11/19/2019

¿Qué es la conservación biocultural?



En La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn logró esclarecer el mecanismo por el cual el conocimiento avanza a través del tiempo. En ese libro, el más citado en la historia de la ciencia, Kuhn escribe que existen periodos de ciencia normal orientados por un paradigma que va sufriendo anomalías, lo cual provoca la aparición de otro paradigma, la ciencia revolucionaria, el cual termina por desplazarlo y convertirse en ciencia normal. El avance científico es entonces una sucesión de ciclos normales y anormales. El modelo de Kuhn ha sido demostrado en innumerables campos del conocimiento y, como veremos, aplica al caso de la conservación de la naturaleza.
La versión moderna de la conservación que surge hace más de 150 años, nace de la toma de conciencia sobre la destrucción de la flora y la fauna, percepción estimulada por los avances de la ciencia del siglo XIX, especialmente del evolucionismo. El sentimiento conservacionista, que en un principio surgió a escala individual o de pequeños grupos, pronto se transformó en ética colectiva y en acciones concretas que llevaron a crear reservas de todo tipo. En paralelo, el estudio de la historia natural se convirtió a finales del siglo XIX en una vigorosa corriente intelectual en Europa. Hoy existe una nueva rama de la ciencia llamada biología de la conservación dedicada a esos menesteres, y un movimiento global que incluye consorcios internacionales, políticas públicas en cada país y miles de organizaciones civiles. Su tarea central es establecer intocadas zonas de refugio, que permitan no sólo la permanencia de la biodiversidad original de cada territorio, sino los procesos que ahí operan. Es decir, aislar espacios naturales de los mecanismos destructivos de la civilización industrial, como la agricultura y ganadería modernas, plantaciones industrializadas y formas de contaminación generadas desde las ciudades y las industrias. Ello se logra mediante la promulgación de políticas y sus respaldos jurídicos, dirigidas a establecer parques nacionales y santuarios, mediante decretos gubernamentales o la compra privada de territorios. En su versión extrema, impulsa zonas exclusivas, prohibidas a toda acción humana.
Como contraparte a esta visión se fue gestando durante el último medio siglo otra corriente fundada en la corroboración de la existencia de conocimientos no científicos o tradicionales sobre la naturaleza, entre los pueblos originarios del mundo (unos 500 millones hablando unas 7 mil lenguas). Este descubrimiento, que ha cimbrado a la ciencia, fue alimentado por los estudios etnobiológicos y etnoecológicos realizados desde la interdisciplinariedad. Las investigaciones demostraron no sólo la existencia de un sofisticado conocimiento no académico sobre plantas, animales, fenómenos ecológicos, climáticos, geológicos y meteorológicos, sino una lógica productiva y una ética conservacionista entre esos pueblos. La ecología sagrada de los pueblos originarios que concibe al humano como parte de la Madre Tierra supone una relación de respeto que los lleva a salvaguardar como zonas sagradas áreas de vegetación, manantiales, montañas, etcétera. Ello vino a sumar a la visión moderna de la conservación un contingente social y cultural ignorado, que se ha convertido en aliado estratégico de los esfuerzos institucionales, públicos y privados del conservacionismo.
Aportes científicos muy recientes han demostrado a escala planetaria lo hallado en muchos países: que las porciones de mayor biodiversidad coinciden con los territorios de los pueblos indígenas. En efecto, los avances logrados en las tecnologías de la percepción remota y el procesamiento de datos permitieron que Conservación Internacional localizara 35 regiones del mundo con las más altas concentraciones de especies ( hotspots). A ellas agregaron otras cinco, donde la baja población humana mantiene una mínima o nula perturbación de los hábitats. En estas 40 regiones que representan apenas 8.5 por ciento de la superficie terrestre existe 67 por ciento de todas las plantas vasculares y más del 50 por ciento de los mamíferos, reptiles, anfibios y aves del orbe. La presencia de pueblos indígenas en estas 40 zonas revela que ahí se localiza 68 por ciento de las lenguas habladas por esos pueblos, sugiriendo un estrecho vínculo entre la diversidad biológica y la cultural. Por ello se arriba a una modalidad de conservación biocultural con la participación combinada o corresponsable de las comunidades indígenas, los científicos y las instituciones gubernamentales o privadas. Esto adquiere mayor trascendencia cuando se confirma que los pueblos indígenas poseen territorios en 87 países equivalentes a la ¡cuarta parte de la superficie terrestre! En una próxima entrega analizaremos el caso de México.
*Más información y bibliografía en http://laecologiaespolitica.blogspot.com

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