1/13/2017

La catástrofe está aquí



Sin gloria para el vencedor, sin compasión para el vencido.


Los zopilotes del capital rondan los despojos de México. Finalmente, nos encontramos ya en el funeral del país aguardando al último asistente: el cadáver mismo. El huracán desenfrenado, que se nos ha impuesto en los últimos veintinueve años, llamado neoliberalismo nos ha llevado a la devastación. Una segunda edición de los sollozos de La Llorona pareciera advertirnos sobre lo cerca que se encuentra nuestro final como país independiente. No obstante, la agonía mexicana es simplemente uno de los tantos ecos dentro de ese bosque oscuro que es el mundo actual, dominado por una regresión permanente, que ha terminado por hacer implosión y en el cual ha triunfado el capitalismo gestor de crisis.
México ha sido uno de los paladines de las recetas neoliberales que privilegian la “estabilidad económica” en detrimento de la vida humana y lo único que ha obtenido de tan diligente aplicación de políticas dictadas desde el FMI, el Banco Mundial y la administración imperial de los Estados Unidos ha sido una montaña de ruinas sobre ruinas por las que sobrevuela con apuros el ángel de la historia. Es necesario poner énfasis sobre la relación que existe entre la ejecución plena de las políticas macro-económicas neoliberales y la realidad que desgarra a los mexicanos: un país con cientos de miles de muertos en la última década, decenas de miles de desaparecidos en lo que va del presente sexenio, una de las tasas de feminicidios más altas del mundo, convertido su territorio en una inmensa red de fosas clandestinas que surgen a la menor exploración, en completa dependencia económica respecto a su vecino del norte, privatizada y rematada toda su riqueza natural a unas cuantas corporaciones multinacionales, devaluada su moneda en un 60% sólo en el último año y con más de la mitad de la población viviendo bajo condiciones de pobreza en permanente incremento, etc.
Sin embargo, y pese a toda la evidencia en contra, los campeones de las administraciones neoliberales quieren convencernos de que “las cosas en el fondo están bien” (Vicente Fox), recurriendo a las explicaciones más arbitrarias y sin sentido, cuya verdad es proporcional al rechazo que ellas mismas suscitan. La más reciente acción presidencial que ha puesto el dedo en la llaga de los mexicanos ha sido la liberalización del precio de la gasolina, es decir, el aumento súbito de hasta un 20% de su costo a partir del primer día del año, el llamado “mega gasolinazo”. Peña y su pandilla han utilizado de pretexto un cuestionable incremento en los precios internacionales de las gasolinas, mientras que, paradójicamente, EU goza al mismo tiempo del precio más bajo en los últimos doce años. Incluso apelan tiernamente a la comprensión de la sociedad y afirman tomar decisiones responsables para con el bienestar de los mexicanos, empero, es elocuente por sí mismo que cuando Peña golpea ese bienestar jactándose de estar tomando decisiones “responsables” pone en evidencia hacia qué intereses se inclina su responsabilidad.
Sin embargo, sería un error creer que es éste un acto aislado o suponer que no guarda una estrecha relación con las más recientes dinámicas de la producción capitalista a nivel regional. Una vez consumado el desmantelamiento del país toca el turno a su entrega inmediata y abierta a intereses estadounidenses, despejándose las dudas en torno a la dirección política de las acciones del PRI. Basta echar un vistazo sobre la lista de últimos directores de Pemex para encontrar esos mismos nombres dentro de los cuadros dirigentes de las empresas multinacionales que ahora controlan el petróleo mexicano, por mencionar sólo un ejemplo. Aún más, una vez regalado el petróleo, EU ha admitido abiertamente no quiere más mexicanos y ya Trump amenaza con expulsar 3 millones de compatriotas tan sólo en su primer año en la Casa Blanca.
