablar.
¿No puede o no le gusta?, preguntó Lola, que en todo se mete. Nos reímos al oír el comentario de la patrona:
¡Necesito un sastre, no un merolico.
III
Sotelo estuvo en lo cierto: Josué resultó muy buen
trabajador y sigue siéndolo. En la mañana, después de saludarnos, se va
derechito a su máquina para ocuparse de las piezas que la patrona le
encarga componer. Cuando salimos, deja sus cosas en orden y su lugar
limpio.
Por su expresión, se nota que Josué se divierte con nuestras
conversaciones, pero nunca participa, ni siquiera cuando Lola –que es
tremenda– le pregunta si es casado, si tiene novia o cosas por el
estilo. Cuando la situación se vuelve incómoda, interviene la patrona:
Déjalo en paz y ponte a trabajar.Josué le agradece la ayuda inclinando la cabeza y nada más.
En varias ocasiones he sorprendido a Josué mirando a la patrona. No
me extraña. Todavía es guapa. Tiene los ojos de un color muy raro. Una
vez nos dijo que por eso sufre de una enfermedad que le impide usar
lentes de contacto. Podría ponerse de los otros, pero se niega, aunque
eso tenga consecuencias: cuando necesita ensartar una aguja tiene que
pedirnos ayuda. A últimas fechas, más que a nadie, a Josué. Lola también
lo ha notado. Cuando doña Columba sale al banco, ella le hace a él
preguntas maliciosas que lo abochornan. Me harto y le digo que no se
meta en lo que no le importa.
IV
Es la una de la tarde y Josué no ha llegado. En cinco
meses es la primera vez que falta. Puede ser por varias razones:
descompostura del metro, bloqueo de la avenida, enfermedad. Lola piensa
en un asalto: a ella la atracan una vez por semana, ya conoce a los
raterillos y uno hasta le coquetea.
Me pareció que exageraban: el retraso era de cuatro horas, no de una
semana. Doña Columba me pidió que, mientras aparecía Josué, fuera
ayudándolo con sus pendientes. Al acercarme a su máquina vi el
alfiletero con muchas agujas ensartadas con hilo de todos los colores.
No entiendo qué significa eso. En cambio sé que Josué no volverá.
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