10/31/2019

El imparable avance de las iglesias evangélicas en América Latina


Lucía Luna


El presidente López Obrador reunido con miembros de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice) Foto: Especial El presidente López Obrador reunido con miembros de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice) Foto: Especial

 (apro).- En el marco de las elecciones generales en Bolivia, el diario español El País publicó una nota titulada “los pequeños Bolsonaros bolivianos”, en la que daba cuenta de dos candidatos de filiación evangélica, que si bien tienen todavía un apoyo muy minoritario en el país andino, evidencian la voluntad de participar en política de una corriente religiosa que se ha ido abriendo paso aceleradamente en toda la región.
Uno es Víctor Hugo Cárdenas, el primer indígena en la historia de Bolivia que logró escalar hasta la vicepresidencia del país (1993-1997). Criado como protestante en la zona del lago Titicaca, militó muchos años en las filas del indigenismo, pero nunca comulgó con el líder cocalero y luego presidente Evo Morales; y esta vez decidió contender contra él. Se presentó por un partido tradicional, la Unión Cívica Solidaridad, pero se hizo acompañar por un pastor evangélico, Humberto Peinado, conocido por liderar un movimiento anti aborto. Las encuestas le daban un 3% de intención de voto.
El otro, Chi Hyung Chung, es un candidato emergente y atípico. Nacido surcoreano, llegó a Bolivia a los 12 años, en una misión encomendada a sus padres por la Iglesia Presbiteriana de Corea, que empezó modestamente y ahora tiene 70 iglesias, una clínica, una universidad y múltiples negocios en territorio boliviano. Él, hizo carrera de forma paralela como empresario y pastor.
Pero el “Dr. Chi”, como lo llama la gente, también quiso siempre incursionar en política. Y tuvo suerte. Primero, porque un cambio constitucional en 2009 eliminó el requisito de que los presidentes bolivianos fueran nacidos en el país; y segundo, porque a mitad de la campaña renunció el candidato del Partido Demócrata Cristiano, integrado básicamente por católicos, pero que no vaciló en llamarlo como su sustituto. Los sondeos le daban un 7%.
Sobra decir que ambos candidatos hicieron campaña con una agenda muy similar. A favor de la familia y la vida, y no sólo contra el aborto, sino contra la llamada “ideología de género” y cualquier tipo de derecho a las denominadas sexualidades alternativas. Y en el camino soltaron algunas perlas discursivas. Cárdenas propuso que para frenar la violencia contra las mujeres se les dieran a ellas armas de fuego. Y el “Dr. Chi” sentenció que los recientes incendios en la Amazonia boliviana eran “un castigo de Dios” por las prácticas homosexuales.
Transcurridos los comicios, Cárdenas quedó en los porcentajes previstos. Pero el “Dr. Chi” ascendió casi a un 9% y, aunque lejos, quedó en tercer lugar después de Evo Morales y Carlos Mesa, desplazando a otras formaciones de larga tradición en Bolivia, algunas sustentadas en la doctrina social católica.
Ciertamente el escenario político boliviano está muy lejos de otros en América Latina, donde las corrientes evangélicas ya han llegado a puestos de poder, como en Brasil o Guatemala; o ejercen fuertes presiones sobre la agenda pública, como en Costa Rica, Honduras, Colombia, Chile e, inclusive, México. Pero refleja una tendencia que, según datos de la BBC, hace que uno de cada cinco latinoamericanos se sienta ya representado por una Iglesia evangélica.
Este incremento en las filas evangélicas ha significado un decremento casi proporcional en la filiación católica, antes dominante en la región. Según Latinobarómetro, del 80% de la población que se declaraba como tal en 1996, ahora se ha bajado a 60%. En cambio, las denominaciones protestantes y evangélicas arañan ya casi el 20%. Un porcentaje alto, si se considera que, según el Pew Research Center (PRC), en los años setenta apenas rondaba el 4%. Esa cifra ascendió gradualmente en los decenios siguientes, pero en el siglo XXI prácticamente se duplicó.
Su crecimento sin embargo ha sido diferenciado en términos nacionales. De acuerdo con el mismo PRC, los porcentajes más altos están en Centroamérica, ya que en Guatemala, Honduras y Nicaragua los evangélicos superan el 40%. Les sigue Brasil, con cerca de 27%; y luego Costa Rica y Puerto Rico, con alrededor de 20%. Y en Argentina, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela se calcula que al menos 15% se identifica ya con esta corriente.
En México, que en contra de la tendencia regional se mantiene con el mayor índice de católicos (80%), al menos 10% se dice ya miembro de alguna denominación evangélica. Y la única excepción es Uruguay, donde tanto católicos (37.5%) como evangélicos (4%) ostentan porcentajes muy bajos, mientras que hasta 31% declara no pertenecer a ninguna religión. Este último rubro es el que más ha crecido en América Latina, comparado con el ascenso evangélico, al pasar en los últimos 15 años del 6% al 16%. La gran diferencia es que no está organizado.
Hay que recordar que el fenómeno evangélico no es nuevo en la región latinoamericana, ya que las primeras misiones llegaron a fines del siglo XVIII, luego de la independencia en Estados Unidos. También debe observarse que la llamada “gran familia protestante” tiene múltiples denominaciones. Están las tradicionales, como presbiterianos, bautistas y metodistas; y las más nuevas, llamadas pentecostales o neopentecostales. Estas últimas son las que han incursionado impetuosamente en el escenario político.