En esta coyuntura tan importante se han desatado una serie de manifestaciones de inconformidad que han sacudido el panorama nacional de manera contundente. Por fin se ha llegado a un punto en el cual nadie puede seguir engañándose sobre lo evidente: las políticas del gobierno priista tienen por objetivo la pobreza estructural de los mexicanos y éste los chantajea imponiendo esta falsa disyuntiva: someterse o morir. Las manifestaciones han contribuido a “hacer que los ciudadanos inmóviles comprendan que si ellos no entran en guerra, aun así ya están dentro de ella. Que ahí donde nos dicen es esto o morir, en realidad siempre es esto y morir” (Tiqqun). Contribuir a dar la razón a aquellos que se manifiestan y otorgarles razones que expliquen teóricamente la verdad de su acción es el propósito de este panfleto.
La catástrofe está aquí, no hay que esperarla más. Y dentro de ese contexto, es necesario admitir que la izquierda en México ha sido derrotada, ha fracasado como proyecto alternativo y ahora refuerza su derrota con la traición a su propia causa. Ello ha ocurrido, entre otras causas, por su falta de radicalidad discursiva y de acción, por ser incapaz de salirse del estrecho caparazón burgués en el que oportunistamente se ha situado. Señalaremos aquí sus principales defectos para liberar al movimiento insurrecto que se avecina de ese “falso hermano”.
La participación pseudo disidente dentro de los marcos de la política institucional, sólo revela que se actúa dentro de la microfísica del poder, en la cual el perseguido no renuncia nunca a su papel, sino que vive dentro de las redes de un poder que le ha constituido y del que no puede ya escapar. ¡Pégame pero no me dejes! La falsa contestación izquierdista mexicana procura martirizarse permanentemente, atacar sólo a las encarnaciones del poder en turno, apelar a sus “derechos” mendigando legalidad en la ilegalidad más descarada e interioriza la misma lógica policial del Estado sólo que disfrazada de indignación y descontento. Son los inquilinos mal alojados del terreno de la aprobación. Añoran con candor infantil aquel Estado pos revolucionario paternalista que bien preparó su poder corporativo para liquidar toda oposición en el momento en que no le sirviera más como palanca de desarrollo; en otras palabras, quiere al PRM de Cárdenas sin reparar en que su nieto bastardo es el PRI de Peña Nieto, siente nostalgia por los días del “milagro mexicano” sin percatarse que es la excepción la que confirma la regla.
Desde el 1° de Enero de 2017 los mexicanos han retornado a las calles para mostrar su molestia en contra del peor atentado de los últimos tiempos a su economía: el incremento repentino al precio de las gasolinas. Tan sólo en los primeros siete días del año hubo una serie de marchas, tomas de casetas en carreteras, bloqueos de vías de transporte, enfrentamientos con la policía, muertos y heridos, ocupación de gasolineras para la apropiación del combustible, saqueos a grandes cadenas comerciales, etc. La fuerza de las protestas ha asombrado a propios y extraños, captando incluso la atención de medios internacionales.
En Nogales, Sonora la policía disparó contra los manifestantes, hiriendo a varios de ellos; en Ixmiquilpan, Hidalgo, dos hombres fueron asesinados por fuerzas policiales enviadas a desalojar la protesta; en diversos carreteras del país la gente ha decidido liberar el paso a los vehículos que circulan para promover la desobediencia civil a un gobierno dictatorial; en diferentes lugares del Estado de México, así como en Monterrey y la capital del país cientos de personas han acudido a expropiar tiendas de autoservicio. La efervescencia social escaló en grado tanto cualitativo como cualitativo en sus acciones. Mientras tanto, la propaganda del Estado ha llamado al orden, la unidad y la solidaridad del pueblo mexicano para afrontar los “retos” que una medida de esta naturaleza le impone a la sociedad.
