9/11/2018

De porros y democracia en la UNAM


Octavio Rodríguez Araujo

No es ninguna novedad decir que en la UNAM ha habido y hay porros. Tampoco lo es decir que la pirámide de gobierno en nuestra casa de estudios es poco democrática. Pero no mezclemos las dos situaciones. Es momento de defenderla con sus virtudes y defectos. Lo primero es impedir los intentos obvios de desestabilizarla, de generarle una crisis.
Los llamados porros existen claramente y a la luz del día desde los tiempos de Miguel Alemán, tolerados (si no auspiciados) por los entonces rectores de la UNAM afines al presidente en turno. El papel de esos grupos de choque era precisamente intimidar y golpear a quienes, desde fuera de la universidad, eran considerados de izquierda en su interior. Ellos fueron los mismos que se opusieron al nombramiento de Ignacio Chávez como rector y los que, por órdenes de Díaz Ordaz, lo vejaron y lo hicieron renunciar en 1966. Para esos grupos retrógrados Chávez era de izquierda porque su secretario particular era Luis Villoro (sic), porque les había dado empleo a jóvenes progresistas que regresaban de Europa después de hacer estudios de posgrado allá, y porque no los expulsó cuando apoyaron a la revolución cubana y al Movimiento de Liberación Nacional, etcétera. Pero les salió el tiro por la culata y ya con Barros Sierra como rector fueron desapareciendo poco a poco aunque trataron de infiltrarse en el movimiento estudiantil de 1968. Con el rector González Casanova, el gobierno de la República no usó porros, sino gánsteres armados como Castro Bustos y Falcón, que tomaron Rectoría con absoluta impunidad obligando al rector a renunciar. Atrás de los que tiraron a Chávez estaba un gobernador, el de Sinaloa, y atrás de Castro Bustos y Falcón estuvo otro gobernador, el de Guerrero, además del mismo presidente Echeverría. Ellos intentaron que sus personeros se aliaran con grupos izquierdistas, para que no parecieran lo que eran: grupos de choque de derecha que quisieron apoderarse de la UNAM y, al mismo tiempo, un ardid para echar abajo uno de sus principales logros: la libertad de pensamiento y expresión que eran simientes del pensamiento crítico y del pluralismo (que entonces no estaba de moda).
Desde aquellos años, conviene recordarlo, ya se hablaba de la llamada democratización de la Universidad y hasta se llegó a decir que los estudiantes deberían de elegir a las autoridades. A la vez, y como contrargumento, se dijo que si eso ocurriera las autoridades de la mayoría de las dependencias podrían llegar a ser de ultraderecha o de ultraizquierda, como ya estaba sucediendo en las universidades de Sinaloa, Guerrero y Puebla, que significaron un considerable retroceso en su vida académica. Mi opinión, desde entonces hasta ahora, es que es mejor un rector liberal y democrático que uno salido de los extremos del arco político-ideológico del país. El extremismo normalmente es intolerante.
Ciertamente el gobierno de las universidades públicas no es suficientemente democrático y en ocasiones tampoco autónomo. Sabemos de casos en que el rector y algunos directores de escuelas e institutos han sido designados bajo criterios gubernamentales, incluso en la UNAM, pero sobre todo en las universidades públicas estatales. Sin embargo, así hemos funcionado por décadas, y la fortaleza de la UNAM, para el caso que nos ocupa, no está en duda. Tan importante es y ha sido que diversos grupos de poder (tanto privados como religiosos y gubernamentales) se han querido apoderar de ella o determinar su desarrollo y orientación. Y, en este contexto, es en el que debe analizarse el papel de los provocadores que han querido desestabilizarla para hacerla entrar en crisis. De aquí que plantear, en medio de un conflicto, la democratización de la Universidad (de las universidades), es peligrosa para ésta (éstas). Creo que no es el momento adecuado; la coyuntura es delicada.
Lo que de verdad importa es que en las universidades públicas se garantice su autonomía y que, por ésta, se respeten sus formas de gobierno y el ejercicio de su presupuesto, sus planes de estudio y de investigación, así como las libertades de pensamiento y de expresión en un ambiente respetuoso de pluralidad y de tolerancia. Este es el meollo de la autonomía universitaria, por lo que cualquier cosa que atente contra ella, venga de donde venga, deberá de ser rechazada.
Por lo demás, no deberá olvidarse que los procesos democráticos no siempre se traducen en gobiernos democráticos; una cosa es cómo acceder al poder y otra cómo se ejerce éste. ¿Tendría que poner ejemplos, o bastaría pensar en el ascenso del nazismo o la elección de tantos gobernantes que, democráticamente votados, han ejercido el poder incluso dictatorialmente?

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