9/03/2016

Musulmanas en la cárcel de sus vestidos



Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada 

Hace menos de 20 días se llevó a cabo la última reunión del Foro Social Mundial (FSM), esta vez en Montreal, Canadá. En el foro estuvo presente la Marcha Mundial de las Mujeres con un mensaje de gran actualidad a raíz del debate por lo ocurrido con mujeres islámicas vestidas con chador (que no burka) en las playas del sur de Francia. Una de sus condenas es al patriarcado, sistema milenario de desigualdades, explotación, privilegios, discriminaciones, valores, normas, políticas, por el que la autoridad y el poder recae en los hombres y en lo masculino, basado en la premisa de una supuesta inferioridad natural de las mujeres en tanto que seres humanos, que lleva a una estratificación en la cual ellas ocupan un papel inferior, un sistema que genera violencias (Desde 2007, en su Carta Mundial de las Mujeres para la Humanidad, ya habían afirmado su oposición a que un ser humano pertenezca a otro: las mujeres a los hombres.)

Tiende a asociarse el burka, el chador, el niqab y el hiyab, usados por muchas mujeres, con el islamismo. Pero en no pocos casos dichas vestimentas son preislámicas, siglos antes del nacimiento de Mahoma, como es el caso de los pastunes en lo que hoy es Afganistán y Pakistán. Tampoco puede decirse que siempre y en todos los casos se trate de una imposición de los hombres sobre las mujeres, aunque en general así ha sido, comenzando con los mencionados pastunes, y más cuando fueron asimilados al islamismo extremista. En las dictaduras teocráticas musulmanas, al igual que entre los más extremistas del Islam, es un hecho incontrovertible. En los países incluso monárquicos de población musulmana, pero de gobiernos más o menos liberales (Jordania y Marruecos, por ejemplo), el uso del velo en la cabeza (hiyab) e incluso del burka o del niqab o el chador (que cubren todo el cuerpo y normalmente también el rostro), es opcional. Durante el gobierno de la dinastía Pahlaví en Irán (1941-1979), las mujeres vestían incluso con minifalda y sin nada cubriendo el pelo. Con la república islámica instaurada por Jomeini en 1979, se impuso el vestido que cubre cuerpo y pelo, y en ciertas circunstancias también la cara.

Con los talibanes en Afganistán y Pakistán, que en su mayoría son pastunes-musulmanes, el burka se volvió una prenda obligatoria para las mujeres de las poblaciones bajo su dominio. El burka, para evitar confusiones, es una túnica con una rejilla de la misma tela frente a los ojos. Pero no sólo es un vestido, sino que tiene relación con otras restricciones que van más allá de las intenciones protectoras y tradicionales de los pastunes preislámicos. La periodista Aina Díaz publicó un interesante artículo titulado Burkas y burkinis

El dulce triunfo del patriarcado islámico (InfoLibre.es, 20/8/16), en el que señala que “el uso del burka llevaba aparejada la exclusión social de las mujeres afganas. Los talibanes les prohibieron trabajar, ir a la escuela o universidad, tener sanidad, acudir a hospitales, leer, salir a la calle sin ir acompañadas por un hombre de su familia… Las clínicas donde daban a luz tenían prohibido tener insumos médicos para atender a las parturientas. Sin anestesia se realizaban la mayoría de las cesáreas. Las cirujanas a las que dejaban operarlas debían operar con burka. El uso del burka, del niqab o del chador implica una dependencia total de la mujer hacia el hombre. El maltrato físico y síquico es constante. Una disputa se arregla con una paliza. Bajo un burka sobrevive la propiedad de un hombre. Ninguna mujer libre elige vivir así”. (Recomiendo, a propósito y ampliamente, la lectura de la estremecedora novela Mil soles espléndidos, de Khaled Hosseini, editada por Salamandra.) Y ciertamente, las mujeres dominadas por los hombres, convertidas en objetos de su propiedad y vestidas para protegerlas incluso de las miradas de otros, no son libres en ningún sentido, ni siquiera para protestar, y algunas ni siquiera para conservar su clítoris, ya que se les practica la ablación (mutilación genital femenina) para que no tengan placer sexual.

Los llamados burkinis, inventados por una australiana como trajes de baño para las mujeres musulmanas supuestamente ortodoxas, son un ingenioso negocio de su inventora, pero no un símbolo de afirmación religiosa y cultural en el mundo occidental. Es más bien una manera de reproducir en Occidente, sea en las playas de Francia o en las grandes tiendas de Londres, París o Milán, el sometimiento de que son objeto en sus sociedades y familias patriarcales. Cuando Mir-Hossein Mousavi, político iraní reformista, fue candidato a la presidencia de su país en 2009, tuvo muchos seguidores, entre ellos gran cantidad de mujeres que no sólo descubrieron su pelo, sino que se maquillaban, como hacían durante la monarquía de los Pahlaví que, pese a su poca democracia, era laica y secular, como lo consigna también la constitución de Turquía, pese al giro que está dando el actual gobierno hacia el Islam. Wikipedia señala que Turquía prohíbe por ley el uso del hiyab religioso y símbolos teo-políticos en los edificios públicos, escuelas y universidades.

La liberación de las mujeres, musulmanas o no, comienza por sacudirse el dominio de los hombres y la sumisión a las tradiciones creadas por éstos. La vestimenta es una cárcel en que las encierran los hombres de la familia, de la sociedad y del gobierno, y no un símbolo de su afirmación como mujeres ante otras culturas. Prohibirles el uso de sus ropas en las playas o en la calle tampoco es signo de la tolerancia que se supone debe acompañar la democracia tan cacareada en Occidente. Cada mujer debe tener el derecho de vestir como quiera, y no por imposiciones masculinas y de religiones también inventadas por hombres

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