Paradójicamente, desde el “polo opuesto” del espectro político, los medios identificados con la izquierda y los usuarios de redes sociales han activado también sus protocolos policiales para resguardar el orden dentro del cual sus plañidos puedan existir: cadenas de mensajes de Whatsapp con confesiones de supuestos priistas fueron rápidamente difundidas entre la población para generar confusión y miedo; en Facebook y Twitter se identificó a los manifestantes más enérgicos, aquellos que se enfrentaron con la policía, los que bloquearon caminos y los que se apropiaron de las mercancías de los supermercados, con “infiltrados” o “grupos de choque pagados por el PRI” utilizados para “desprestigiar las manifestaciones a los ojos de la opinión pública” (Aristegui). Haciendo gala del sofismo más vulgar equipararon con el PRI precisamente a aquellos que mostraron inconformidad frente a las políticas de Peña. Nos es bien sabido su eterno objetivo: canalizar toda la energía popular que ha salido como torbellino hacia sus tuberías higienizadas cuya única forma de protesta legítima es marchar y llegar al sitio donde todos se dispersan y vuelven a la rutina satisfechos de protestar sin haber “pasado por encima de los derechos de los demás”; son como aquel “personal sindical siempre presto a prolongar la queja de los trabajadores oprimidos con tal de conservarles un defensor”; la policía sin sueldo del Estado.
Pero revisemos el contenido de estos actos de protesta, particularmente la toma de gasolineras, la liberación de las casetas y la apropiación colectiva de mercancías en tiendas de autoservicio. Aunque de forma rudimentaria, este tipo de actos contienen en germen un principio fundamentalmente contrario a la producción capitalista: romper con el circuito mercantil que transforma los valores de uso en valores de cambio, es decir, con el travestismo espurio que troca los bienes producidos por la sociedad en mercancías. Este principio elemental se halla a la base de todos estos actos de inconformidad. El saqueo es un rechazo del valor de cambio para exaltar el valor de uso, el recuperar la utilidad de las cosas para impugnar su abstracción.
No sorprende pues la energía con la cual la fuerza policial y la potencia ideológica más puramente burguesa atacan este tipo de acciones al estigmatizarlas como “vandalismo, rapiña y atentados contra el orden social”. Es ahí donde la pseudo izquierda confiesa su propia renuncia: incapaz de una ruptura categorial con la sociedad de la mercancía, no puede más que delirar en torno a los “porros priistas”. Su falsa conciencia se revela más en sus desvaríos que en sus argumentos. Posee, en el mejor de los casos, una imaginación poco aventurera. En el mundo de la identificación abusiva, que le ha servido al Estado para dirigir todas sus fuerzas en contra de los movimientos insurgentes, ahora son asimismo los oprimidos quienes se apresuran a nombrar y señalar a los insurrectos para apartarlos del supuesto movimiento legítimo. Es en su carrera autónoma por alcanzar el más alto grado de pureza y legitimidad donde se ciegan acerca del contenido subversivo de las protestas.
A pesar de su manifiesta equivocación, este tipo de desatinos ha tenido un efecto poderoso sobre el derrotero de las protestas y las ha logrado apaciguar de manera efectiva. Cada chispa de insurrección es velozmente apagada por la misma sociedad ahogada ya en medio. Cada día han aparecido diversos artículos en la prensa mexicana y las redes sociales afirmando lo mismo, incluso se han presentado videos y fotografías intentando desenmascarar a los “infiltrados del priismo” ante la sociedad. No obstante, conviene tomar distancia frente a los mismos medios que crearon ese fenómeno masivo de retraso mental llamado “los XV de Rubí” y que ahora nos quieren venir a iluminar acerca del contenido de la protesta social. Su tránsito de un tema a otro ya habla del nulo interés que deberían generar sus palabras.
Muy lejos de un proyecto que ponga en acción la lógica del regalo por sobre la transacción mercantil, las expropiaciones masivas de mercancías han estado marcadas por la misma ceguera extrema del individualismo y la brutalidad de la producción capitalista. Ser una víctima no da ninguna garantía de integridad moral (Jappe). Las reacciones contra la barbarie capitalista terminan siendo ellas mismas bárbaras, ya que el capital no lleva a ninguna parte, salvo a la destrucción ciega y el interés personal. La relación puramente interesada individual a la que ha conducido la producción capitalista ha derivado necesariamente en un reflejo de su estructura alienada en todos los actos de la misma.
