Guillermo Almeyra
Si el establishment
Demócrata y la millonaria Killary Clinton no hubiesen saboteado al
socialdemócrata Bernie Sanders, el voto de protesta no lo habría
recogido un millonario candidato del Ku Kux Klan, que hace más de 20
años no paga impuestos, estuvo varias veces en situación de quiebra y,
además de ignorante, es tanto o más racista, machista, armamentista y
xenófobo que la mayoría de sus compatriotas.
Con Trump ganaron el atraso cultural, la ignorancia y el racismo de los blancos pobres que atribuyeron al establishment Demócrata la decadencia nacional y la crisis provocada por el gran capital, sobre todo durante los gobiernos Bush.
Esos blancos pobres, religiosos de derecha y racistas votaron en masa
(incluso sus mujeres, pues el machista Trump logró 53 por ciento del
voto femenino). Los 12 millones de jóvenes que habían sufragado por
Sanders, en su mayoría se abstuvieron o se negaron a hacerlo por
Killary. Los negros y los latinos no se inscribieron en masa para votar.
Entre dos derechas, los votantes eligieron, como siempre, la más
genuina.
Trump llega así al gobierno con el control total de los tres poderes
(Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y en hombros de sus iguales.
Pero un sector del gran capital está asustado y los financieros
tiemblan y, por tanto, habrá que ver si Trump, adaptando su política
desde el gobierno, llega a un acuerdo con el poder real que no está en
la Casa Blanca sino en Wall Street, o si ese poder le hará la vida
imposible o volverá a aplicar la letal
solución Kennedy.
Ahora, sobre México, Cuba, Venezuela y en especial China, la Unión
Europea, la economía mundial, el medio ambiente y la supervivencia de
gran cantidad de especies –incluida la humana–, así como la paz mundial
pende amenazadora la espada de Damocles.
Hitler, ganador de las elecciones, recordemos que llegó a la
cancillería gracias a la ilusión del gran capital de que podría
controlarlo y a Stalin, que no aplastó ese gobierno antes de que
rearmase al país y que favoreció la instalación de su dictadura –y
preparó el suicidio del Partido Comunista Alemán– con su teoría de que
el enemigo principal era la socialdemocracia, no el payaso con el
bigotito ridículo.
Los gobiernos capitalistas
democráticosfrancés y británico también le dieron alas, pues creyeron que sería una barrera contra el comunismo. El mundo debió pagar más de 30 millones de muertos y terribles destrucciones, esa ceguera y esas posiciones contrarrevolucionarias de esos defensores del capitalismo. La historia, se sabe, no se repite, pero Trump, si lo dejamos, va a instalar un fascismo à la américaine.
Pero no es un producto sólo de la ignorancia y el provincialismo
proverbiales en Estados Unidos. También lo es del odio popular al establishment
político del capital y a las políticas de éste. Si sus políticas –que
son las de la extrema derecha religiosa y social del país– chocan con
los deseos de sus electores y si quienes antes votaron por Sanders para
protestar por la izquierda se organizan en un partido independiente
contra los republicanos, los demócratas y sus mandantes, podríamos
presenciar un aumento espectacular de la lucha de clases en Estados
Unidos. Entonces sería otro cantar.
Trump ganó después de que en Gran Bretaña triunfase el Brexit
y después del desarrollo de la derecha y del neofascismo en Italia
(Berlusconi, Salvini), en Hungría (Orban), en Polonia, en Alemania y en
Francia (Le Pen). Ganó luego de los golpes contra Zelaya en Honduras,
Lugo en Paraguay, Dilma Rousseff en Brasil; de las matanzas de
Calderón-Peña en México y de la instalación del gobierno Macri en
Argentina. Es el resultado del triunfo cultural del neoliberalismo, que
convenció incluso a los trabajadores (que en su mayoría lo votaron como
votan en Argentina por las dos vertientes peronistas, el kirchnerismo o
el macrismo o en México por el PRIPAN). También es el resultado de una
mal llamada izquierda que no enfrenta el problema de la construcción de
un poder alternativo al del capital o cree posible reformarlo y
transformarlo desde las instituciones creadas para perpetuar la
explotación y la dominación capitalista.
Eso es lo que hay que cambiar, con una política y una educación
anticapitalistas y con la organización independiente de los
trabajadores.
En el campo internacional, Trump, que es un Neandertal con control de
la bomba atómica, busca coexistir amistosamente con Putin, defensor
autoritario del capitalismo ruso, y hasta con Corea del Norte, para
aislar a China, y dice que retirará bases aunque, por supuesto, no las
que amenazan a China ni a Guantánamo. Su aislacionismo en Estados Unidos
no es pacifista, sino que busca reducir gastos (rechaza la reconversión
industrial para salvar el ambiente, piensa reorganizar el aparato
bélico y cambiar las alianzas, oponiendo, por ejemplo, al autócrata
buenode Moscú contra Pekín). Aunque le hizo promesas a Netanyahu, podría llegar incluso a reducir el apoyo político y militar a Israel porque su prioridad es abatir el poderío económico chino, en primer lugar y, después, de la Unión Europea.
Para que funcionen a pleno las acerías y Ford, GM y otras grandes
industrias, debe eliminar la competencia del acero y de las mercancías
chinas y europeas ya que, por razones políticas y para mantener el
consumo interno, no puede reducir aún más los salarios en Estados
Unidos. Como la economía china actualmente va mal con la brusca caída de
las exportaciones, una guerra económica la desestabilizará y provocará
en esa gran potencia asiática movilizaciones obreras y un aumento del
nacionalismo.
Eso prepara condiciones para una guerra de proporciones nunca vistas, que el armamentismo actual, las carreras espaciales y los hackeos cibernéticos mal ocultan y preanuncian. Hay que parar a tiempo a este Trumpusconi ridículo pero peligrosísimo, a este McHitlertan fatal para México y para el mundo.
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