La investigadora de FLACSO México, Gisela Zaremberg, cifra el éxito político electoral de estas Iglesias en “tres transformaciones”. La primera, el desplazamiento de pequeños templos en zonas marginales a modernas megaiglesias en barrios de clase media o alta, que cumplen un papel aspiracional y de movilidad social.
La segunda, que funcionan como empresas trasnacionales que divulgan la “teología de la prosperidad”, según la cual los creyentes deben disfrutar de los bienes de la creación divina en esta misma tierra. La doctrina proclama el empoderamiento individual, pero también la felicidad colectiva del pueblo de Dios; exige una disciplina férrea, divulgación de la palabra y donaciones en especie o en efectivo.
Todas estas prácticas aumentan la posibilidad de una recompensa divina que, según los líderes, incluye que los evangélicos también están destinados a ocupar exitosamente cargos públicos (tercera transformación). Y según advierte Zaremberg, hay corrientes llamadas “reconstruccionistas”, que inclusive plantean “reconstruir” las democracias como teocracias.
Por su parte, el investigador Carlos Malamud del Real Instituto Elcano contrpone esta “teología de la prosperidad” a la “teología de la liberación” que en los decenios de 1960 y 1970 creó toda una generación de curas católicos revolucionarios, obreros y campesinos que se involucró con los sectores sociales más desfavorecidos. Y se pregunta qué tanto incidió el ataque sistemático del Vaticano contra esta vertiente teológica, que en los hechos acabó con la “opción preferencial por los pobres”, en el decremento de los fieles católicos y el ascenso de las Iglesias evangélicas.
En todo caso las fechas coinciden. Ahora que se suman los políticos de esta filiación, o que se sirven de ella, parece olvidarse que uno de los primeros en América Latina fue el peruano Alberto Fujimori, en 1990. Prácticamente desconocido por el pueblo, el candidato de origen japonés logró el apoyo de varias Iglesias evangélicas para postularse. E inclusive el pastor bautista Carlos García lo acompañó como vicepresidente en su fórmula Cambio 90, que también postuló al Congreso a unos 50 fieles evangélicos, de los que 14 fueron elegidos.
En esto sin duda el caso más notorio es el del Congreso brasileño, que cuenta con decenas de parlamentarios evangélicos, quienes junto con los representantes del sector militarista y el agropecuario integran la llamada Bancada BBB: Biblia, Bala y Buey. Ellos han decidido en los últimos años la vida política de Brasil: el ascenso y caída de Lula y Dilma Rouseff, y el triunfo de Jair Bolsonaro. Ninguno de ellos es evangélico, pero no hubiera llegado sin su apoyo. Sí lo son, la excandidata presidencial y exministra de Medio Ambiente de Lula, Marina Silva; y el actual alcalde de Río de Janeiro, el pastor metodista Marcelo Crivella.
Donde un evangélico sí llegó ya a la presidencia es en Guatemala, encarnado en el pastor y antiguo cómico Jimmy Morales. Y en Costa Rica estuvo cerca de hacerlo otro predicador, Fabricio Alvarado, quien aunque perdió por un amplio margen en la segunda vuelta frente al candidato oficialista, consiguió un nada despreciable 39% de los votos, sustentado en su oposición a la resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a favor del matrimonio igualitario.
En Venezuela y Colombia, el año pasado los pastores evangélicos Javier Bertucci y Jorge Antonio Trujillo se presentaron respectivamente como candidatos a la presidencia. Ninguno tuvo mayor repercusión electoral; pero en 2016 los evangélicos colombianos sí mostraron su fuerza al movilizarse por el NO en el plebiscito sobre el acuerdo de paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Y sin duda también jugaron un papel en el triunfo de Iván Duque, que devolvió la presidencia al partido Centro Democrático del expresidente Álvaro Uribe.
Ningún análisis deja de mencionar tampoco que en México el candidato izquierdista Andrés Manuel López Obrador se coaligó con el Partido Encuentro Social (PES), de base evangélica. Y aunque no se puede afirmar que éste fue decisivo en su triunfo, ya que inclusive perdió su registro por falta de votos, sí se observa que mantuvo una influencia sobre la agenda gubernamental, mediante una representación parlamentaria que cabildea en favor de sus intereses  y valores.
Pero “intereses” es probablemente la palabra clave. Porque si bien la agenda evangélica basada ante todo en valores morales enfocados en la familia y la sexualidad parece ser un vínculo natural con los sectores políticos y sociales más conservadores del ámbito latinoamericano, lo cierto es que algunos de sus pastores más influyentes han apoyado pragmáticamente a partidos diversos, con el simple objetivo de acceder a espacios de poder.
La investigadora de FLACSO Zaremberg dice que están muy bien organizados, lo que les permite ser “flexibles”. Aprovechan las alianzas y las posiciones que van ganando para avanzar sutilmente desde dentro. No necesitan confrontarse directamente, sino manipular, tergiversar o vaciar de contenido ciertas prácticas opuestas a lo que ellos predican. Cuentan además con su red de iglesias, disponen de medios masivos de comunicación y son muy activos en redes sociales; donde, ahí sí, continúan exponiendo su doctrina sin cortapisas.
Una operación de pinzas que ha dado frutos. Tal vez el sector de los no creyentes, que es el otro que más crece en América Latina, debería también empezar a pensar en organizarse.




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