Por otra parte, los bloqueos de vías de transporte atacan precisamente el otro aspecto clave de la economía capitalista: la distribución de mercancías. Ya algunos camaradas franceses afirmaban: “es gracias a los flujos que este mundo se mantiene: ¡bloqueemos todo!” El poder en el mundo actual se despliega más en las infraestructuras construidas para garantizar su funcionamiento adecuado que en las decisiones tomadas desde el poder legislativo. Cortar la corriente de la circulación capitalista por un tiempo considerable equivale a poner en jaque al sistema mismo, con todas sus implicaciones. De aquí derivan los enfrentamientos más encarnizados con la policía de los últimos tiempos en el Estado mexicano, como el caso de Nochixtlán en junio pasado, por nombrar sólo un caso.
El tránsito del sistema del estado sólido al gaseoso a través de la cibernética y el internet ha creado asimismo una nueva red de flujos que es más compleja y que se ha vuelto ya mismo uno de los poderes más efectivos para garantizar su pleno funcionamiento. Desde esta perspectiva, el hackeo, la perturbación del tráfico de datos y su desviación en contra de su sentido original también se ha convertido en un acto político de primer orden. Encontrarle nuevos significados a la tecnología, aprender a utilizarla en contra del capital se ha puesto a la orden del día para cualquier movimiento revolucionario que quiera ir al paso de la realidad. Desde esa perspectiva, un Jeremy Hammond aparece hoy en día como uno de los antihéroes del siglo XXI. Todavía se aguarda un movimiento de tal naturaleza en México.
No ser conscientes de la constitución misma de las redes tecnológicas y su sentido social ha llevado a que la propagación de teorías de la conspiración se haya vuelto uno de las aficiones favoritas de algunas de las voces de izquierda. Seguir las tendencias que marcan el desarrollo del moderno capitalismo pos-globalización es tarea imposible para ellos, debido a que de la misma manera que el gobierno impone sus políticas autoritariamente, también sería él quien manda a algunos mercenarios a sueldo a hacer como que protestan. Atribuir al Estado la omnipotencia para controlar todos los acontecimientos políticos sólo demuestra hasta qué punto se ha perdido la propia capacidad de acción. “Los conspiracionistas son contrarrevolucionarios desde el momento en que reservan solo a los poderosos el privilegio de conspirar”.
Hoy en día la calculada gestión de las percepciones ha echado sus raíces en las personas mismas, se ha insertado por debajo de nuestra piel, mientras que permanece fuera de nuestro control. La confianza ciega en el poder liberador de las redes sociales ha pasado por alto que la información en tiempo real no implica ni de cerca una comunicación en tiempo real. De la misma manera que no se puede saciar la sed en una habitación inundada, tampoco se puede formar un pensamiento crítico donde domina lo trivial y la neblina artificial sobre el pensamiento. Esta sociedad se encuentra en una constante transformación real, sólo que vivida ilusoriamente.
Por si eso no fuera poco, tampoco se ha puesto demasiada atención al hecho de que los datos e informaciones circulados por esos mismos medios de comunicación cibernéticos sirven como punta de lanza del espionaje universal del cual Edward Snowden ya dio sólo una pequeña muestra. La policía cibernética va ganando cada vez mayor peso dentro de las instituciones estatales para preservar el orden social. Aún más, tal forma de control es tan poderosa actualmente que los usuarios de redes sociales desarrollan también un gusto por el espionaje, el acoso, el acecho y demás conductas parapoliciales. Internalizan los principios que los rigen con sigilo, reforzando el principio mismo que los mantiene como súbditos. Se les adiestra y educa dentro de la más rígida política de contención social, donde la más pequeña manifestación de intensidad está prohibida y ahora certeramente controlada.
