10/30/2019

Inserción


Luis Linares Zapata

Las recientes convulsiones sociopolíticas en Sudamérica le presentan, al gobierno mexicano, una apreciable oportunidad de insertarse, con notable facilidad, en dicha marea progresista. Unirse con otros, en una aventura transformadora, auxilia y hasta fortifica la dura tarea por delante. Las masivas protestas chilenas, ocasionadas por el desgaste del modelo ahí implantado (desde la dictadura de A. Pinochet) apuntan hacia propósitos similares, ya en curso en México. El triunfo de la opción peronista en Argentina también pondrá en juego una plataforma con varios puntos de contacto con los que ahora se trabaja en el país. En ambos casos sureños se intentará retornar a un carril cercano al que, aquí, eligieron los electores en julio de 2018. Los chilenos plantean cambiar su rumbo actual y olvidar su larga travesía por un feroz modelo, injusto e inequitativo, implantado a sangre y fuego por los militares desde la década de 1970. Para la mayoría han transcurrido 30 penosos años de sometimiento y expoliación inmisericorde. Pero la manera de su despertar tiene mucho de heroica rebelión colectiva frente a la marcada insensible voracidad del grupo en el poder. El corto ensayo macrista, conducido por rumbos parecidos al de su vecino de al lado, ha sido un fracaso ostentoso. Macri entrega a la pareja triunfadora de los Fernández un país desvencijado en su estructura misma. Las posibilidades de rencauzarlo, para revertir el empobrecimiento tendrán, por delante, pruebas harto difíciles de superar.

En décadas pasadas, durante la esperanzadora ola progresista en el cono sur, México quedó, por elitista decisión, aislado. La incompatibilidad de la sucesión de gobiernos, tanto priístas como panistas, con decidida orientación concentradora y neoliberal, lo impuso. Fueron años tristes para la independencia y la soberanía de esta nación y de marcado deterioro en los niveles de bienestar de las mayorías. Los sucesivos gobiernos, encaramados durante otros 30 o más años en el poder, decidieron fijar la mirada hacia el norte y olvidarse del sur. La distancia quedó estampada con la dependencia contraída en el tratado con la América del Norte: el TLC ahora en vías de ser sustituido por otro más abarcante.

El transcurso de este primer año de cambios, con el propósito de sepultar el curso anterior con su cauda de malformaciones y componendas al por mayor, no ha sido tranquilo ni fácil. Las oposiciones encontradas se han vuelto, con los días y los temores, más beligerantes. Tratan, por todos los medios a su alcance –y que son muy amplios– de entorpecer, incluso detener los cambios solicitados por la mayoría de los ciudadanos.

Los defensores y publicistas del régimen concentrador, manchado por fiera corrupción y apañes mayúsculos, elevaron al modelo chileno como señero ejemplo no sólo a imitar, sino a ser trasladado por completo. Todo lo que veían era magnifico, elocuente y benéfico, digno de hacerlo propio. Las privatizaciones fueron por demás alentadas: las pensiones de manera primordial. El agua y la educación, tal como lo hicieron allá, se han intentado enfocar como producto a vender y servicio a negociar. Apoyados por los indicadores económicos resultantes del ejercicio neoliberal a ultranza, los críticos y conductores de acá soslayaron por completo el notorio y documentado desequilibrio de ingresos y riqueza. El empobrecimiento también se ignoró con ramplona simpleza. Y, en estos calientes días del verano chileno, hacen cómplice mutis de la masiva represión. Siguen empeñados en condenar al régimen venezolano, ya muy estigmatizado, por cierto. En cuanto a la nueva relección de Evo Morales y muy a pesar de su muy aceptable gobierno, lo siguen menospreciando. A Lenín Moreno le dedican silencios y una que otra frase de aliento sin atender al repudio, mayoritariamente indígena, de la sociedad ecuatoriana.

La lección a extraer de las apuntadas convulsiones es preventiva. Entender que el cambio mexicano en proceso, de resultar exitoso su empeño transformador, evitará movimientos de protesta y rebeldía que, sin duda, serían más violentos que los actuales de Chile. Y lo serían porque, a pesar de la variedad y el tamaño de los recursos con lo que cuenta México, el castigo y la exclusión a gran parte de la población ha sido, con mucho, peor a lo que se les impuso a los chilenos.

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