Atrapados dentro de los mismos criterios abstracto-cuantitativos con los que el capitalismo se despliega en la sociedad, la izquierda cree que la disputa en torno a la legitimidad de las protestas se basa en el número de simpatizantes que una causa particular pueda aglomerar, de ahí que sus acciones más ingenuas estén encaminadas a no generar descontento en los sectores de la sociedad que no protestan, pues de ese modo se ganarán su apoyo y sus likes en redes sociales. La marcha es su único medio de protesta y mientras más multitudinaria mejor. Sólo que se olvidan que no es posible modificar en absoluto unas relaciones sociales alienadas reuniendo un cúmulo de muchedumbres solitarias. Ignoran, asimismo, que l a opinión pública no apoya en su gran mayoría los actos subversivos, pasan por alto el hecho de que la alienación es tan material como ideológica y soslayan que es una ilusión creer que los mismos que han soportado treinta años de continuos ataques a su vida mediante el adoctrinamiento por miedo vendrán repentinamente a actuar en la insurrección.
“Si existe una cosa que no tiene nada que ver con el principio aritmético de mayoría son las insurrecciones, cuya victoria depende de criterios cualitativos: determinación, coraje, confianza en uno mismo, sentido estratégico, energía colectiva. Si las elecciones son desde hace dos buenos siglos el instrumento más socorrido, después del ejército, para hacer callar a las insurrecciones es sin duda porque los insurrectos nunca son una mayoría… La insurrección no respeta ninguno de los formalismos, ninguno de los procedimientos democráticos. Impone, como cualquier manifestación de gran magnitud, su propio uso del espacio… Es el reino de la iniciativa, la complicidad práctica, del gesto; la decisión prevalece en la calle, recordando a quien lo hubiera olvidado que “popular” viene del latín populor, ´asolar, devastar´. Es la plenitud de la expresión y la nada de la deliberación.” (Comité Invisible)
A raíz de los movimientos Ocupa que se desarrollaron desde 2011 en varias ciudades del mundo surgió una consigna que ilustra claramente la actual situación del mundo: “Somos el 99%”. En efecto, la crisis permanente del capitalismo global ha ido estrechando el número de ricos y multimillonarios hasta constituir cada vez más un pequeño grupo de personas. Y es aquí donde se pone de manifiesto que no es el mero paramétro cuantitativo el que le da el poder a ese 1% de burgueses. Es algo diametralmente distinto: están organizados. Tienen a su disposición las instituciones y los instrumentos materiales para llevar adelante su dominación sobre el mundo. Es justamente ahí donde la izquierda tropieza ciegamente con las mismas categorías que impulsan sus delirios cuantitativos. No puede haber oposición efectiva al poder cuando no existe la organización de los pobres del mundo. Nos encontramos en un nivel de derrota tal como partido histórico, que nuestra miseria presente es más un resultado de exclusión que de explotación. Si estamos en todas partes, si somos legión, sólo nos hace falta organizarnos mundialmente.
También los oprimidos podemos conspirar, crear alianzas. Uno puede dejar de ser subyugado cuando comienza a organizarse. Hace falta una percepción compartida de la situación, comenzar a derribar las trabas ideológicas en las que llevamos tanto tiempo estancados y que nos condenan a la nulidad práctica y teórica. Cualquier movimiento revolucionario tiene que comenzar por admitir la tendencia secular de constante regresión tanto en los métodos de lucha cuanto en los objetivos a seguir. La revolución no se logrará yendo hacia atrás, sino preparando el gran salto adelante. Si bien es cierto que algunos aún tienen clara la revolución como objetivo, es también verdad que la han perdido de vista como proceso. Cada progreso en la comprensión teórica, así como su difusión, es en sí mismo un acto práctico. Nuestra idea de felicidad tiene detrás a la de redención (Benjamin), sólo que esa misma redención aún no ha sido redimida. Aunque es cierto que la teoría revolucionaria debe saber esperar, también es verdad que el tiempo no espera a nadie y tal vez sea muy tarde después para afrontar las embestidas con las que la administración de nuestra supervivencia retrasa continuamente la auténtica organización de nuestra vida. No tenemos futuro, pero tenemos presente.

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